EL PERRO DEL PRESIDIO

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Ricardo, un médico que trabaja en una cárcel de Buenos Aires.

Hace 19 años, yo ya llevaba 11 años trabajando allí. En esa época entró como detenido un hombre que había sido condenado por el asesinato de toda su familia, en un campo cercano.

Aunque la defensa intentó forzar sus argumentos y los hechos para que se lo internara en un neuropsiquiátrico, esto no fue así y se lo trasladó donde yo trabajaba.

Querían declararlo insano, debido a que él aseguraba que ésta masacre había ocurrido tras invocar al demonio y quedar luego poseído, sin que el diablo se fuese de su cuerpo.

Sus padres, su esposa y sus dos hijos pequeños murieron aquella noche, en la que él condenó su muerte.

Se imaginaran que la llegada de éste hombre llamado Cacho, no fue muy bien recibida por los otros internos. Nunca son bien tratados los femicidas, ni los filicidas y los parricidas.

Cuando lo llevaban los guardia cárceles a su celda, en su primer día como presidiario, sus ahora compañeros intramuros, lo amenazaron con hacerle la vida imposible por haber matado a dos niños pequeños, su mujer y sus padres.

En aquella cárcel hubo, dos meses después de la entrada de Cacho, un motín bastante feroz, en el que afortunadamente hubo una sola baja. Aunque esto después tendría las consecuencias más graves en los 30 años que lleva Ricardo como médico en ese lugar.

Esto pasó a fines de Diciembre de 2001, el país se incendiaba afuera y adentro había flor de lío también. En el motín hubo un grupo de presos liderado por Mate8, que decidió hacerle a Cacho lo que antes le habían advertido. Fue gravemente apaleado y acuchillado.

Cuando lo llevaron a la enfermería de Ricardo, El cordobés y Tito, dos amigos suyo. Cacho ya estaba en sus últimos segundos de vida. En ese momento, el médico escuchó decir de la boca del recluso, "el sabueso, el sabueso infernal va a venir, manga de hijos de puta".

Ricardo pensó que eran los delirios de alguien moribundo, aunque terminó siendo todo lo contrario. En menos de una hora, Cacho estaba muerto y con otro médico debí hacerle la autopsia. Un puntazo en el corazón fue la herida causante de muerte, las demás lesiones solo ayudaron a su fallecimiento.

Una semana después, uno de los integrantes de aquel grupo que mató a Cacho, El pillín, fue llevado desmayado al consultorio. Marcas de dientes estaban impresas en todo su cuerpo, las mordidas estaban repartidas por toda la epidermis y en varios lugares debió hacerle puntos. Los colmillos eran bien marcados y la dentadura que había quedado impresa en esa piel, era demasiado larga para ser humana.

Eso le pareció extraño, porque parecían de perro. De los cuales no había ninguno en todo el sector de la penitenciaría.

El pillín levantó fiebre y aunque habían realizado bien la limpieza de las heridas, estas comenzaron a infectarse. Murió por la noche, producto de una septicemia, cuyo origen nunca pudo dar Ricardo.

Allí no había ningún perro, y de haberlo habido, no podría haber causado una muerte por sepsis, tan rápida con el paciente sin estar inmunodeprimido.

Cuando pasó un mes, 3 de los que habían tenido que ver con la muerte de Cacho, habían pasado por su consultorio y todos habían terminado muertos por septicemia. El pillín, Ronco y El rulo, los tres habían llegado con mordidas de un canino y aumentos de la temperatura corporal, muy significativo en las pulsaciones y de la frecuencia respiratoria, para luego morir a las 12 horas de una infección generalizada.

Los tres, pensó Ricardo en el momento, con delirios acerca de un perro negro con ojos rojos que ingresaba a su celdas y los atacaba. Ningún compañero de celda lograba ver perro alguno, ni veía las marcas, hasta que éste ataque terminara.

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