CAPÍTULO I: CÁMARAS

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—Hola, cara de mono... —saludé al sentir a uno de mis hermanos moverme para recostarse al lado mío—. Ya oh, ven acá —me rendí, dándole el espacio en la cama.

—Duermes mucho, Oli... Los chicos ya están con las mamás —dijo a modo de aviso—. Vamos po, es el fin de semana libre de la mamá —pidió—. Por favor, hermana —insistió con esa voz a la que no me podía negar.

—Ya, pendejo —accedí—. Solo porque eres el más amable de los cuatro... —dije, levantándome junto a Pablo.

Eran las diez de la mañana y más encima era sábado, lo que significaba que, supuestamente las personas normales podían dormir hasta tarde sin que los hermanos molestaran para irse a dormir con las mamás, pero como no éramos personas normales, un sábado por la mañana y con mi mami en la casa significaba que debíamos pasar sí o sí a recostarnos un rato con ellas, para que, según ellas, nos regalonearan tranquilamente. Yo lo encontraba de lo más tonto, pero las intentaba entender, estaban viejas.

Como hermana mayor, mi destino era sobrar en la cama de mis madres, como cada vez que mis hermanos se iban a acostar con ellas. Juan Pablo siempre se ubicaba al lado de mi mamá, Apolo al lado de mi mami y Elisa al centro, como digna guagua de la casa. Con un poco de suerte, el Quijote haría su aparición en el dormitorio, aunque era difícil, porque el pobre ya estaba viejito.

—Hola, viejujas —saludé, sabiendo que se molestarían en cuanto soltara la última palabra.

—Más respeto, mocosa —respondió mi mami, lo que me hizo reír y a ellas también, mientras me acomodaba en los pies de la cama, como perro desplazado—. ¡Mis piernas! —se quejó cuando por casualidad le aplasté las piernas con mis brazos.

—Es culpa de ustedes, yo debería ir al medio y en una cama más grande... Tengo dieciséis, debería ser respetada por todos en esta casa —bromeé.

—Despertaste chistosita... —habló mi mamá, con una sonrisa—. Viste, te dije que mi hija iba a tener mis modos —molestó a mi mami—. No como esta cosita de acá que se despierta con mañas —le comenzó a hacer cosquillas a Elisa, que comenzó a reír sin parar—. De tal palo tal astilla...

—Oye, hasta donde yo sé la que siempre despierta enojada en las mañanas eres tú —le respondió mi mami, riendo—. ¿Sí o no, Oli? —me preguntó de inmediato.

—La semana pasada nomás escuché un grito de alguien quejándose porque una tal Sam no encontraba nunca nada en la casa —reí, recordando el momento.

Mi mamá era terrible cuando estaba enojada, aunque siempre terminaba retando a Apolo o a mi mami porque, bueno, siempre ellos eran los que la hacían enojar. Yo casi no hacía nada mas que molestar a mis hermanos o a ellas, así que me podía salvar de los sermones de las dos.

—Moléstenme nomás —contestó mi mamá—. Tú deberías empezar a moverte porque te toca hacer el desayuno —le dijo a mi mamá, haciendo que se callara de un paraguazo—. Y tú no vas a poder quedarte mucho rato más porque tienes la entrevista en un rato más —me recordó.

No quería tenerlo tan presente durante la mañana, porque realmente me ponía muy nerviosa de tan solo pensarlo. Desde que era pequeña estaba acostumbrada a ver cámaras, focos y micrófonos en mi casa o sobre mis mamás, porque desde que comenzaron a hacer trabajos por su cuenta, como exposiciones de arte o investigaciones médicas, muchas personas comenzaron a interesarse en su trabajo y en ellas en realidad, como si en plena mitad del siglo veintiuno fuera sorprendente ver a una pareja de mujeres, con familia y éxito en el mundo laboral.

Al compás de mi historia (LGBT)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora