«Se cuenta que el primer rayo de luz, La Aurora, nació de la nada, hace eones; asoló un valle vacío y transformó la perpetua oscuridad en luz abrasadora, que se extendió y se extendió sobre sí misma, cubriéndolo absolutamente todo bajo su manto. Antes de ella no había nada: fue la primera. No tenía forma ni voz, pero su ser manaba de su propio interior y, de su brillo, nacieron Keres, la más amada, y Koros, el más testarudo. A su vez, estos dieron existencia con su mera presencia a Ae (amor), Temeo (desidia), Menaxis (soledad), Sílvéo (envidia), Faesis (orgullo) y Dóxes (ambición), entidades sin cuerpo ni voluntad más que la de la naturaleza que habitaba en ellos: se llamaban Prismas Arcaicos. Los hermanos, que se odiaron desde el principio y constantemente batallaban, fueron obligados a separarse el uno del otro, alejándose en direcciones opuestas y a la misma velocidad. Así, el tiempo comenzó a correr cuanto más se alejaba Keres de su madre, y el espacio comenzó a ensancharse a medida que Koros se acercaba a los límites del manto de esta. Ninguno de los dos podría volver a verse nunca, pero, como estigma de su último gran enfrentamiento, nació entonces el tercer hermano: Kosmos.
A pesar de ser el menor, Kosmos poseía todas las cualidades de sus dos hermanos mayores juntos: ateniéndose al tiempo y al espacio de estos, creó una dimensión propia a la que llamó como a sí mismo, y la convirtió en extensión de su cuerpo. La Aurora lo dotó de independencia y este dio a luz a cuatro hijas: Seerie, u Orden; Pómone, o Paciencia; Diarka, o Vida; y Prismos, o Destino.
La primera hija, Seerie, se ocupó de detener el desastre que imperaba en la creación de su padre, impidiendo que los Prismas Arcaicos se mataran entre sí y dando a luz en el proceso a otros, como Thastra (estrella), Limúla (charca) o Macro (caos). Esta nueva generación de Prismas, a los que, ya en los tiempos de la actualidad, se llamó Prísmulas, adoptaron formas físicas y se fusionaron en mundos vacíos y estériles. El nuestro se creó a partir de uno de ellos: Estiagión, o Tierra de Santos. Establecida la calma tras una guerra que la había devastado, Seerie encomendó a Pómone velar por esta estabilidad y desapareció, probablemente de retorno al núcleo del gran manto de La Aurora.
La segunda hermana, que se había enamorado sin remedio de Estiagión, concedió a este el don de la tolerancia y la benevolencia y lo favoreció por sobre todos los demás. Así mismo, Diarka, que era la que más se asemejaba a la primera luz de entre todos sus parientes, y Prismos, que había nacido con habilidades proféticas (es decir, que podía ver a través del tiempo de Keres), se convirtieron en amantes: de su amor irrefrenable nació Enthear, o Muerte, que, tal y como una visión de su progenitora había predicho, detestaba a Diarka hasta el punto de procurar contradecirla siempre que podía. Por culpa de las catastróficas disputas que se creaban entre ella y su madre, Enthear fue enviada al mundo que se había creado a partir de la fusión de Estiagión, esperando que los dones de su tía hicieran efecto y amansaran su carácter. Pero la naturaleza de Enthear era incontrolable y demasiado calamitosa, amenazando con autodestruirla en cualquier momento y acabando también con el universo apaciguado.
Kosmos, disgustado, ordenó entonces a Diarka y Prismos que controlaran a la joven Enthear, así sellándolas en esa tierra y dotando ese mundo de vida, de persistencia y de caducidad, estéril tiempo atrás. De aquel páramo habían surgido, además, los hijos que Pómone había tenido con Estiagión, a los que se llamó Dioses y que nacieron con la gracia de controlar a los Prismas de manera natural, quizá resultado de su herencia directa, coronando el erial como Tierra de Santos.
Los Dioses adoptaron nombres propios para diferenciarse los unos de los otros y, producto de su inmenso poder y tranquilo carácter que habían desarrollado por la bendición de su madre, crearon un mundo singular permanentemente conectado al mundo de Estiagión pero mucho más alejado de los confines del manto de La Aurora, al que pusieron el nombre de Parsis. Se establecieron en él y la influencia que ejercían sobre los Prismas floreció en este; sin embargo, antes de marcharse de Tierra de Santos, hicieron un último regalo a aquel que había sido el lugar que los vio nacer: dieron vida a flora y fauna, a los Humanos y a los Zeilas para que cuidaran de sus tierras, a las Sirenas para que habitaran sus mares, y a los Dragones, las Sílfides y los Azules para que guardaran sus secretos. Entrelazaron estas razas entre sí y les brindaron el regalo de la libertad, sabiendo que estaban sujetas a los ciclos de Diarka, Prismos y Enthear, y que vivirían vidas cortas llenas de viajes e historias, pero que finalmente acabarían por morir. Velaron por ellos, favoreciendo a unos u otros en sus guerras, ayudándolos a establecer sus ciudades y previniéndolos de abundantes cosechas, siempre desde su eterno confinamiento y soledad, y los primeros mortales los adoraron como aquellos que habían sostenido sus cimientos.
Pero con el pasar de las eras, las hazañas de los Dioses se habían transformado en leyendas, y solo unos pocos de entre millones clamaron haberlos visto: hablaban de espíritus, de viejas canciones susurradas por el viento y de marcas que nunca se borraban.»
El mundo es extraño.
—MW.
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La quimera
FantasyAtención: este relato contiene abundantes escenas gráficas poco recomendadas para personas sensibles. «Y Aster cayó empujada desde los cielos por su propia sangre, mas la prisión terrenal a la que fue encadenada solo alimentó la fiereza de sus ojos...