El petirrojo que mostró el camino

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Durante mucho rato se quedó mirando y dando vueltas a la llave. ¿Sería la del jardín cerrado? Y si encontraba la puerta, ¿podría entrar y ver lo que había detrás del muro? ¿Existiría el viejo rosal?

Ese jardín había estado cerrado durante tantos años, que tenía que ser diferente a los otros. Por eso el quería conocerlo. También era posible que hubieran sucedido cosas extrañas. Pero lo que más lo atraía era la idea de poder ir allí cada día, encerrarse y jugar a solas, sin que nadie supiera dónde estaba.

El aislamiento en que vivía en esa enorme casa, en la que no había nada con qué entretenerse, activaba su cerebro y despertaba su imaginación.

Kyungsoo puso la llave en su bolsillo y caminó lentamente por el sendero, con la vista fija en la hiedra que cubría el muro.

La hiedra lo desconcertaba, pues, aunque la observó fijamente, no vio nada más que tupidas y brillantes hojas verdes. Se sentía muy desilusionado, a la vez que renacía su antiguo espíritu rebelde al observar la copa de los árboles del jardín amurallado, tan cercanos pero tan lejanos, pues no podía llegar a ellos.

Volvió a la casa con la llave y decidió que cada vez que saliera la llevaría consigo por si algún día encontraba la puerta.

La señora Medlock permitió a Jongdae alojar esa noche en su casa, mas a la mañana siguiente volvió muy animado y con las mejillas más sonrosadas que nunca.

—Me levanté a las cuatro de la mañana —dijo— El páramo estaba precioso al amanecer. Los pájaros empezaban a levantarse y los conejos correteaban por ahí. Esta vez no hice todo el trayecto a pie, pues un hombre me trajo en su carreta. ¡Me encantó el paseo! Mamá estaba feliz de verme y juntos cocinamos y lacamos la ropa de la familia. También hice unos panecillos con azúcar rubia para los niños.

En la tarde, cuando la familia estaba reunida junto al fuego, el y su madre remendaban la ropa y los calcetines, Jongdae les había hablado del niño llegada de la India.

—Les gustó mucho saber de usted —dijo a Kyungsoo— Querían conocer hasta los menores detalles: cómo eran los nativos y del barco en que vino, pero yo no sabía mucho... —

Por un momento Kyungsoo reflexionó; luego dijo:

—Antes de que vuelva a su casa le habré contado muchas cosas más. Estoy seguro de que les gustará saber cómo se anda en elefante o en camello, o sobre los oficiales que salen a cazar tigres.

—¡Por supuesto! Estarán encantados —exclamó Jongdae— ¿De verdad que me contará, señor Kyungsoo? ¡Será tan estupendo como antes, cuando se relataban historias sobre la bestia salvaje que merodeaba por York!

—La India es muy diferente a Yorshire —dijo suavemente el niño. Reflexionó unos instantes y luego preguntó— Y a Jongin y a su mamá, ¿les interesó saber cosas de mí?

—¡Por supuesto! Los ojos de Jongin casi se salían de sus órbitas —contestó Jongdae— En cambio, mi mamá quedó preocupada al saber que usted está tan solo. Dijo que alguien debería encargarse de enseñarle y de acompañarlo. También me hizo ver cómo me sentiría yo, vagando a solas por esta enorme casa, sin que nadie se ocupara de mí. Le prometí que yo trataría de animarlo.

Kyungsoo lo miró larga y atentamente.

—Pero si ya me da ánimos. Me encanta oírlo hablar.

Jongdae salió del dormitorio y volvió poco después con algo escondido en el bolsillo de su pantalón —¡Qué le parece! —dijo—. Le traje un regalo.

—¡Un regalo! —exclamó Kyungsoo—. ¿Cómo es posible que una familia de catorce personas pueda hacer regalos?

—Esta mañana llegó hasta nuestra casa un vendedor ambulante con ollas y sartenes. Mamá no tenía dinero para comprarlas pero, cuando el vendedor ya se iba, una de mis hermanas gritó: «¡Mamá, mira!, tiene cuerdas de saltar con mangos rojo y azul». Entonces mamá buscó en su bolsillo hasta encontrar dos peniques y me dijo: «Tengo muchos gastos, pero como me has traído tu sueldo, le compraré al niño una cuerda de saltar». Y aquí la tiene.

El jardín secretoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora