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Vamos a Pintar Estrellas

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El día en que lo había conocido, parecía haberse tatuado en su mente, ese y todos los recuerdos que tenía de aquel sonriente chico de radiante sonrisa y voz bulliciosa

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El día en que lo había conocido, parecía haberse tatuado en su mente, ese y todos los recuerdos que tenía de aquel sonriente chico de radiante sonrisa y voz bulliciosa.


Aún era pequeño cuando lo conoció, poco era el tiempo que llevaba en aquel lugar que su, ahora, padre había catalogado como su nuevo hogar. Sus padres no se habían casado hace mucho, por lo que, hasta ese momento, siempre había sido él y quien consideraba su madre, viviendo en un lugar lo suficientemente alejado de la ciudad, junto a otras personas, la mayoría ya mayores, desconocía si había parentesco sanguíneo entre todos, pero tanto su madre como él podían considerar a esas personas su familia, y tal como una vez escucho decir a su madre, la familia no siempre es la de sangre, es la que uno elige.

Sus primeros días en aquel nuevo hogar fueron solitarios, no estaban sus tíos ni sus primos, todo parecía tan silencioso, que las risas de su madre podían escucharse por toda la vivienda, era aburrido, no lo iba a negar. Su nuevo hogar se encontraba en una residencia lo suficientemente grande, como para que hubiera otras dos edificaciones, en las cuales, escuchando a sus padres, descubrió que en una vivía su abuelo y su tío, quien al parecer era el líder familiar. Esa era la casa principal. La tercera, era, más bien, un lugar donde se impartían clases especiales, las cuales él tomaría junto a otros niños y chicos que compartían apellido, pero no sangre del todo.
Un día, no mucho después de su llegada a ese lugar, se había perdido en lo que parecía un pequeño bosque que había entre su hogar y el resto de la residencia, iba tan distraído, intentando leyendo un libro de cuentos que su padre le regalo, que apenas pudo reaccionar cuando llego a un puente de piedra que unía la zona en la que estaba, con un hermoso jardín lleno de flores, arbustos y árboles. En aquel momento se asustó, no iba a mentir, recordaba bien a sus padres diciéndole que no se aleja o fuera a uno de los otros lugares solo. Pero su miedo no duro lo suficiente, cuando vio una cabellera oscura cual noche, sujeta en una pequeña colita que revotaba ante los saltos de su dueño, acompañada de unos ojos que parecían piezas de jade florecientes ante la luz del amanecer, y una aniñada sonrisa que hizo su inocente y pequeño corazón revolotear. Aquella persona no parecía ser mayor que él, al contrario, parecía una niña no mayor de cuatro, un año menor que él. Iba a alejarse antes de ser visto, pero aquella niña no se lo permitió, pues en un momento chocaron miradas y, aquella, no tardo en saludarlo, incluso cuando aquel riachuelo los separaba.

—¡Hola!... ¡E-espera! ¡No te vayas! — Recuerda haber oído, deteniendo así su intento de huida. Al ser llamado, no tuvo más opción que darse la vuelta y ver a la niña ante él.

Aquella persona vestía un suéter blanco, acompañado de unos pantalones aparentemente de mezclilla desgastada, clara. Con unos zapatitos blancos, que ya se veían algo sucios, al igual que su suéter, por estar en aquel jardín. Viéndole, suponía que su cabello era algo largo, pues lo recogía con una pequeña colita que danzaba junto a la brisa primaveral que los rodeaba.

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