prologó

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Como era de esperarse de esta época, demonios, monstruos, humanos, etc. Dominaban la tierra, peleando por la supervivencia y dominios, por ser el más fuerte o simplemente obtener algo que nadie más tiene. En este caso,  el “demonio plateado” como era llamado por todos los habitantes de este mundo, rondaba solo por las grandes colinas que daban una buena vista hacia una aldea común y corriente, siendo ahí el hogar de buenas personas que sólo peleaban para proteger sus tierras, proteger lo poco que tienen. Ante los ojos de aquel demonio se reflejaba repugnancia, lo que más odiaba eran los humanos, por el simple hecho de ser tan débiles e insignificantes.

Su plateada cabellera revoloteaba en el viento, su armadura y traje especial que lo cubrían de todo mal, esa imagen era bastante para cualquiera, era encantador e invencible. La niña lo sabia, era lo más bello que había visto en su corta vida. Siempre iba a esa colina para poder verlo y darse cuenta de lo hermoso que puede llegar a ser ese demonio, por que si, lo conocía y sabia el peligro que tenía al estar tan cerca de aquel ser, sabia el odio que tenía hacia los humanos, aún así...no tenía miedo. Él también se daba cuenta de aquella presencia, sus intenciones de querer matar a esa niña por espiarlo a escondidas se desvanecían al sentir que en vez de miedo había curiosidad y admiración. Era extraño, pero en vez de desenvainar su espada, desapareció y no volvió a aquella colina. La niña vio como se había desvanecido en el aire, esperando que al día siguiente volviera otra vez.

Pero no volvió.

Aún así seguía yendo a aquella colina con la esperanza de volverlo a encontrar, después de todo no tenía a nadie, sus padres fueron asesinados, nadie la quería en la aldea y tenía que vivir de las sobras. Pero cuando no aguantó más, cuando quiso irse de este mundo para ir al otro, fue ahí cuando vio por primera vez a aquel hombre, al principio fue aterrador, a pesar de ser una simple humana podía sentir el aura de aquel ser, era maligno. Pero al ver su rostro y notar esos rasgos delicados, relajado, pacífico, no pudo dejar de verlo y sonrojarse por estar cautivada por algo que supuestamente era maligno. Era hermoso, tanto que le dio la energía y esperanzas de seguir viviendo. Pero ahora... No volvió a aparecer.
(...)

— ¡Es el demonio plateado!

Los aldeanos corrían despavoridos cuando el mencionado había aparecido. Lo temían, ¿y como no hacerlo? En él no existía la misericordia. No expreso nada en el momento que la sangre de aquellas personas inocentes ensuciaban su bello atuendo blanco, ni siquiera le asqueaba, sólo volvió a colocar su espada en la vaina y prosiguió su camino, caminando con suma tranquilidad por el sendero. No tenía rumbo alguno, simplemente existía para ver morir y nacer. A la vista de cualquiera podía verse realmente solitario, pero para él, las cosas funcionaban normalmente.

Cuando llegó a la orilla de un lago dejo caer su pesada armadura, quedándose con su tapado blanco largo que tocaba el suelo. Descanso su cuerpo, dejando recostado su cabeza en las raíces sobresalientes de aquel árbol viejo. Nuevamente veía como el sol caía y dejaba libre a la luna para que alumbrara la noche, las estrellas siendo participe. Cerro sus ojos, era tan silencioso que su alma demoníaca se ponía en paz, dejando que su propia naturaleza se relajara.

— Descansa.

La voz de aquel árbol hizo que abriera los ojos con lentitud, sus pupilas plateadas se dilataron. Conocía al árbol a la perfección ya que era un fiel sabio que siempre aconsejaba a su padre. No pensó que un día se lo encontraría, pero lo hizo. El árbol, dejándose ver el rostro formado en el tronco sonrió levemente ante la expresión relajada del demonio. Se preguntaba ¿qué tan solitaria la vida del primogénito del demonio más poderoso del mundo podía ser? Pero aún así el mismo no demostraba tal soledad, siempre relajado y alejado de todo. Recordaba al padre del demonio plateado, amable, siendo cautivado por una humana hace muchos años el cual fue asesinada por la mujer que vendría ser la madre.

Él sólo lo observaba, no dijo nada, volvió a cerrar los ojos y el rostro del árbol desapareció, dejándolo tranquilo.

(...)

𝐂𝐚𝐮𝐭𝐢𝐯𝐚𝐝𝐨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora