Capítulo 1

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Sus enormes manos apretaban con fuerza mis muslos, elevándome del piso y descargando su fuerza contra la pared del pequeño apartado. Escuchaba como del otro lado un tal Bob era un rey con la lengua, o eso decía su acompañante. En mi caso no sabía si se llamaba Bob o Alberto, poco me importaba. Él parecía estarlo pasando bien, su respiración agitada sobre mi cuello y el acelerado ritmo que llevaba, casi desde el arranque hacía tan solo cinco minutos, así lo hacían ver. Aunque yo de eso poco me enteraba.

  Apenas entramos se me tiró encima. No me estoy haciendo la puritana pero al menos esperaba un calentamiento. Yo pretendía, no sé, jugar un poco antes con las manos, con la boca. No estaba tan excitada como para eso, lo cual lo volvió un poco incomodo pero por suerte no duró mucho.

  Cuando note que ya estaba por acabar hice lo mío para que no se sintiera mal. Lamentablemente ha sido más las veces que he fingido un orgasmo que los que lo he tenido.

  —Eso estuvo genial —dijo mientras se subía los pantalones.

  —Genial —dije y me dispuse a bajarme el vestido, tomar la cartera e irme.

  Escuché que me preguntaba cuándo podía volver a verme pero no le di tiempo a terminar la frase que se escuchó el golpe seco de la puerta al cerrarse detrás de mí.

  —Bloqueado —me dije.

  No importa que se vean en la foto de perfil como en una campaña de bóxer, no me dejaré engañar nunca más, investigaré más sobre sus habilidades. Quién sabe, quizás sea mejor que tenga sexo virtual antes de verlos en persona. Encima olía bastante mal, aunque eso no lo voy a averiguar con la cámara del celular. Ya es hora de que los celulares inventen algo así, nos ahorraría muchas decepciones, y traumas.

  Pero vamos a ver lo positivo, por lo menos es el de la foto. No siempre tengo esa suerte.

  —¿Cómo estuvo, hermosa? —escuché desde la barra.

  —Ni me preguntes, Mike. No quieres saberlo.

  —¿Tan mal estuvo?

  Viré los ojos.

  —Ven, preciosa. Acompáñame con un trago, la casa invita.

  —No creo... él está por salir y no quiero que se me pegue.

  —No te preocupes —dijo—. Anthony, encárgate de la 22.

  Tony descansaba en un sillón rojo, que parecía ser bastante incomodo, al lado de la puerta. Se balanceo de un lado al otro juntando fuerzas para afrontar la última hora de trabajo. Se quitó el sudor de la frente y se encaminó hacia el apartado 22.

  Al abrir la puerta de vidrio opaco se llevó puesta la cara de mi acompañante que estaba por salir con celular en mano. Escuchaba como el mío vibraba, me estaba escribiendo. Me di la vuelta en el taburete mirando a otro lado para que no me viere, algo poco probable porque a esa hora ya casi no quedaba nadie en el lugar, y lo silencié.

  «Qué pelotuda, lo tuve que haber hecho apenas salí», me reproché.

  —¿Pero qué te pasa? —preguntó indignado tratando de parar la sangre que brotaba de su nariz    —. Vine con alguien, espera... Una mujer de vestido rojo...

  —No he visto a nadie —. Tony lo tomó por el brazo y antes de que se le ocurriera decir algo más lo lanzó afuera del lugar.

  Creí escucharlo caer en el asfalto, o tal vez lo imaginé.

  —¿Cómo anda Greg? —le pregunté a Mike para cambiar de tema.

  Mike es demasiado bueno para ser real. Alto, moreno, la camisa negra no puede ocultar su atlética figura, labios carnosos y un marido llamado Greg. En esta vida nada puede ser perfecto.

  —Bien, en casa. A esta hora debe de estar por levantarse. Voy a pasar por alguna cafetería para llevarle el desayuno. Hoy hay junta de padres, necesita fuerza para sobrellevar todo eso.

  No podía ser tan perfecto, aunque no fuera bueno en la cama me quedaría con él. O al menos lo intentaría. Lo que cuenta es la intención, ¿no?

  —Qué suerte tiene Greg.

  —Y yo de tenerlo a él. Aunque a veces su mal humor lo supere. ¿Sabes cómo lo llaman en la preparatoria? Shrek. Hace unos días, a cinco chicos, les hizo limpiar todo un grafiti que lo representaba a él como Shrek y a la subdirectora como Burro. Imagínate cuando llegó a casa, oí su mal humor desde la cocina. Aquí tienes un Whisky doble, para olvidar las penas.

  Tomé el vaso y le bebí dos tragos; largos. Ya había tomado uno, dos o tres antes. No lo sé, ya no me importaba, llegué en un taxi y de esa forma lo haría. Miré alrededor y que la gente se estaba marchando.

  Le conté a Mike de mi infructuosa cita. De cómo había gastado toda la noche en 5 minutos y de las ganas de encontrar a alguien con quien saciar todo lo que sentía. Había estado muy ocupada con el trabajo en las últimas dos semanas y no había tenido tiempo de darme lo que necesito. Hoy ya era domingo, el peor día de la semana, y en lugar de tener una gran noche e irme a la cama cansada de goce, me iría a abrazar la almohada y a mi querido consolador. Mike se partía de la risa, sobretodo porque él me lo había regalado en mi último cumpleaños; el número treinta y cuatro. Me dijo que era para que tome mejores decisiones, aún sigo sin entender que quiso decir. Sin personas como yo no tendría trabajo, este era el boliche más famoso en lo que tiene que ver con sitas de una noche.

  Un lugar a media luz, con escenario para bailarines y bailarinas semidesnudas y los apartados VIP que se pagan por hora. Apartados para estar tranquilos y disfrutar de bailes especiales y algunas otras cosas más si se daba con el precio justo. Es un lugar muy popular en la noche, aquí lo conocí, así nos hicimos amigos de la noche, como dicen por ahí.

  Miré el celular, eran las seis y media de la mañana y Anthony corría a los rezagados con sus dos metros de altura y musculosos brazos, que compensaba una pansa cervecera oculta tras la chaqueta negra. Mike lavaba los últimos vasos.

  —Listo, jefe —gritó Tony cerrando la puerta tras la última pareja que se retiraba susurrando algunos insultos.

  —Genial, puedes retirarte.

  —Nos vemos, Andy.

  —Que descanses Tony —dije.

  —Andy, ¿te llevo?

  —¿No te importa?

  —No, claro que no. ¿Qué tienes planeado para hoy? ¿Algún otro encuentro?

  —No, no hoy ya no. En la tarde voy a ver a mi madre, por cómo se oía en el teléfono parecía que estaba enojada. Hoy no es mi día, Mike. Espero que te vaya mejor a ti. 

Lo prohibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora