Capítulo 3

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—¿Cómo te fue? —preguntó Scarlett cuando llegué al apartamento, antes de apagar el ordenador e incorporarse en el sofá.

—Bien, mañana empiezo —contesté con una sonrisa de boca cerrada. No quería emocionarme hasta asegurarme de que iba a contratarme.

Ella me guiñó un ojo.

—Me alegro mucho.

Giré sobre mis talones con la intención de encaminarme a mi habitación, pero la curiosidad que sentía por mi nuevo jefe me lo impidió.

—Oye... ¿conoces al jefe? —inquirí, recordando sus hermosos ojos verdes que me dejaron sin respiración por unos segundos.

—Sé lo que toda la ciudad sabe, que está buenísimo y además nada en billetes —respondió encogiéndose de hombros —Ah, también está casado y tiene una hija pequeña.

Oh, vaya, eso no me lo esperaba. De cualquier manera, solo era un jefe más, me conformaba únicamente con que fuera amable o al menos respetuoso conmigo.

Asentí sin decir nada más, para luego dirigirme al baño. Necesitaba una ducha para relajarme. Me deshice de mi ropa, solté mi cabello —el cual tenía recogido en un moño decente para ir a la empresa—, y me metí bajo el agua caliente. Algo tan simple que me sacó una sonrisa. Cuando pasas meses bañándote con agua fría, incluso en invierno, agradeces esos pequeños placeres.

Minutos después, me envolví en una toalla blanca y desenredé mi largo cabello, recordando que debía cortármelo, pues tenía las puntas maltratadas. Acto seguido, salí del baño topándome de frente con Jordan. Al parecer había llegado justo en ese momento. El chico me escaneó de arriba a abajo de una forma que me desconcertó y al mismo tiempo me incomodó.

Avergonzada, entré rápidamente en mi habitación. Aún me resultaba difícil acostumbrarme a vivir con personas desconocidas, no podía tener la libertad de mi antiguo y viejo apartamento. Siendo sincera, lo extrañaba demasiado.

Me puse una simple camiseta holgada junto con unos pantalones deportivos para estar cómoda y, suspirando, me recosté en la cama. Cogí mi móvil con pereza y ni me sorprendí al no ver ninguna notificación. No tenía familia, ni siquiera amigos que se preocupasen por mí. Mucho menos pareja, porque Hunter estaba en la cárcel.

Una buena mujer —Paula —, me abrió los ojos, me hizo ver que, por mucho que quisiera, Hunter no iba a cambiar, y yo no merecía seguir viviendo ese tormento. Ya lo había soportado por tres largos años. Cuando llegó el momento del juicio, no tardó en lanzarme una mirada mordaz que me puso la piel de gallina. Estaba aterrorizada. Era la primera vez que lo enfrentaba, aunque mediante la ley.

En nuestra casa nunca fui capaz.

Finalmente le dieron cuatro años de cárcel y, una vez que saliese, tendría una orden de alejamiento contra mí. Sin embargo, sabía que iba a buscar la forma de vengarse, y aunque aún quedaba mucho tiempo, no podía evitar angustiarme.

Alejé la imagen de Hunter de mi cabeza y me giré en la cama, quedándome dormida al poco tiempo. Estaba agotada, física y sobre todo mentalmente.


Al día siguiente, Sasha me tendió un uniforme igual al de ella y me sentí extraña cuando me lo coloqué

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Al día siguiente, Sasha me tendió un uniforme igual al de ella y me sentí extraña cuando me lo coloqué. No tenía nada que ver al de los clubes en los que había trabajado. Era mucho más sofisticado y elegante, lo cual era lógico teniendo en cuenta el prestigio de la empresa.

Una vez lista, me dispuse a limpiar su oficina con total tranquilidad, asegurándome de hacer el trabajo correctamente. No sabía por qué, pero estaba nerviosa por la llegada del jefe. Supongo que era normal por ser mi primer día de trabajo.

Pero la verdad era que ese hombre intimidaba bastante.

Al parecer lo había invocado, porque en ese preciso instante llegó con el rostro impasible, neutral. Me dio un rápido vistazo y entonces reaccioné, apartándome de su mesa.

—Buenos días, señor —saludé con un asentimiento de cabeza.

—Buenos días, tráigame mi café —ordenó antes de sentarse, sin siquiera pedírmelo por favor. Menudos modales tenía para ser un importante empresario. Asentí y giré sobre mis talones, pero entonces su voz me detuvo —Sin azúcar.

¿Qué? Era la primera persona que conocía que no le gustaba el café con azúcar.

Aunque no me extrañaba, su rostro era de por sí bastante amargado.

Tomé una bocanada de aire mientras me daba ánimos a mí misma por el camino. Tenía que hacer ese café exquisito si realmente quería obtener el puesto. Recordé las palabras de papá y me dispuse a hacerlo, ignorando el temblor de mis manos.

De regreso a su despacho, le tendí el café, impaciente por ver su reacción. Él lo miró dubitativo, como si le hubiese echado veneno o algo parecido, y finalmente lo probó.

—No está mal, Isadora.

—Me llamo Isabella —respondí seca.

Él enarcó una ceja en mi dirección, mirándome con curiosidad.

—Bien, Isabella, vaya a limpiar el resto de las oficinas —sentenció, volviendo la vista a sus papeles.

—¿Quiere decir que me quedo? —inquirí.

—Siempre y cuando haga todo lo que le ordene.

¿Todo? ¿A qué se refería con todo?

—¿Qué?

—No creo que esté sorda, ¿o sí?

Apreté los puños, pensando lo peor. Había tenido tantas malas experiencias que no estaba preparada para ninguna otra.

—Si cree que se aprovechará de mí de esa forma, está muy equivocado.

Entonces se levantó, rodeando su mesa hasta colocarse muy cerca de mí. Tragué saliva.

—Creo que tiene una mente muy pervertida.

—Soy prevenida, no quiero llevarme sorpresas —dije levantando el mentón.

Él lamió sus labios, y no sé por qué demonios me pareció sexy. Me abofeteé mentalmente a mí misma por pensar aquella estupidez.

—Descuide, no necesito hacer eso —acto seguido, acercó su boca a mi oído, mi piel se erizó al sentir su cálido aliento —Simplemente me lo dan sin pedírselo.

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⏰ Última actualización: Jul 15, 2020 ⏰

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La perdición de Isabella ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora