Semejanzas

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Diego habló despacio, y cada palabra hizo eco en el corazón de Amalia que no lo pensó demasiado. Una enorme sonrisa se trazó en su rostro como respuesta. Aquella invitación era una preciosa muestra de confianza, y aunque por fin sabría quién era la mujer que ocupaba el corazón y los pensamientos de Diego, estaba tranquila. Entendía lo difícil que le resultaba a su amigo derribar los muros con los que parecía protegerse, y conocer a Amparo, la situaba del lado en el que ella deseaba permanecer.

Amalia se volteó entusiasmada por confirmar que Reina iría junto a ella, pero el rostro cabizbajo de su amiga se anticipó su respuesta.

—Sabes que no puedo aparecer por ahí... —murmuró con pesar. Levantó el rostro para sonreír y tomar la mano de su amiga y alentarla a ir—. Es una oportunidad que no se repetirá, Amalia. Yo los esperaré aquí, tienes que acompañarlo —le susurró.

Los jóvenes se marcharon en silencio dejando a Reina sola en esa mesa de celebración. No le gustaba, pero estaba bien con ello.

Durante el trayecto en autobús, Amalia no quiso hacer ninguna pegunta. Diego se veía ansioso y preocupado, y sus dudas no iban a relajarlo. A medida que los minutos pasaron, el nerviosismo de su amigo se volvía más notorio y preocupante. Sus largos dedos daban pequeños y molestos golpes a la ventana, mientras comprobaba a cada momento su reloj. Amalia comenzaba a desesperarse con la ruidosa e incansable actitud de su compañero, y casi sin analizar la situación, envolvió sus manos en las de ella. Diego se detuvo, incapaz de reaccionar. Calmó su respiración a pesar de su incomodidad y decidió que no estaría tan mal dejarse contener por la calidez de Amalia. Ella no quiso hacerse consciente de lo íntimo que fue ese momento, para que la cobardía no lo arruinara. Así se quedaron, muy cerca el uno del otro, solo con la distancia entre sus hombros separándolos, para seguir el resto del camino en absoluto silencio.

La quietud alimentó la imaginación de Amalia, quien no dejaba de elaborar teorías sobre el aspecto y el carácter de esta novia secreta. Sería hermosa, como él, pero llena de inseguridades. Esa podía ser la única respuesta a su obsesión con Diego y su poca participación en su vida cotidiana. ¿Sentiría tal vez celos de Reina? Eso parecía encajar. ¿Por qué otra razón ella no los habría acompañado? Qué interesante se tornaba Diego. Su vida estaba rodeada de misterio y eso era totalmente adictivo.

Luego de un viaje de 45 minutos, el autobús se encaminó a las afueras de la ciudad, cercano a los barrios bajos que los inmigrantes comenzaban a formar. El pecho de Amalia comenzó a apretarse, pues era allí donde su madre se reunía con las pocas amistades que tenía en el país que la había recibido. El colorido mercado le recordó aquellos paseos que de niña tanto había disfrutado. Por desgracia, todos esos vínculos se habían destruido tras la muerte de su madre.


—Es aquí —dijo Diego, deshaciendo de las manos de Amalia con suavidad.

Ella volteó sus ojos hacia la ventana, y se encontró frente a las puertas de una "Aldea de Acogida". No hubo preguntas, por ende, no hubo respuestas. Amalia lo siguió hasta la recepción, donde dos mujeres de avanzada edad dieron una afectuosa bienvenida a Diego. Lo invitaron a pasar, y poco logró escuchar Amalia sobre Amparo. Al parecer, algo malo ocurría y era él quién podía arreglarlo.

Ella siguió los pasos de Diego, avanzando por pasajes interminables dentro de una casona antigua, para acceder a lo que parecía un internado. Mientras caminaban, él nunca volteó para saber si Amalia aún caminaba junto a él. Parecía haber olvidado que no estaba solo. Hasta que finalmente se detuvo frente a un dormitorio, murmuró un dialogo indescifrable junto a las mujeres que le acompañaban y entró. Las encargadas le sonrieron a Amalia y se retiraron. Otra vez la imaginación de Amalia comenzó a trabajar ideando los diálogos de una horrenda película de terror de la cual no deseaba ser protagonista. Dejó pasar 20 minutos frente a la puerta, hasta que se decidió a entrar. Con su cuerpo temblando por completo, asomó la cabeza, para encontrase con la demostración del más puro amor que ella conocía. Uno que Amalia había perdido.

El Secreto de DiegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora