ᴄᴀᴘɪᴛᴜʟᴏ ᴜɴᴏ: ᴇɴᴄᴜᴇɴᴛʀᴏ

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Un hombre de mediana edad estaba en su mansión junto con tres caballeros más. Vestían elegantemente y bebían mientras reían de sus absurdas bromas.
El salón era amplio, estaba impecable y bellamente decorado, habían fotografías enmarcadas sobre una vieja chimenea. En una de ellas aparecía una joven de piel de oro, parecida a la del viejo que organizaba la reunión ahí en ese lugar. Parecía feliz, llevaba en la cara dibujada una sonrisa sincera, se le veía joven.

--- Vamos, no te desanimes, hombre, seguro tendrás mejores ganancias el mes que entra, las personas van y vienen, van y vienen.
--- ¿Eso es cierto?, porque parece que el dinero no y de verdad espero que todo mejore pronto.
--- Ya te lo digo yo, que tengo treinta años en el negocio.
Era algo tarde, el sol comenzaba a meterse allá afuera de su ventana y la oscura noche hacía acto de presencia mientras los cuatro hombres perdían la noción del aquí y ahora mientras se alcoholizaban más y más. Estaban muy quitados de la pena, tranquilos y sin nada que les molestara en lo absoluto. Su conciencia estaba intacta, nada podría salirles mal a ellos.

--- ¿Y tú le has visto al Señor V?
--- No, ya quisiera yo tener ese honor, llevo mucho tiempo en el negocio pero no es suficiente todavía para acercarme a él.
--- Que cosa. Dicen que está loco pero si de verdad fuera así no entiendo como es que tendría una red de miles e internacional.
--- Algo debe haber hecho de manera excelente, ¿o no?
Sólo asentían a lo que el más viejo decía. Finalmente el cielo estaba oscuro y a penas y se alcanzaban a ver unas estrellas ahí, titilando.

Desde su ventana, la misma joven de la fotografía observaba lo que alcanzaba a ver desde ahí arriba
Montañas a lo lejos, un campo vacío de polo y las caballerizas pero no a los caballos. Su cuarto estaba desordenado, habían dibujos por todas partes, la mayoría sin terminar. No parecía ni triste ni contenta. Estaba totalmente ensimismada, era como si en realidad estuviera de pie lejos de su ventana. Una suave brisa entró y le sacudió el cabello rizado que llevaba en una melena no muy larga y también a un par de sus dibujos, desacomodando algunos y arrastrando otros hasta el suelo.

--- Es un barrio de lo más tranquilo, no se escucha ni el aullido de un perro.
--- Sí, quería una casa apartada de las demás, no podía permitir que me escucharan las llamadas al otro lado de la pared.
Dijo mientras bebía un sorbo a su copa de vino y sonreía triunfante. Los demás hicieron lo mismo y también bebieron. El enorme ventanal que estaba detrás de ellos daba a un inmenso patio trasero en el que un perro guardia vigilaba aunque no le había visto salir de su casa desde hace ya buen rato.

En el césped del patio, a lo lejos se dibujó una silueta delgada, oscura, que se perdía con la penumbra y el cielo. Se acercó de poco en poco y cuando tuvo un buen ángulo disparó al perro, que no tuvo oportunidad de hacer ni un ruido para alertar a su amo y amigos allá adentro. Se había escabullido tan bien, tan en silencio que no había sido capaz de detectar amenaza. El arma que llevaba tenía un silenciador integrado, así que no hubo disparo alguno.

--- ¿Y su hija?, ya es mayor, ¿verdad?
--- Así es, cumplió los dieciocho hace unos meses.
--- Seguro le encontrará buenos pretendientes.
--- Así será.
Dijo pero entonces la luz de toda la casa se fue. Lo primero que le vino a la mente era que tal vez hubo un apagón en todo el barrio, no pasaba a menudo pero era probable. Maldijo en voz baja y los otros tres se miraron entre ellos algo incómodos.

--- Pues nada, no queda nada más que esperar a que la luz vuelva.
--- Ya vendrá, no te preocupes.
--- Sí, esperaremos mientras tanto.
--- Bueno, ustedes, yo creo que me iré a casa ahora.
--- ¿Y eso, John?
--- Pues, nada, sólo olvidé unos asuntos, es todo.
--- Bueno, que te vaya bien.
Así, el más joven salió de la casa. En realidad todo le daba mala pinta así que decidió largarse antes de que algo le ocurriese, encendiendo su auto y conduciendo lejos de ahí.

Una voz le llamó por su nombre. Era Dylan, un apuesto muchacho que siempre iba junto con dos chicas, Lara la pelirroja y Samantha la rubia. Eran personas superficiales, hijos de padres adinerados y que sólo les interesaba quedar bien. Siempre le invitaban a ir con ellos pero se negaba, ella no consideraba que le agradarían esa clase de personas.

--- Joanne, no te vayas, ¿es que piensas evadirnos para siempre? --- Preguntó Samantha con su molesto y característico tono de voz. Joe se dio media vuelta, deteniéndose y encogiéndose de hombros. --- No me digas que vas a decirnos que no otra vez.

--- Es que no puedo, ya se los había dicho, mi padre es muy sobreprotector.
--- Claro, seguro.
--- Muchachas, tal vez le asustan con su insistencia. --- Dijo Dylan mientras sonreía a la morena que no apartaba su mirada de él, desconfiada y totalmente abrumada. No quería ser cruel al negarse pero tampoco quería entablar una amistad con ellos. Sonrió tímidamente mientras se alejaba. Las dos acompañantes del muchacho le veían furisosas, no parecían personas que en realidad desearan convivir con Joe.

--- Es una engreída.
--- No es eso, simplemente su padre cuida muy bien de ella.
--- ¿Le conoces?
Preguntaron al unísono a Dylan quien no respondió y sólo le vio irse en silencio.

De un instante a otro escuchó los gritos de los hombres que su padre había invitado provenientes del salón. Eran desgarradores, como si los estuvieran matando. La despertó de sus sueños en donde podía tocar los recuerdos y, sobresaltada, se levantó inmediatamente para correr hasta la puerta. Al abrirla se dio cuenta de que se había ido la energía eléctrica y entonces fue que sintió que su corazón se aceleraba fuertemente. Estaba aterrada, el pasillo se distorsionaba frente a sus ojos, las formas de las puertas se estiraban y encogían. Estaba tan mareada que no podía ni mantenerse en pie, los hombres aún seguían gritando pero no podía escuchar a su padre entre ellos.

Avanzó con lentitud, aterrorizada, de paso a paso y fue entonces que al asomarse de entre las escaleras y el salón vio todo. Una mujer se alzaba como una reina sobre los cuerpos inmóviles de los otros dos hombres que estaban ahí y el de su padre, quien tenía destrozado el cráneo. Sus ojos empezaron a cristalizarse y quiso gritar pero no pudo, sintiendo como su garganta se quebraba. Una mujer con una gabardina negra y el cabello del mismo color, largo, que le cubría la espalda, sosteniendo una pistola, estaba observando a los tres muertos ahí, era ella la responsable. El ventanal estaba roto, ¿cómo era posible que Tyson no hubiera detectado a la intrusa?, ¿quién era?

La extraña mujer se dio la vuelta y le vio a Joanne ahí, inmóvil e indefensa con una mano en la boca para así no vomitar. Abrió los ojos como platos y parecía que estaba preocupada pero aún así no le apuntó. Joe estaba tan mal que no pudo ni suplicar por su vida. Fue entonces que la mirada de ambas se cruzó, ¿qué era eso?, ¿odio o terror?

Sin destino.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora