Luna

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Historia de una noche de verano en la que me encontré a la luna tirada en el suelo

Llevo gafas porque soy miope, pero a veces no veo ni siquiera de cerca: aquellas cosas más obvias son las que, a menudo, más se me escapan. Aquella noche, me di cuenta de una de esas que me rompió un poco. Caminaba hacia casa con ganas de llegar para poder llorar tranquila. 

Mi hermano caminaba a mi lado y justo cuando estábamos a punto de llegar, se paró en seco.

Yo no vi por qué: solo una mancha marrón en el suelo. Tocó aquella diminuta manchita con una piedra, pero yo no llevaba las gafas puestas y ni siquiera la vi moverse. "Es un pajarito" me dijo "No sé qué le pasa". Por su cara pude ver que sí que sabía qué le pasaba. Le dije que había que ayudarlo. "¿Qué quieres hacer, Clara? Estará cansado, querrá dormir. Déjalo". No quiso pronunciar en voz alta lo que los dos sabíamos.

Subí con él, pero poco después volví a bajar sola al patio, esta vez con una caja de cartón. Media hora más tarde, estaba en casa conmigo. Las dos. A salvo.

Selene era muy pequeñita, aún tenía plumón y estaba despeinada. Temblaba y abría el piquito imperceptiblemente, intentando agarrarse a la vida que se le escapaba. Ya no le quedaban ni fuerzas para pedir un alimento que, quien sabe durante cuánto tiempo, se había hecho de esperar y que ya no tenía esperanzas de que llegara. 

Me volqué en ella.

Cogí una jeringuilla y deposité una gotita de agua en la punta de su pico. La primera fue difícil, las siguientes no tanto. Con cada una, parecía recuperar un poco la vida. Abrió los ojitos que hasta entonces había tenido cerrados. Selene dejó de estar acurrucada en una esquina y empezó a moverse más por la caja. Eran solo pequeños pasitos cada mucho tiempo, pero con cada uno me emocioné como una niña pequeña. 

Tenía el corazón en un puño, pero estaba tan ocupada en intentar devolverle la vida que dejé de pensar en nada más. También dejé de pensar en él, en lo que había pasado y en lo ciega que había sido. 

Pensé que sobreviviría y quise elegirle un nombre acorde con lo que había pasado aquella noche. Quise ponerle el suyo en griego, pero una búsqueda rápida me reveló que tenía origen germánico. Descubrí que significaba "lanza sagrada", así que introduje en el buscador "lanza sagrada en griego". No sé por qué me arrojó esa entrada: Selene, diosa de la luna. Pero al leerlo, tuve claro que así se llamaba. 

Ella era Selene.

A continuación empecé a leer guías sobre el cuidado de pichones abandonados mientras seguía haciéndole beber con la jeringuilla. Mientras tanto, ella se fue acercando al nido de tela que le había preparado. Descubrí que, en caso de no tener la comida adecuada, se podía diluir comida de gato en agua. 

Me fui a la cocina cinco minutos para prepararlo, pero cuando volví Selene ya no estaba en su nido y estaba estirada en medio de la caja. Respiraba muy debilmente. Cogí la tela y la tapé, dejándole la cabeza fuera como si fuera una manta. Ni siquiera tuve la oportunidad de intentar darle de comer. Había cerrado la boca. Ya no pedía nada más. 

Diez minutos después, escuché un aleteo en la caja. Y después: nada. Me quedé con los ojos cerrados unos segundos, intentando oír algo más, pero eso no sucedió. 

Ahí estaba la verdad. 

Era obvio que iba a morir. La realidad había estado todo el rato delante de mis narices, como siempre. No obstante, y por una vez, me alegré de ser una condenada miope. Selene había podido pasar sus últimos minutos envuelta en tela de algodón rosa y no sola, olvidada en el suelo. 

Solo por eso, juro que todo valió la pena.

Miré al cielo y vi que no había luna. Pensé que Selene no había caído de un nido, sino quizá, de más alto. El cielo no hizo más que reclamar lo que era suyo.

Aquella noche mientras le cuidaba escuché pajaritos cantar detrás de mi, escondidos entre las ramas del pino. Me hubiera gustado que algún día cantara con ellos.

Crónicas de mi cuarentenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora