Levantarse, es solo para valientes

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Teresa y Amaro estaban de pie, aislados por completo de lo que allí ocurría. Ella observaba con admiración a Amalia, quien cansada y destruida, se ponía de pie de un salto cada vez que la puerta se abría. La policía la había interrogado ya tres veces sobre lo que había ocurrido, y con mucha discreción respondía sus preguntas, intentando que la pequeña Amparo no escuchara nada, y por cierto, que ellos tampoco lo hicieran. Nadie respondía sus dudas, comprendiendo que para todos ellos, nunca había sido más que la estrategia de Diego de zafarse de Amalia. ¿Por qué? No lo sabía.

Por su parte, Amaro estaba confundido. Sabía que había entrado al juego como reemplazo de Diego, pero no imaginaba que la relación que ella mantenía con él fuera tan fuerte. Amalia parecía dejar en cada paso que daba un pedacito de su alma, desmoronándose poco a poco. Su padre iba de un lado a otro y la observaba con angustia, casi esperando el momento en que no pudiera más. Amparo se subía a sus brazos cada vez que volvía a sentarse y Elena no dejaba de besarla. Parecía una viuda despidiendo a su esposo. Y él no sabía cómo actuar. Ella era su novia ahora, ¿esto corría como un engaño?, ¿una infidelidad?, ¿debía estar enojado?, ¿cómo podía estarlo?, él solo debía dar un paso al lado, sabiendo que jamás podría competir con ese amor. Se acercaba despacio, le arreglaba el cabello, secaba sus lágrimas, besaba sus ojos, pero ella solo devolvía miradas de perdón. Estaba arrodillado frente a ella, acariciando sus manos, cuando el doctor encargado apareció frente a todos.

—Bien, Diego ha salido de peligro —dijo con tranquilidad. Al mismo tiempo, Amalia caía rendida en brazos de Amaro—. Necesitamos trasladarlo a la unidad de cuidados medios, en psiquiatría, pero antes, debemos hablar con la persona que será su responsable. Diego ya es mayor de edad, por lo tanto no tiene tutores legales y su única familia directa es Amparo.

—Seré yo —respondió Ernesto, comenzando a caminar junto a él.

Amalia sintió por fin que respiraba, que su corazón volvía a latir en su pecho mientras el cansancio se apoderaba de ella. Ernesto firmaba el compromiso de tutoría y dos personas comprendían que su papel allí había terminado.

—Lo siento tanto, lo siento tanto... —repetía Amalia abrazada a Amaro. Ella lo quería, mucho, más de los que habría imaginado tal vez, pero no era Diego. Y siempre estaría él primero.

—Bien, bien... —respondía, acariciando su cabello—. Descuida. No me iré todavía, luego me pides perdón.

Teresa no lograba comprender la forma en que él aceptaba todo, ¿solo ella estaba dolida? Además de preocupada, claro. Ernesto volvió casi una hora después, y mientras ella se preparaba para partir sintiendo que nada más la retenía ahí, él la detuvo.

—Teresa, espera, por favor no te vayas —dijo tomándola por los hombros—. Diego está despertando y pregunta por ti. —Las dos jóvenes sintieron su pecho arder. Él había escrito que amaba a una, pero en una situación así requería de la otra. A veces, todo parecía un feo juego—. Pero antes debemos hablar.

«Realmente siento tener que decir esto yo, pero creo que mereces saberlo —Amalia interrumpió tomando el brazo de su padre, él respondió con una mirada tranquilizadora y continuó—. Diego perdió a su madre siendo un chico, su vida no ha sido fácil desde ese entonces. Ella también lo intentó —suicidarse—, pero con éxito, por desgracia. Él quedó a cargo de su propia vida a los quince años, y está con nosotros solo hace unos 4. Los doctores temen que esto sea endógeno, aunque ellos prefieren no ocupar ese término. Diego había intentado suicidarse en otra ocasión, y en este país, atentar contra tu propia vida es ilegal, aunque suene extraño, y él es reincidente. Se quedará aquí hasta que su cuerpo se recupere, está muy, muy débil. Luego será internado unos meses en una clínica para su rehabilitación. Volverá a casa solo cuando esté libre de peligro. Este año, no volverá a la facultad.

El Secreto de DiegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora