El origen de la tragedia de mi vida se halla justo en el entendimiento incompleto -o desentendimiento parcial, si se prefiere-. Situaciones de mutua complicidad que no habrían perdurado si yo no hubiera sido tan cerrado y negado a tratar -por orgullo unas veces y otras por miedo-, y si la contraparte -quizás en una misma situación que yo- se hubiera aclarado satisfactoriamente. Es ahí donde por motivos casi de supervivencia me veo obligado a desgarrar el cómodo telón de silencio absoluto, y con ímpetu soltar al aire mi oxidada voz con palabras que reafirman mi autoridad individual. El terreno que tanta incomodidad cernió sobre mí, me recuerda que es indispensable y al buscarlo con el mismo brillo que solía albergar, lo arrastro de vuelta hacia mis brazos. Sangro al contacto, pero en sacrificio a las luces que peligran de extinción.