Parte única

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—Ya te lo he dicho, Dazai. Si vas a morir, al menos no lo hagas estando solterón.

—Me encantaría una bella señorita para cometer un primoroso suicidio doble —fue la respuesta.

—No puedo ofrecerte eso, pero sí puedo consentir que vayas a la cita que te he arreglado para mañana por la noche —insistió Yosano, concentrada en su misión.

—Me da pereza —argumentó—. Además, ya sabes, no soy un hombre devoto del compromiso y la exclusividad y todo ese asunto. Es exasperante.

—Nadie dice que vayas a casarte —alegó, acomodando sus anteojos en un gesto de impaciencia. El exasperante era él—. Solo pretendo prolongar tu existencia un poco más. De hecho, no soy la única que persigue este objetivo y apoya este plan.

—Con que es un plan, ya veo —murmuró, desperezándose con aquella característica sonrisa agraciada que surcaba su rostro.

—Pues sí. Kunikida fue eliminado en la propuesta porque te golpearía ante tu primera negativa —razonó, como si de una explicación obvia se tratase. Ambos formularon en su mente la imagen trágica que hubiese dado como consecuencia si Kunikida hubiese tomado la labor.

—No me cabe duda —rio con los ojos cerrados, disfrutando de la comodidad del sillón.

—Atsushi era la mejor opción puesto a su cercanía contigo, pero es demasiado indulgente. Se quebraría él antes que tú.

—De eso tampoco tengo dudas —comentó, bostezando, con sus manos sosteniendo su nuca—, pero aún así seguía siendo la mejor opción; podían haber probado suerte.

—Eres un drenaje directo de la paciencia de los demás —acusó—. Ya suficiente tiene con aguantarte todos los días al tener la desdicha de ser tu subordinado.

—Ese es otro dardo que no puedo esquivar.

—Por supuesto que no.

—¿Y los demás? Sigo haciendo cálculos de por qué has sido tú la bendita elegida.

—No vale la pena explicarte la participación minúscula de los demás —dijo, suspirando y acomodando su posición recostada junto al escritorio de Dazai—. Sin embargo, puedo decirte que la razón que filtró el grupo es porque solo yo sé quién es tu cita y ha sido trabajo mío.

—Ya veo —bostezó de nuevo, con un brillo hilarante paseando por su mirada—. ¿Es alguien que tú conoces, entonces?

—Así es —asintió—, mas sabes que no puedo decirte más.

—Entiendo. De acuerdo, lo haré —declaró, desperezándose en el sillón de la Agencia donde se encontraba echado. La doctora lo miró con clara sorpresa.

—Me satisface, pero ¿cómo te has dejado convencer tan rápido? —cuestionó, golpeando su mano contra el escritorio y mirándolo reír—. ¡Me había traído muchos argumentos preparados con cautela, incluso amenazas y mis cuchillas! Me ofende que te convenzan razones tan endebles.

—Me convenció la curiosidad que sembraste en mí. Me cuesta creer que sea alguien que solo tú conoces, incluso puedo percibirla como una vil mentira, pero ¿sabes qué? Te daré el beneficio de la duda.

—¿Por qué?

—Porque estoy aburrido de manera brutal —explicó—, y además, es tan adorable que se preocupen tanto por mi vida amorosa y sexual que me siento cautivado. Sería irreverente de mi parte negarme ante tal acto de amor.

—¿Aceptas, entonces? —exclamó entusiasmada, ignorando la esencia del discurso que acababa de recibir.

—Claro —afirmó, bostezando por milésima vez—. Sin embargo, exijo a cambio poder retirarme más temprano de mis labores el resto de la semana.

Cita a ciegas ||Soukoku|| (OneShot)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora