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Dazai esperó pacientemente a Chuuya desde las seis de la mañana.

¿Estaba emocionado?  Por supuesto. No había visto a su amigo desde hacía medio año, veinte notas de voz no eran igual a tenerlo frente a él y molestarlo.

Cerca de las diez logró verlo corriendo hacia él.

Se veía agitado, un poco pálido y su cabello estaba desordenado, pero eso no le impidió sonreír a Dazai.

Osamu sintió su corazón latir más rápido al verlo.

—¡Chuuya! —gritó con voz emocionada, levantándose del columpio donde había estado esperándole — ¡No has crecido nada!

—¿ah? No todos podemos ser jirafas —rebatió como saludo, colocándose detrás del cumplio.

Dazai rió y se sentó nuevamente. Chuuya empezó a empujarlo.

—¡Más fuerte, Chuuya!

—Caerás.

—¡Y moriré! — respondió emocionado mientras soltaba sus brazos.

—No, imbécil— dijo riendo también —Solo te vas a romper los huesos.

Dazai fingió un sonido de horror y se abrazó a las cuerdas.

—¡Chuuya, bájame!

—No. —fue la respuesta.

—Pero Chuuya,  no soporto el dolor.  Bájame.

—¿Qué ganaré?

—Te daré un secreto.

Chuuya dejó de empujar. —¿Un secreto?

—Mi mayor secreto.

Poco a poco la velocidad disminuyó.
¡Soy un brujo!
Quiso decir cuando estuvieron frente a frente, pero al ver los ojos azules de Chuuya, con ilusión y cariño sintió miedo. Miedo de ver convertir esa mirada en una de rechazo completo o asco.

—Mi color favorito es el azul. —Dijo en cambio.

Y no era mentira. Adoraba sus clases de vuelo porque eran sobre el mar. El mar azul que siempre le recordó los ojos de Chuuya, brillantes, trasparentes, con calma y tormenta en partes iguales.

—¿Azul? —frunció el ceño. —¿Por qué?

Osamu abrió la boca, listo para decir alguna tontería, pero el clima cambió repentinamente.

Se volvió tan frío que sintió como calaba hasta sus huesos. La soledad embargó su corazón como no hacía desde que conoció a Chuuya.

Vete, monstruo.
Lo hizo de nuevo.
Deberías estar muerto.
Te odio. No eres mi hijo.

Los gritos tomaron fuerza a cada segundo, instintivamente buscó su varita para defenderse.

No la encontró. Recordó haberla dejado en su habitación.

El miedo incrementó cuando el dementor se colocó sobre él y en lo único que pudo pensar fue en que Chuuya no se podría defender.

Los gritos fueron más fuertes, quiso liberarse, intentó usar magia sin su varita, pero era imposible.

Un recuerdo feliz.

Dazai sabía cuál era el recuerdo indicado: el día en que conoció a Chuuya, rodeado de flores, sonriendo y con los ojos brillantes, incluso podía sentir la calidez de su mano cuando tomó la suya para llevarlo al columpio.

—Chuuya—gimió mientras sentía sus párpados cerrarse.

Entonces el temor desapareció.
No solo fue Chuuya de seis años jugando con él, fueron los años posteriores, cada tarde, cada libro compartido, cada mirada.

Con la última energía que le quedaba miró un tigre atacando al dementor.

Expecto patronum.

Y el dueño Chuuya.

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