Capítulo 1: "El Camino Desconocido"

46 4 2
                                    


–Señorita Aya, sus padres han llegado a casa. Dicen que quieren hablar con usted –dijo Hannah.

–Enseguida iré –contestó–. Gracias.

Aya era una chica muy solitaria, de tan solo diecisiete años. Creció siendo educada en casa, por lo que no era la mejor cuando se trataba de hacer nuevas amistades, aunque simplemente, era un poco tímida. Sus padres eran importantes empresarios, lo que significaba que pasaban de viaje la mayor parte del tiempo, y no veían mucho a Aya.

Desde niña siempre esperaba a sus padres con ansia sentada en las escaleras de la casa, frente a la puerta, como un perro esperando a sus dueños. Las sirvientas y mayordomos de la casa siempre la miraban con lástima, algo que ella odiaba. Todos sabían que sus padres nunca volverían a casa, al menos no muy pronto. Aya los esperaba, día a día, hasta que se dio cuenta de que a sus padres no les interesaba mucho pasar tiempo con ella, que debía madurar y entender que sus padres trabajaban por el bienestar de su familia, así que, con los años, aprendió que no debía guardarles rencor, simplemente no eran los padres más cariñosos.

Al ser educada desde casa, tuvo pocos amigos, como los hijos de los amigos de sus padres, pero realmente nunca se volvió cercano con ninguno. En su niñez, conoció a un chico, el cual consideró su primer mejor amigo, manteniendo una linda amistad por muchos años, pero con el pasar de los años, él cambió, comenzando a tratar a Aya de diferente manera y decidió mudarse a otra ciudad. Desde entonces, no sabía nada de él.

Aya se encontraba en su habitación, como siempre, contemplando las casas por la ventana. Era de noche, y las estrellas llamaban mucho su atención, también miraba los diferentes tipos de autos que pasaban por la calle. Hannah había llamado a su puerta. Le pidió para que bajara para que hablara con sus padres, que casualmente, habían llegado a casa esa noche. Aya se bajó de la cama a regañadientes, y se dirigió a la sala de la casa.

Su casa era refinada, con pinturas costosas, el papel de tapiz celeste de en entrada principal, y quizás demasiados adornos en los pasillos.

Sus padres estaban sentados en uno de los sillones de cuero blanco de la sala. Su madre no dejaba de teclear con su celular, debía estar enfocándose en cosas de su trabajo; y su padre estaba leyendo algo en unas hojas, lo que Aya creía que eran documentos. Ella carraspeó para llamar la atención de ambos, porque parecía que ninguno de los dos era consciente de su presencia en ese momento.

Sus padres la miraron, finalmente. Se sentó en el sillón frente a ellos, y los contempló por un rato a ambos: las personas más adictas al trabajo que había conocido en su corta vida. Su padre, Charles, había dejado las hojas en la mesa de café, y ahora no dejaba de mirarla, como si estuviera viendo los cambios que su hija había tenido en los últimos meses. Charles le dio toque suave en el codo a su esposa, la madre de Aya, Jessica.

–Querida, ¿cómo has estado? –preguntó Jessica, con una leve sonrisa–. Han pasado unos cuantos días desde que te vimos.

–He estado bien –respondió Aya un poco seria.

Jessica entornó los ojos y soltó un suspiro.

–Charles, ¿le dirás o no? –Jessica había susurrado al oído de Charles–. Porque si no lo haces, me iré. No quiero una discusión por este tema.

Su padre suspiró paciente. Entrelazó las manos sobre sus regazos como solía hacer, y miró a su hija fijamente.

–Ya sabes que nos preocupamos por ti, y queremos lo mejor para ti –dijo Charles–. Por esa razón, tomamos las mejores decisiones por tu bienestar. Y hemos decidido que debes asistir a un internado.

–¿Internado? ¿Por qué debería...?

–Escucha –la interrumpió su padre, con cautela.

Aya miraba a sus padres sin entender. Incluso comenzaba a creer que se habían vuelto locos.

El Dolor Dentro de MíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora