Prólogo

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En aquel pueblo nunca ocurría nada. Era un lugar pequeño, como cualquier otro, sin ninguna característica especial que le diferenciara del resto de su clase. Los primeros habitantes se habían encargado de ubicarlo cerca del mar para poder asegurarse la supervivencia utilizando la pesca. El puerto era la zona mejor cuidada de todo el lugar. Un muelle que jamás en varios siglos había sufrido el desgaste del agua se encargaba de custodiar los barcos para que no fueran arrastrados por la marea, y sorprendentemente, ninguno de los pescadores había sufrido un percance durante su trabajo. Ni siquiera en los días de las peores tormentas, cuando el oleaje no daba tregua.

Al igual que la mayoría de pueblos, el establecimiento más concurrido era la tienda de ultramarinos que desde hacía casi cien años, se había mantenido en pie, resistiendo el paso del tiempo como si nada. El actual dueño de la tienda era una mujer de cabello oscuro y unos ojos sorprendentemente azules, que se veían demasiado brillantes como para ser reales. Sin embargo, ella había asegurado en más de una ocasión que no eran lentillas, y como mucho, lo único que la gente del pueblo podía hacer era creerla.

—Ydrio —llamó suavemente la mujer. Tenía una voz sorprendentemente suave y tranquila, que sin embargo no daba sensación de debilidad. Más bien todo lo contrario, estaba plagada de una calma de carácter voluble.

Un niño de unos cinco años de edad apareció correteando entre las estanterías. Se había puesto un gorro de aviador con gafas incluidas, y un avión de juguete estaba siendo aprisionado en el interior de su mano derecha. Una de las alas estaba rota y algo destrozada, quizá el juguete era más viejo de lo que aparentaba. Aun así, eso no parecía minar el ánimo del niño, que continuaba divirtiéndose como si nada.

—Ydrio —repitió ella. Como era evidente que su hijo no iba a hacerle caso, se acercó hasta él y lo alzó en brazos para hacerle cosquillas.

De forma completamente involuntaria, el niño soltó una risa y se sacudió entre los brazos de su madre, tratando de liberarse. Ella sonrió suavemente y le besó la mejilla con ternura, antes de fijarse en el color del iris de su hijo, sin disimular demasiado. Había una pequeña diferencia entre los ojos de ambos, y es que los de ella habían adquirido una tonalidad azul pálido, muy similar a la del hielo. En cambio, los ojos de Ydrio eran de un azul oscuro y profundo, parecido al de las profundidades marinas.

Su madre lo miró algunos segundos más, hasta que el niño dejó de reír y le devolvió el gesto serio, sujetando su avión como si le fuera la vida en ello.

—Mamá —protestó él. Era evidente que si ya se había terminado el tiempo para las cosquillas, quería seguir jugando.

—Vamos fuera —contestó ella sin dejar de sonreír. Aunque para un niño como Ydrio aquellas cosas pasaban desapercibidas, el gesto de la mujer tenía un pequeño deje de tristeza.

No tardaron mucho en comprobar que salir sin paraguas había sido una mala idea. La mayoría de la gente estaba corriendo despavorida hacia su casa, y pronto fue evidente el por qué. 

Una tormenta atronadora había hecho acto de presencia. Varios charcos habían empezado a formarse en el suelo, e iban aumentando de tamaño conforme avanzaba la lluvia. Ni Ydrio ni su madre parecían afectados en lo más mínimo por semejante chaparrón y continuaron su camino en dirección a la playa. Un par de personas estuvieron a punto de chocarse con ambos, pero no le dieron mayor importancia. Aparte, nadie parecía estar muy dispuesto a disculparse.

Algunos minutos más tarde alcanzaron el muelle. Los barcos estaban siendo zarandeados por las olas embravecidas, pero los dos avanzaron con tranquilidad hasta llegar al final. De dar un solo paso más, cualquiera se estaría arriesgando demasiado a caer al agua. Ydrio miró la marea furiosa, que acumulaba espuma sin cesar.

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⏰ Última actualización: Jul 28, 2020 ⏰

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El Poder de los Elementos [Reedición de la original]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora