Candice era una adolescente con muchos amigos, pero error, no era una chica popular.
En cambio, Louis era ese chico rodeado de mucha gente guapa, los populares.
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Candice tenía dieciséis años. No era la chica nerd, pero tampoco conocida. No podía decirse que estaba en el medio, porque tampoco. La gente sabía su nombre, pero no causaba furor. La llamaban Candy, porque era dulce como un caramelo, ¿y a quién no le gustaba un caramelo?
Louis era un año mayor que Candice, tanto, que ya lucía algunos tatuajes en su cuerpo. Él era la envidia de todos los chicos que no estaban en aquel grupo: alto, guapo, con una gran personalidad. Era de aquellos que les gustaba emborracharse y fumar cigarrillos los días que podía.
Pero Candice, era esa chica que preferiría quedarse en casa los días grises y lluviosos tomando café y escribiendo en su portátil, en vez de quedar con sus amigos para ir al cine o dar una vuelta o ir a tomar una pizza. Aún así les quería, muchísimo, cómo sí fuesen su familia. Pero Candice amaba sus ratos de soledad.
A Candice le gustaban los sombreros, le gustaba ponérselos porque se sentía única y especial. No había muchos adolescentes que llevaran sombreros, y eso le gustaba. También le encantaba pintarse las uñas, aunque no supiera hacerlo del todo bien y casi nunca se las pintase.
Pero una de las cosas que más odiaba de ella misma era aparentar mucho menos de su edad real. La hacía sentirse inferior e insegura.
El chico de ojos azules prefería quedarse los días nublados en su local mezclando bebidas alcohólicas y liándose con la chica más guapa que encontraba por los alrededores.
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Candice se preparaba para ir al instituto. Su pelo color zanahoria le llegaba por la mitad de su espalda y finalizaba con marcadas ondas. Colocó un sombrero gris, a juego con sus zapatos, decorado con una pluma en el dorso. Cuando se dio cuenta y miró el reloj, corrió y corrió hasta la puerta de su escuela; llegaba tarde. Fue a empujarla, cuando esta rebotó contra su pecho: estaba cerrada.
Maldijo diciendo una palabrota. Le gustaba decir malas palabras, aunque la gente la miraba mal, porque era así cómo una señorita sueca (debido a sus sombreros de Suecia). Ella nunca llegaba tarde, era la primera vez que lo hacía y se sentía mal.
¿Qué iba a hacer ahora?
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Era miércoles y Louis iba tarde. ¿Algo raro? En absoluto. Cuando llegó a la puerta vio a Candy ahí sentada en el suelo, con su falda negra de vuelvo y uno de sus famosos sombreros. Su carita de inocente le transmitía paz. Y es que Louis tenía un pequeño secreto: siempre había querido hablar con ella. Era un chica que le llamaba especialmente la atención. Pero su reputación le echaba para atrás. Pero aún así, tenía mucha personalidad. Le gustaba hacer las cosas de un chico de su edad, pero también sabía escucharte y aconsejarte cuando lo necesitabas. Además de eso, leía. Bueno, leía revistas de motos, pero además leía el mismo libro una y otra vez: Coffee in the window.
El título, soñaba un poco... gay, por eso no lo decía a sus amigos. Él era una especie de macho alfa con aprobados raspados. Según él, obvio.
El caso es que la protagonista del libro, llamada Odett, era diferente, cómo Candice. Le gustaba leer y tomar café, jugar con su gato y salir a pasear, y eso en cierto modo le recordaba a la muchacha de pelo naranja.
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Llegó la hora del recreo, (tras estar media hora fuera, consiguió que abrieran) y Candice se sentó con sus amigos en un banco de mármol. Un sentimiento de vacío le recorría el estómago. Muchas veces se sentía así, pero no decía nada. Se sentía invisible. Y es lo que pasaba exactamente en ese momento.
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Coffee in the window → l.t {one shot}
Historia CortaCandice era esa chica a la que le gustaba escribir por las noches mientras tomaba café. A Louis le gustaban los cigarrillos. Los polos opuestos se atraen, aunque quién sabe si para siempre.