Sin Título

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Atrapado en una cama vacía, bajo un cielo de penumbra, en la oscuridad absoluta, aislado, desolado, eso es lo que soy, allí es donde estoy, ahí es donde puedes encontrarme, ese es el lugar donde amablemente te ofrecerías a ir y salvarme si es que supieras.

Pasé por allí, por el cementerio una y otra vez, no lo dije, o lo dije oculto entre medio de las líneas, el mensaje oculto en la mirada contemplativa de las lápidas bonitas y desgastadas con antiguos nombres, viejas impresiones en mármol, pequeñas esculturas de manos que rezan,

Rezan

y rezan,

Una actividad que yo no he hecho hace bastante tiempo.

Estoy triste y busco refugio en leer, escribir, hacer, razonar, pero la tristeza y la razón no congenian.

Estar en depresión es simplemente no estar en la cima, es conocer el abismo aterrador y el agua que busca atraparte, que está lejos, pero sé que viene por mí, lo sé en ese horrible segundo en que mi mente no tiene nada más que hacer que sentir y pensar, pensar y pensar y tratar de fugarse de ese sentimiento , de ese pesimismo, de la completa y absoluta certeza de que algo malo va a pasar y ese algo será mi culpa.

Alguien me acecha, alguien busca mi vida y ese alguien soy yo.

Acariciando, acariciando pieles de gente, senos de mujer y pechos de hombre, besando labios suaves y ásperos, gente con barba y sin ella, mandíbulas angulosas y redondas, a veces las sabanas se te enredan cuando estas recorvándote con alguno de tus amantes.

¿Amantes?

"Amantes."

Entre comillas porque sabes que en realidad estás solo, que no te aman. Otras veces se te enredan en el cuerpo de tanto dar vueltas intentando dormir en soledad, con los bordes de las frazadas y la lana de los cobertores picando y los resortes enterrándose en tu cuerpo o el polvillo de la lana del libro irritándote la mucosa nasal con todos los alergenos metiéndose en tu sistema, la paja de la payasa y el payaso, el payaso soy yo.

Camino por las calles las horribles calles de la horrible ciudad que alguna vez fuera la cuna del progreso, pero progreso no es progreso si no arrasa. Arrasó con los indios americanos, sus costumbres y su tierra, y arrasó también con Manchester y su gente, arrasó conmigo, que camino por estas calles solo, congelado, con el corazón completamente frio y en bradicardia. Fumando porque o el humo me lo tiro yo o lo aspiro del insoportable hollín de las fabricas y la industria, mirando a los obreros que hasta hace poco fueron aquello, pero que hoy son desempleados. Miro y no miro sus rostros con hambre, sus mejillas famélicas que remarcan pómulos angulosos y ojos saltones y grandes.

Y la miro a ella y la observo a ella, fue mi primer amor o fue el segundo, no lo sé, pero no quería perderla, quería que fuese mía para siempre, no soportaba ya más el dolor de la perdida, más que nada el dolor de perderme a mi mismo. Tal vez allá perdido otro amor antes y no soportaba eso, por eso la hice mi esposa, no estaba tan seguro , pero me sentía enamorado, lo estaba, yo la amaba o eso creía, Sin embargo entre medio de sus brazos y de sus pechos estaba mi refugio en medio de la tormenta llamada existir, yo no soportaba perderla, no soportaba la idea de perderla y por eso la celaba, sabia o creía que era fácil que me dejara porque yo simplemente era yo y estaba allí, simplemente con mis sueño, mis anhelos, mis noches y tardes enteras de leer, leer, pensar, pensar y sentir esa pena que un día me llegó de golpe y jamás se quiso ir

Mi adolescencia era la pobreza, yo y mis "amigos" robando discos, pastillas, drogas o psicotrópicos con los cuales drogarnos y evadirnos. Mi primera ida al hospital para que me lavaran el estómago mientras que lo único que necesitaba era que me lavaran la mente hasta el punto de dejarla completamente en blanco, vacía y ya no recordar nada, pero allí estaba ella en la punta de mi lengua y de mis dedos y en todo mi cuerpo. Yo la necesitaba a ella, entonces nos comprometimos en santo matrimonio, le prometí que la iba a amar para siempre y que jamás la engañaría. Miré su rostro, la vi hermosa y de apariencia etérea y frágil en aquel vestido, vi su juventud inmaculada y no me apiadé de ella, nos casamos y nos fuímos a vivir juntos.

En casa. Ian CurtisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora