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Pestañeé dos veces, tratando de comprender lo que estaba pasando. Al principio no sentí nada, después me golpeó como una pesada bola de boliche y todo en mí se derrumbó.

—¿Por qué? —fue lo único que pude decir.

Trevor clavó sus ojos marrones en mi rostro, tratando de encontrar las palabras para dejarme de una vez por todas.

—Esto no está funcionando, Hayden. Tú tienes perspectivas a futuro completamente diferentes a las mías, es mejor dejarlo ahora antes de que se vuelva más complicado.

Mi cerebro trató de comprender una vez más sus palabras. ¿De qué perspectivas estaba hablando? A penas comenzamos los últimos dos semestres de la preparatoria, aún faltaba tiempo. ¿Por qué estaba terminando conmigo justo ahora?

Mordí mi labio inferior, dos años y medio claro que dolían.

—¿Ya no me amas?

Me miró con pena, maldición. Seguramente me veía patética, pero esto es lo que hace uno cuando está enamorado, ¿no? Lucha hasta que se pueda.
Trevor se acercó lentamente, envolvió mi cuerpo con sus brazos y me susurró un: —Te amé, y mucho.

Acto seguido se despegó de mí y comenzó a caminar fuera del césped, dejándome en soledad, en medio de todo.

Tuve que luchar conmigo  para no correr tras él, esta vez no iría. No hoy. No después de que él me dejara en claro que ya no me amaba.

Las lágrimas comenzaron a correr por mi rostro, y mis labios se fruncían a cada una que salía. Me senté a un lado de mi mochila. Sentía el corazón en la garganta, formando un nudo y cortándome, mis oídos palpitaban ligeramente, me pregunté si esto era tener un corazón roto.

Los estudiantes comenzaron a salir con el último timbre, así que me sequé las lágrimas con el dorso de la mano y recogí mis cosas, yendo directo al baño.
En el espejo se veía la típica imagen de la chica que acaba de ser terminada por su chico en el colegio.   

Con las yemas de los dedos me limpié el maquillaje debajo de los ojos, sin regarlo más.

Respiré profundamente, una... dos, tres veces.
Odio llorar en el colegio.

—Maldición, Trevor. —murmuré.

Mi celular indicó la hora en la que Christian salía de la primaria, obligatoriamente me guardé el drama y eché andar para recoger a mi hermano menor.  

Subí a mi auto aparcado en el estacionamiento, al ver el tráfico maldije por dentro, genial, vaya día de mierda.

Savanah se despidió de mi con un movimiento de mano cuando cruzó la acera, le sonreí en respuesta con un leve asentimiento. Tendría que llamarla al regresar a casa para contarle lo sucedido.

La puerta del coche se abrió y un niño de cabellos negros apareció con una radiante sonrisa.

Hola, Hayden. —dijo, hablándome con movimientos de manos.

—Hola, Chris. ¿Qué tal la escuela?

Arrugó su nariz, eso me dio a entender que no había nada interesante.
Solté una risa y arranqué el coche.

Christian había nacido casi completamente sordo de nacimiento, como mi abuela Susie, por genética. Chris usaba en su oreja un aparato que le ayudaba a escuchar un poco, y eso le permitía leer los labios e identificar algunos sonidos.  

Aprendí el lenguaje de señas desde que él nació, a pesar de que ya sabía algo (muy escaso y muy vago) gracias a mi abuela. A veces le hablaba con las manos, otras veces dejaba que me leyera los labios.

Youngblood | h.sDonde viven las historias. Descúbrelo ahora