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Fuji.

— Tranquila señorita Fuji, no dejaremos que ese monstruo se acerque a usted.

— Si, todos los hombres de la aldea dieron su palabra para protegerla. No permitirán que usted también se vaya.

Aún así la mencionada se sentía asustada, a pesar de que todos los hombres se encontraban afuera cuidando el palacio, se sentía culpable ya que el monstruo, el cual llevaba a todas las jovencitas vírgenes y bellas, mataba a todos los que se interpusieran en el camino. Sus padres que le daban ánimos para que se sintieran mejor la abrazaron, ella los apretó en el agarre ya que presentía que esta sería la última vez que se verían y necesitaba todo el calor de ellos para al menos irse en paz.

Justo en ese entonces los gritos desgarradores de los aldeanos se hicieron escuchar. Se asustaron, mirando hacia la entrada del palacio, notando las sombras de aquellas personas como iban cayendo uno por uno. El silencio se hizo presente de repente. Su madre la tomo entre sus brazos nuevamente, su padre se levantó sosteniendo la cuchilla entre sus manos. Pero fue en vano la pelea ya que ni siquiera dio ataque cuando el monstruo se presentó, haciendo caer a su padre en el suelo salpicando de manera exagerada la sangre. No sabían como paso, pero el monstruo era rápido, fuerte.

— Vine por esta bella joven. — Mencionó el ser, el cual tenía un aspecto totalmente extraño, cuerpo de animal pero cabeza de cabra. Era aterrador.

Su madre se levanto, interponiéndose entre ella y aquel maligno ser.

— No te dejare llevarla. — Dijo, pero quebrándose en llanto cuando sintió como su cuerpo era perforado por algo invisible ante sus ojos.

La joven Fuji miro caer de igual forma a su madre. Sus ojos perturbados ahora mirando el cadáver de su querida madre. Cuando desvío la mirada hacia el monstruo este levantó la mano, dejando ver un aura oscura a su alrededor. Comenzó a sentir mareos y su visión le fallaba, cayendo por completo al suelo, quedando en completa oscuridad.

— Es hora de irnos. — Tomo a la joven entre sus brazos y así comenzó a caminar hasta salir del palacio.

En ese mismo instante se detuvo. La luna hacia deslumbrar esas reconocida armadura, el cabello plateado y los ojos rojos, como si recientemente se hubiese convertido en la forma verdadera. Aquel demonio plateado. Obviamente lo conocía, pero algo llamo por completo la atención del monstruo, aquel ser que todos temían nombrado como el demonio plateado se encontraba herido, la sangre del mismo sobresalía de su brazo izquierdo.

Aquel demonio levantó la mirada hacia el monstruo frente suyo, vio a la humana que colgaba del hombro. Supe en ese instante que es el monstruo que se llevaba a las jóvenes. No haría nada para impedirle el paso, pero para mala suerte del monstruo, estaba en su camino.

— Apartate. — Dijo él, llevando una nada expresión pacífica. Estaba enojado, ido, la herida en su brazo no le dolía pero tenía coraje de haber sido herido.

Fuji lentamente abrió sus ojos, para así ver con dificultad el rostro de aquel demonio. Estaba aún bajo los efectos del hechizo que el monstruo le había hecho, pero sabia muy bien quien estaba en frente.

— Dije que te apartaras. — Desenvainó su espada con el brazo derecho y de sólo agitarla destrozo al monstruo.

Fuji cayo al suelo bruscamente, jadeando ante el impacto. Levantó la mirada rápidamente ante los pedazos de carne del ser que la había raptado, se aparto rápidamente asustada, pero las pisadas lentas del demonio hizo que lo mirara. Pensaba que le haría algo, pero simplemente se marcho sin más. Comenzó a llorar al darse cuenta de la situación, su madre, padre, todos habían muerto y ella era la única viva, todo gracias al demonio el cual todos creían realmente maligno.

𝐂𝐚𝐮𝐭𝐢𝐯𝐚𝐝𝐨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora