Capítulo 42.

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20 minutos después.

Tenía apoyada mi frente sobre mi brazo, alcé la cabeza enseguida cuando oí a Julieta regresar. No podía creer que me había dejado solo tanto tiempo y en esa posición.

—Abre la boca —dijo ella y lo hice.

El chocolate se derritió en mi lengua, ella me dio dos trozos más antes de alejarse.

Presté atención a lo que sucedía a mí alrededor, y allí lo escuché. El zumbido y la humedad. Abrí la boca al saber que Julieta se estaba masturbando y al oírla, otra vez me puse duro.

Tragué al oírla jadear, cada vez con mayor intensidad, y cuando ella gritó al alcanzar su liberación me moví levemente.

Unos minutos después ella estuvo detrás de mi otra vez. Solo que no esperé ser golpeado en mi trasero. Ella me estaba azotando con una pala, esto dolió más que la última vez. Solo que otra vez, luego de unos segundos, lo comencé a disfrutar.

Ella lo hizo quince veces antes de detenerse y apoyar su frente contra mi espalda. Ambos respirábamos agitadamente.

Cuando ella se alejó de nuevo me quejé, ¿por qué rayos no me decía nada?

Julieta liberó mis manos, las cadenas se estrellaron contra el suelo. Moví mis brazos dormidos lentamente y me tragué una mueca.

—Ponte de pie.

Tuve que apoyar ambas manos en la silla para lograrlo.

—Ven —dijo ella con más suavidad y agarró mi mano para guiarme por el lugar.

Cuando nos detuvimos ella me quito la venda. Parpadeé ante la repentina luz y miré alrededor antes de observar el piso.

Julieta se alejó y apareció frente a mí con el tubo de lubricante en su mano, supe enseguida lo que significaba y Dios, lo quería, tanto que me avergonzaba.

Jadee cuando ella tocó mi hombro y pasó sus dedos por mi espalda.

—Dos horas —me dijo tranquilamente—, has soportado dos horas.

, pensé, y algo me decía que si hubiera estado con otra mujer no hubiera soportado ni diez minutos. Solo a ella le había dado ese control, ese poder sobre mí. Y no estaba para nada arrepentido.

—Te vas a subir a la cama —dijo y movió una mano hacia mi cadera y luego hacia mi vientre, tragué tenso y seguí mirando el piso—, y a acostarte en el centro con los brazos y piernas extendidos.

Asentí rápidamente.

Me moví y me arrastré lo más orgullosamente posible que pude sobre la cama. Me recosté de espalda y luego de ponerme en la posición que ella quería la sentí volver a atarme. Suspiré. Ahora estaba amarrado a la cama, con mis brazos y piernas extendidos.

Julieta se posicionó entre mis piernas y tocó mis muslos, luego subió hasta mi polla y la agarró con una mano. Jadeé sin poder evitarlo y apreté los labios con fuerza.

Luego cerré los ojos cuando sentí su dedo húmedo acariciar alrededor de mi ano, probando mi resolución otra vez. Quería gritarle que dejara mi culo en paz, mi orgullo me lo pedía. Pero la otra parte, esa vocecita en mi cabeza, una ahora más fuerte, me pedía que abriera la boca solo para rogar que lo hiciera, que usara todo de mi sin tapujos ni vergüenza, que no se detuviera y me privara de sus caricias.

Esta vez ella me acaricio más lentamente, con ambas manos de una vez. Me hizo jadear y gemir en pocos segundos y correrme en otros más. No me torturó como antes, esto me pareció más un premio que un castigo. Sobre todo, al sentir su boca sobre mi.

Sus caricias fueron tan lentas, tiernas, delicadas, que cuando ella me dejo ir arquee mis caderas hacia su boca y gemí. Mi cuerpo se estremeció como una hoja en pleno invierno antes de desplomarse sobre la cama.

Ya no puedo más, pensé.

Ella se movió sobre mi cuerpo, llegó a mi rostro y observó mis ojos detenidamente.

—¿Quieres que me detenga? —preguntó.

Oh Dios, pensé, no, no quería que se detuviera.

Negué suavemente con mi cabeza.

—No, señora—. Mi voz sonó ronca y baja. Al verla sonreír de esa forma que hacía a mi corazón saltar, quise tocar su rostro, las amarras me detuvieron enseguida.

Julieta besó mi mejilla y susurró.

—Duerme, he acabado por hoy—. Suspiré y moví mi rostro hacia ella.

Cuando nuestras bocas se encontraron la besé con intensidad, pero de esa forma tranquila, de esa forma que solo lo hacen los que saben que podrán volver a hacerlo al día siguiente y al que sigue a ese.

Ella se alejó y me miró.

Ya no tenía dudas, amaba a esa mujer y quería tenerla a mi lado el resto de mi vida.

Completamente SUYODonde viven las historias. Descúbrelo ahora