"Y SE ATREVIÓ A LEER"

Capítulo 3

Y SE ATREVIÓ A LEER
Capítulo 3
Por: Limna Soto

— Aquí está bien, George. Creo que mejor me voy al departamento. La peluquería puede esperar para mañana. Quiero ver si logro llegar antes que Candy para recibirla con la cena... la pobre ha llegado muy cansada últimamente.

— Como digas. Cuídate mucho, por favor, muchacho. Fue un verdadero elixir volver a entrar a esa oficina principal del corporativo con su único y absoluto dueño dentro.

— Muchas gracias, George. Disculpa mis imprudencias de todos estos años. Y no te preocupes... ya te prometí que había madurado, y me portaré a la altura de esa madurez — dijo mientras bajaba del auto, se giró y le extendió la mano, como sellando la promesa. — Mientras sepa a Candy sana, salva y tranquila, no hay porqué tomar más decisiones impulsivas.

— Y ahí está de nuevo el pequeño gran detalle... ja, ja, ja. Está bien, William, trataremos de tener muy cuidada a la Señorita Candy, porque por ende te tendremos cuidado a ti. Nos vemos mañana, ¿verdad? La señora Elroy querrá más que solo la llamada de hoy, así que seguro habrá que ir a verla apenas regrese de Lakewood.

— ¡Por supuesto! Te veo en la mañana. No mandes por mi. Yo puedo llegar perfectamente bien, y la caminata me sirve de ejercicio. Y si... habrá que ir a ver a mi tía ya que llegue a Chicago.

Y se fue el buen y gran amigo George. Estaba que no cabía de gusto por la llegada del Patriarca. Habían sido centenas de días en una constante e infructífera búsqueda, y hoy al fin había aparecido. Y para colmo, siempre había estado en la misma ciudad... excepcionalmente bien protegido y acompañado por "la niña de sus ojos", quien de niña ya no tenía nada, y que había pasado a ocupar un lugar demasiado especial en su vida y corazón, si es que se pudiera aún más. Si, tal como George había vaticinado desde hace años, Candy se terminó colando en el alma de William, ¡la tenía clavada hasta en la médula!

Albert llegó a su hogar, su todavía hogar. Pronto dispuso algo para la cena. Era muy bueno aun e improvisando algo en la cocina. Hasta unos simples sándwiches era capaz de convertir en una tremenda suculencia, con la que su Candy terminaba chupándose los dedos, complacida. Y esa tarde-noche, optó justo por eso.

Entró a la regadera. Mientras se duchaba, pensó y rogó al cielo que fuera capaz de disimular lo que hasta ahorita leyó de ese bendito Diario. Ese osado primer beso que le dieron y todo el contexto en el que sucedió, realmente sacaba la peor parte de él. Pero había resuelto que no debía afectarle tanto, pues tal como George había dicho, eso pasó hace casi 3 años. Además, confiaba en que Candy ya había madurado y se sentía con toda la seguridad del mundo como para no tolerar de nuevo un trato así.

Por otro lado, no haber sido él quien le diera su primer beso, no le mortificaba demasiado. Era un hombre de pensamientos muy adelantados a su época y de mucho mundo; aunque no de muchas mujeres. El peso y responsabilidad de su posición en la sociedad y de portar el nombre que llevaba, siempre le hizo medir demasiado bien el trato que daba y recibía de las damas. En todo su vagar por el mundo y ahora que había recuperado sus recuerdos, le retumbaban en su mente las extraordinarias enseñanzas que Rosemary le dio: "Bert, a la gente de nuestro círculo le importa demasiado el qué dirán; pero se olvidan de lo más importante. Te exhortarán a que cuides tu reputación y la de las chicas con las que te relacionas; pero aún eso puede recuperarse con unos miles de dólares, o con un exilio temporal a otro lado. Más bien, cuida de no dejar un corazón roto, mi querido Bert. Ese es un cargo de conciencia terrible. Ver o saber que alguien te amó de una forma en que tu no pudiste corresponder, y que eso le cause tanto dolor, es una asfixia perenne toda tu vida". Y era verdad... nadie pudo decirlo con más conocimiento pleno que ella. Y ahora que lo pensaba, podía asegurar que nunca había hecho nada por lastimar de esa forma a una mujer.