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Jake se había quedado a dormir esa noche.
Cariel le había preparado una cama para él, claro que en su propia definición. Ya que, según el rubio, una cama también podía contar como un montón de mantas en el suelo y una almohada vieja. Era obvio que Jessie vendría más tarde a pedir a Cariel que la ayudase con el colchón para las visitas; pero el rubio se adelantaba a los acontecimientos.
Cariel estaba en su cama, mientras Jake se sentaba con las piernas cruzadas en su cama improvisada. Con la vista perdida, se mordía el labio, estaba con los hombros bastante contraídos. Su cuello se llegaba a marcar de manera excesiva por lo tenso que se encontraba, y cuando el rubio le llevó una mano al hombro para bajarse hasta su altura, sintió un sobresalto proveniente de él.
Lo llamó una, dos veces, pero nada parecía dar más resultado que una mirada errática que escapaba de la suya.
Sus ojos grises se escapaban, divagaban, perdidos entre brumas que nublaban sus ojos poco a poco volvían al curso de la perdición. El adentrarse con lentitud a un viaje con criaturas marinas muy grandes; teorizaba el rubio.
—Quimera —lo sacudió con suavidad, trataba de regresarlo a la realidad, de salvar a su amigo de aquella lucha interna. ¡Él era su mejor amigo! ¡Su compañero de aventuras!
—¿Jake? —El chico parecía abstraído, jugueteando con un peluche antiguo que encontró entre las sábanas, sus ojos esquivaban los oscuros de su hermanastro. Cuando entendió que algo le había pasado; Cariel lo tomó de la mano.
Cariel estaba seguro de algo. Las peores travesías, las aventuras más peligrosas, eran mucho más divertidas y fáciles de transitar con un buen amigo al lado.
Jake no supo cómo reaccionar cuando Cariel lo abrazó despacio, sin apretar mucho, casi temiendo que se le escapase entre los dedos. Comenzó a normalizar su respiración, poco a poco volvía en sí, abrazándolo en un agarre que progresivamente iba añadiendo fuerza sin llegar a lastimar.
—Ya... Ya está bien, Dragón —murmuró, con una expresión mucho más tranquila, deteniendo los movimientos cálidos, pero innecesarios de su mejor amigo. Cuando el rubio estaba por preguntar, se adelantó—¿Jugamos a contar historias?
—Pero... —su labio inferior sobresalía un poco, desviando la mirada hacia otro lado, sin convencerse del todo de su petición. Iba a respetar sus decisiones.
—Juguemos... Por favor.
—De acuerdo, espera, shh —el rubio se levantaba para ir de puntillas hasta el baño, sacando de uno de los cajones del espejo unas velas aromáticas que su madre tenía bien guardadas. Era una actividad que solían practicar cada vez que Jake se quedaba a dormir, contaban historias a la luz de las velas.
Cuando volvió, su mejor amigo ya se había encargado de su parte, el encendedor estaba en sus manos. Solían usar el largo, pues les daba miedo quemarse con el más pequeño.