CRIATURAS MARINAS I

21 12 0
                                    


Elena no pudo llegar más allá ya que el conjuro que yacía en su ser se lo impidió. La jóven reina sintió cómo todo su cuerpo se paraliza a y empezaba a disolverse. Estaba regresando a su solitaria prisión se la cual ya no podría salir por si misma.

Sujetó la mano de Fernando con fuerza y desesperación mientras se quitaba relicario de oro y se lo entregaba.
— Dáselo a Paris, solo así sabrá que vas a él en mi nombre y que aún lo amo y deseo. Por favor... Fernando.... — le suplicó sollozando
— Cálmate Elena, te juro por mi vida que los ayudaré a ambos. Lograré liberarlos y los volveré a unir.
— Gracias — ella aún lloraba cuando desapareció del lugar para regresar a su antigua prisión, a esa tumba. Su desolación amenazaba con enloquecerla pero confiaba en las palabras de su caballero andante.

Cuando Fernando quedó solo en el bosque se colocó el relicario en el cuello sintiendo un gran pesar por los dos. Él más que nadie conocía la desesperación de estar encerrado, de permanecer aislado sin conseguir salir.

Y de ser alejado del ser amado, por eso mismo lucharía por conseguir volver a unir a esos amantes que cruelmente padecían el castigo injustamente impuesto por aquel celoso y envidioso ser que en un momento de locura los sentenció a ambos. Con aquella desición prosiguió la marcha rumbo al lago azul.

Los tritones nadaban felices en el lago, aquel era su lugar favorito para descansar bajo los rayos del sol y sobre la verde hierba. Paz y tranquilidad reinaban por doquier. Ninguno se imaginaba que el peligro se acercaba. Hasta que fue tarde.

Fernando sigilosamente se acercó a ellos, centró toda su atención en uno que yacía cómodamente sobre la hierba, lejos del lago. Sus piernas habían aparecido tras alejarse del agua. A simple vista parecía ser un joven de la misma edad que Fernando, de rubia cabellera y lozana piel.

Fernando sujetó con fuerza la soga dorada que llevaba, obsequio de Atenea, y calculó la distancia. Solo tenía una oportunidad y la aprovecharía, como estaba acostumbrado a cazar zorros para estudiarlos y luego soltarlos aquello no le resultaría nada difícil.

Comenzó a mover la soga sobre su cabeza en círculos, cuando los tritones se percataron del peligro corrieron al lago. Pero Fernando pudo enlazar al Tritón en cuestión justo antes de que se sumerja bajo las aguas y lo arrastró fuera de ellas.

Por más que la criatura forcejeaba no conseguía soltarse de esa extraña soga. Rugía como un felino salvaje arañando al aire sin conseguir recuperar su libertad. Fernando comprendía lo asustado que se encontraba el jóven Tritón por lo cual quiso calmarlo.

— Cálmate — decía con voz suave — Se que puedes entender mis palabras por eso te aseguro que no te dañaré. — No lo hubo sacado del agua por completo por lo tanto seguía teniendo su cola de pez  — Cálmate, solo necesito tu ayuda unos momentos — el triton rugía retorciéndose en unos vanos intentos por liberarse — Necesito de tu colaboración y luego te liberaré

— ¡Suéltame! — rugió furioso el triton — ¡Suéltame maldito humano! ¡Déjame ir!

— Ayúdame a conseguir la Llave de Ónix Azul por favor — decía Fernando — Ayúdame y te liberaré

— ¡No! — rugió el prisionero
— Por favor, no me obligues a seguir con esta crueldad. Por favor — le suplicó Fernando

— ¡Suéltame! — el triton quiso sumergirse bajo las aguas pero no lo consiguió, echo que lo enardeció aún más — ¡No! — sollozaba con desesperación — ¡Déjame ir! — Pero por más que lo intentaba la soga dorada no se lo permitía ya que no se desprendía de su cuerpo — ¡No! — sus sollozos herían el corazón de Fernando pero se mantuvo firme en su desición. Tenía que conseguir lo que fue a buscar — ¡No me hagas esto!

El Capricho De Los DiosesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora