Crisantemos y atardeceres

6 0 0
                                    


Sarah se dirigía de vuelta a su hogar después de terminar su compra en el mercado. Ella, a quien una vez la consideraron la abuela de todos los habitantes de la villa cariñosamente, caminaba sola y con la mirada perdida. A cada paso que daba se le sumaban los murmullos mal disimulados de las personas, como si pensaran que sus oídos no servian. Aunque podía escuchar claramente lo que decían, no les prestaba atención y seguía su camino de vuelta a donde su esposo. Ya fuera del pueblo y adentrándose al bosque, vio a su lado caminar una sombra del tamaño de un joven muchacho. Su ritmo de caminar no se afecto, ni siquiera su respiración. No era la primera vez que lo veía, llevaba más de un mes acompañándola en su camino de regreso a su casa. Las primeras veces había intentado contarle a su esposo, pero este no le creyó y la acuso de estar viendo cosas que no existen. Por lo tanto ahora cada vez que aparecía lo ignoraba y seguía su camino.

Cuando llego a su puerta miro hacia atrás y la sombra ya no estaba, como de costumbre. Fue, entonces, a la cocina y se dedico a preparar la cena. Nuevamente perdida en sus pensamientos, a la vez que cortaba las verduras, se cuestionaba como fue que todo termino tan mal, como de ser querida por el pueblo ahora es el chisme de toda conversación. Nada se puede hacer ya, pensaba Sarah, para remediar el pasado; solo quedaba seguir existiendo. Echo las verduras a hervir y fue a sentarse en su mecedora a esperar a que estuvieran listas. Sin nada más que hacer, mas que menearse de al frente hacia atrás, miro por la ventana y vio el sol ocultándose. Mucho tiempo estuvo observando al sol ir lentamente bajando, este era uno de los pasatiempos que le brindaba paz, y más en tiempos como los que estaba viviendo.

La puerta de atrás se abrió de repente, su esposo, Euracio, había regresado. Antes de irse a bañar saludo a su esposa con un beso en la frente y le dijo:

- ¿Cómo te fue hoy?

- Ya sabes,- respondió Sarah, - un día menos.

Euracio dio un suspiro y con eso se fue al baño. Sarah, mientras, fue a la cocina, apago la estufa y sirvió todo para que pudieran comer los dos. La mesa estaba ya puesta para cuando volvió su esposo, ambos comieron mientras Euracio le contaba de cómo había sido su día. Sarah lo escuchaba, no dejaba de sorprenderle lo capaz que había sido para seguir con su vida normal, como si aquel día no hubiera pasado nunca. Aunque su cara reflejaba tranquilidad, por dentro la carcomía un rencor eterno con el cual aun no había aprendido a lidiar. Escuchar su voz aun la hacía enfurecer, aunque quisiera ella gritar y maldecir sabía que no le convenía al momento.

Ya era noche cuando terminaron de comer, Sarah fue a limpiar los platos mientras que Euracio fue a dormir. Mirando por la ventana mientras fregaba vio a la sombra de nuevo, cosa que nunca había pasado. La sombra solo aparecía de día, jamás la había visto de noche, pero allí estaba, parada frente a la casa y mirándola directamente. Sintió un escalofrio por todo el cuerpo, ya no podía seguir ignorándola. Soltó los platos y, antes de salir, reviso a su esposo para asegurarse que verdaderamente estuviese dormido. Los ronquidos provenientes del cuarto fueron la respuesta a su pregunta y, sin más, salió a enfrentar la sombra.

Más escalofríos fueran formándose mientras más se acercaba, pero algo la empujaba a seguir caminando hacia ella. Cuando estuvo al lado de la sombra esta la llamo de una forma que jamás pensaba que volvería a ser llamada, ni sentía que merecía. Quería responderle pero las palabras no salían de su boca; la sombra tampoco se quedo a esperarlas y empezó a caminar hacia dentro del bosque. Sarah siguió la sombra, pasaron por muchos árboles, por encima de un riachuelo hasta llegar a aquel lugar, donde estaba enterrado su hijo.

- Mama. – , la llamo la sombra otra vez.

Sarah sintió como perdía toda la fuerza en sus piernas y cayó de rodillas al piso. Lagrimas, quejidos y suspiros salían de ella como si hubieran estado contenidos por años. Ahora podía ver la sombra por quien realmente era, su hijo. Le suplico perdón hasta agotar sus fuerzas, aun sabiendo que no lo traería de vuelta. El hijo se puso de rodillas y abrazo a su madre, ni en sus últimos segundos de vida la considero culpable, y menos ahora. A pesar de esto la perdono, sabía que era lo único que la podría recomponer, el recibir el perdón de su hijo perdido. Ya cuando Sarah logro calmarse, su hijo, Adrian, le explico por qué aun seguía aquí. Su alma estaba aun atada a su cuerpo y no podía pasar a su próxima vida hasta que terminara con lo que se había propuesto. Sarah comprendió lo que debía de hacer, pero no de la forma en que su hijo esperaba. Se levanto del suelo y emprendió el camino de vuelta a su casa. Ya no tenía temor, todo rastro de el había sido cambiado por uno de justicia divina. Rápido llego a su hogar fue al sótano, de donde saco la caja que una vez le había pertenecido a su hijo. En ella estaba toda la evidencia necesaria para acabar con todas las personas de poder de su barrio. Jamás se había atrevido a abrirla pero esta vez era diferente, ahora su contenido tenía un valor diferente para ella. Se sorprendió cuando, al abrirla, encontró un solo sobre con lo que parecía una memoria USB. Sin perder más tiempo, tomo el sobre y anoto la dirección a la que sabía que residían personas que serian capaces de hacer las noticias volar. Al comienzo del próximo día, luego de que su esposo se fuera, comenzaría la próxima parte de su plan.

Ya de mañana, al levantarse su esposo no estaba, como era de costumbre. Sarah rápidamente se preparo y salió de su casa. De nuevo pasando por el pueblo escucho los mismos murmullos de siempre, pero estos ya no le afectaban de la misma manera. Tomo uno de los autobuses que salía al barrio vecino al suyo y se sentó en la parte de atrás. Durante el camino pensaba una y otra vez lo que haría cuando llegara su esposo en la tarde, casi que se sentía hasta ansiosamente feliz por que ya sucediera. Si le venían momentos donde dudaba si era capaz de hacerlo, pero los recuerdos con su hijo eran lo necesario para hacerla caer en cuenta de que si, era la única manera de hacer lo correcto por él. Cuando el conductor anuncio la llegada a su parada, Sarah bajo rápidamente pero no sin despedirse cálidamente del conductor, uno de los pocos que aun la trataba con una pizca de respeto. Camino hasta el servicio de correo de ese barrio. Allí la atendió un joven quien cuando vio la dirección de la carta comprendió de que se trataba el contenido de ella. Salió por unos segundos de su oficina a llevar la carta al medio por donde sería enviada, cuando volvió le murmuro a Sarah;

- Gracias, sabemos lo que esto significa para usted y para él.

- No tiene ni idea, que tenga buen día. -, le respondió ella y salió.

Antes de volver a la estación de autobuses, y como tenía tiempo de sobra, decidió pasearse por los diferentes negocios del barrio. Uno en particular llamo su atención, era un museo de pinturas de artistas locales. Entro y, después de mirar varias, una en particular llamo su atención. Era una donde mostraban un bosque, donde, alrededor de un riachuelo, estaban plantadas azucenas y crisantemos. Encima de estas se levantaba un bello atardecer y se podían ver aves en el. Bastante rato estuvo mirando esta pintura, casi que la quería comprar pero sabía que sería un desperdicio, mejor sería dejársela a alguien que le sacara provecho. Saliendo de la tienda vio al otro lado de la carretera una panadería, y como aun le quedaba una hora para aprovechar decidió ir a comer algo. El aroma a pan y donas recién horneadas llevo su mente a momentos más felices, en los que se vio reflexionando después de pedir su orden. Las donas glaseadas en el estante le recordó de las veces cuando su hijo compraba varias y las compartía con ella en la cocina, a la vez que tomaban un café o chocolate caliente. Fue en uno de esos compartir cuando su hijo le confesó lo que estaba planeando hacer, cuanto deseaba ahora haberlo detenido si eso hubiera significado tenerlo aun con vida junto a ella. En aquel momento le había dado su apoyo incondicional, pero le pidió que tuviera cuidado. Su hijo le respondió que no importase lo que pasase, siempre la cuidaría desde donde fuera. Una lagrima escapo de los ojos de Sarah, y más cuando recordó el abrazo de la pasada noche. Ya su pedido estaba listo, y mientras comía y miraba por la ventana hacia el cielo pensaba en como ahora le tocaba a ella terminar lo que su hijo empezó, cueste lo que cueste. Cuando termino con su comida, la arrojo a la basura y salió en camino a la estación. Ya su autobús había llegado, de nuevo se sentó en la parte de atrás y cerro sus ojos, intentando concentrarse en los recuerdos de su hijo que le traían alegría.

Ya en su barrio, Sarah bajo del autobús y tomo el camino de vuelta a su casa. Esta vez cuando la sombra, su hijo, apareció no lo ignoro. Hablaron por el camino, y antes de entrar a su casa Sarah prometió volverlo a ver. Dentro hizo todo como de costumbre, preparo la cena, se sentó en su mecedora y espero por su esposo. Cuando por fin llego, preparo la mesa y se sentaron a comer como de costumbre. Euracio, después de cenar, se levanto y fue a su cuarto, como siempre, a dormir. Esta vez Sarah no limpio los platos, sino que espero a escuchar los ronquidos de su esposo para encender todas las hornillas y dejar que el hogar se llenara de gas, lo cual no tardo mucho por su tamaño. Antes de tomar el encendedor miro por la ventana y lo vio parado allí, pero ya no como sombra, sino como su hijo. Sarah soltó un suspiro y con lágrimas en los ojos se despidió con la mano de su hijo, el cual, con lágrimas también, le devolvió el gesto. Su hijo sabía lo que iba a pasar, y aunque no le gustara del todo, entendía que no había marcha atrás.

Sarah fue al cuarto donde su esposo dormía y a voz alta lo levanto. Euracio, sobresaltado y confundido, exigió una explicación. A lo que Sarah le dijo;

- No pudiste vivir con tus actos, se te acumularon tanto que no tenías escapatoria. Y en vez de responder por ellos decidiste matar a lo único que me daba vida, a nuestro hijo, porque el si estaba dispuesto a hacer lo que tu no. Eres un cobarde que merece arder antes de llegar al infierno.

Euracio comprendió la situación, pero ya era muy tarde. Sarah uso el encendedor y con eso surgió una de las más grandes explosiones que el barrio haya visto.



- Mama...

- Hijo... 

Crisantemos y atardeceresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora