Lo clásico de la música

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Nunca fui muy fan de los conciertos clásicos. Me parecían peligrosamente aburridos y lo único que ponían a prueba era mi capacidad para no babear del sueño, pero esa vez la situación era diferente. Se trataba de Eva. Aquella persona llena de luz que me alegraba la vida con una sonrisa, y la que tantas veces me había salvado de mis propios demonios. Recordar todo lo que había hecho por mí me hacía reafirmarme por millonésima vez que haría todo lo que estuviera en mi mano para hacerla feliz aunque eso conllevase sufrir la mayor tortura de mi vida.

Amaba la música con todo mi ser, de hecho, había sido una de mis grandes salvadoras en mis peores momentos, cuando me sentía una incomprendida. Pero el género clásico, además de parecerme insulso, se me antojaba desagradable por los recuerdos que me acarreaba. Para mi padre siempre fue el género por excelencia, y mi padre y yo nunca nos llevamos especialmente bien.

- Estoy emocionadísima. ¿Te he dicho alguna vez que te amo por encima de todas las cosas de este mundo?

Giré la cabeza para mirar a una Eva sonriente y vivaz, para variar, pero esta vez en su estado máximo. Una sonrisa involuntaria se formó en mi propio rostro a pesar de la situación. Me acomodé en mi asiento de cuero rojo dandole una ojeada una vez más a esa sala llena de gente enchaquetada que apestaba a dinero y quehaceres caros sintiéndome más fuera de lugar que nunca. En mi vida me habría podido imaginar en un lugar como aquel, siempre había odiado desentonar y más aún la gente elitista. Ese sitio reunía ambas cosas.

Las luces se apagaron evitándome tener más visión de aquel espantoso teatro de viejos forrados. Eva puso una mano sobre mi brazo.

- Qué empieza-murmuró.

Como si no lo supiera, que no hubiera estado nunca en un teatro de élite no significaba que no conociera los patrones básicos. Unos segundos de expectación dieron paso a la iluminación del escenario semicircular donde ya habían sido colocados una fila de niños con violines, trompetas, violonchelos y algún otro instrumento que no sabía denominar. Mientras la melodía empezó a formarse y envolver la estancia, solo podía pensar en si aquellos chavales tan pequeños estaban ahí por voluntad propia u obligados por sus padres. Algunos eran tan pequeños que estaba clara la respuesta.

Suspiré levemente mientras me echaba hacia atrás en el asiento intentando encontrar en ese sillón de piedra alguna posición cómoda que me ayudase a sobrellevar semejante tortura. Los actos se me hacían cada vez más lentos, lo único gratificante era escuchar los soniditos de sorpresa y embelesamiento de Eva, que si parecía estar disfrutando a lo grande de la experiencia. Solo por ello había merecido la pena. La miré de refilón para no parecer una stalker mientras sonreía internamente. Esa imagen valía mucho más que fuera lo que estuviesen haciendo en ese escenario.

Una pieza dio lugar a otra y sorpresivamente llegué hasta el último acto viva y bastante despierta. Las luces del escenario llevaban apagadas varios segundos y estaban empezando a desesperarme. ¿Qué tan grande podía ser la sorpresa final para que llevara tanto tiempo? Finalmente, el teatro se iluminó de nuevo y lo que vi no pudo sorprenderme más, pues contra todo pronóstico, en aquella gigantesca plataforma, solo había un chico y un piano.

No se exactamente por qué pero mi atención se acrecentó, cosa que no era muy difícil, ante la curiosidad que me daba que hubieran dejado esa simpleza visual para cerrar el concierto. Me incliné sobre mi asiento, una vez más agradecía millones tener vista de lince para poder distinguir absolutamente todo a pesar de la distancia que nos separaba. El joven, con gafas y de rostro sereno, dio un leve suspiro antes de empezar a deslizar los dedos por el instrumento y empezar a entonar una melodía que, aunque desconocida, logró hipnotizarme al momento.

No entendía cómo ni por qué pero no podía separar la vista de aquel chico y de aquel piano, sentía que había entrado en trance y mi corazón se disparó a mil por hora. Su música estaba consiguiendo erizarme la piel y revolverme algo por dentro de una manera sublime e inesperada. Entendí que no solo era la melodía, tambien era él. Porque las manos del pianista se movían habilidosas por las teclas y solo necesité mirarlo un instante para desear que sus dedos recorrieran con esa misma soltura cada hueco de mi piel.

El Pianista (Flavio x lectora) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora