Capítulo 6

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"Nothing Else Matters"

Inframundo – Corte del Silencio.

Agosto, 10 de 1748

Todo finalmente había acabado entre la caótica guerra entre el Dios del Inframundo y la Diosa de la justicia, quedando esta ultima como victoriosa, donde los seres humanos podrían preservar la paz que ellos tanto aclamaban, pero que otros no eran capaces de ver. Mientras que los Espectros ya fallecidos con sus poderes encerrados en cada cuenca de aquel dichoso rosario, permanecían en un letardo que parecía ser perpetuo, hasta que el alma de Hades regresó a su sueño profundo en las profundidades del Inframundo a donde pertenecía. Fue en donde cada uno de sus súbditos pudieron volver a despertar, encontrando que habían regresado y que la Guerra Santa estaba perdida...

Nunca había sentido una ira tan demencial como en el instante que su conciencia se despertó nuevamente en el hueco de la oscuridad, sin portar su Sapuri, solo con la túnica de Juez como remplazo. No tardó mucho tiempo en percatarse que había muerto, y eso solo desencadenó que una rabia burbujeara en su interior, puesto que había fallecido de la peor manera que creía posible...

En mano de un maldito Santo de Athena.

Totalmente furico, no había salido de su Corte, ni siquiera había ojeado los libros que aún seguían llenándose con los registros de muertes humanas. Lo único en que podía pensar era que su venganza no había sido ni la sombra de lo que había planeado tan sanguinariamente en un principio, solo había fracasado patéticamente... la humillación lo dominaba, y aún peor, aquel dolor al recordar esos ojos rojizos que jamás volvería ver lo dejaba con una sensación amarga, avivando las llamas de su ira.

A esas alturas ya no podía encontrarla, ella hacía mucho tiempo debió de haber cruzado el río con Caronte, para luego ir a un lugar donde no podía alcanzarla.

Ese hecho lo enloquecía de una manera inimaginable, agregando el detalle de haber fallecido cuando apenas había empezado a descargar su furia era simplemente inaceptable... Ciertamente la Guerra Santa ya había culminado, pero a él ya le daba igual, puesto que estaba inmerso en su propia desdicha. Solo esperaba que todos hubieran perecido y de la forma más horrible posible, para que ellos mismos percibieran en carne propia lo que se sentía, sobre todo los guerreros de la Diosa de la Justicia.

No supo cuánto tiempo transcurrió desde que había regresado a sus dominios, había permanecido sentado en su propio trono de la corte, y en el escritorio yacía olvidado uno de los libros de registro. Tamborileó con sus dedos la superficie del apoyabrazos, mientras sus ojos miraban fijamente el tomo, porque allí, en alguna parte de sus hojas entre miles de nombres de seres humanos fallecidos, se encontraba seguramente el nombre de ella, escrito en tinta negra con letra fluida y elegante. Pero era incapaz de abrir sus páginas para comprobarlo... no sabía de lo que sería capaz de hacer si miraba por sí mismo su nombre allí. Lo más probable es que desintegraría el maldito libro hasta que no quedara más que puras cenizas.

Frustrado por toda esa mierda, se levantó con disgusto en un movimiento brusco, estrellando con fuerza su puño en la superficie del escritorio aun lado del gran tomo; astillando la madera. Al tiempo que inclinaba su cabeza al punto que su flequillo ocultó sus ojos, y sus hombros temblaron de rabia pura.

¿Cómo era posible que él, uno de los tres Jueces más poderosos de todos, hubiera acabado vencido de esa manera tan denigrante?

Los odiaba, odiaba a cada uno de los malditos habitantes del mundo humano. Y ni siquiera había tenido la oportunidad real de desquitarse, dejando tanto su venganza como su participación en la guerra como algo prácticamente nulo.

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