Untitled part

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¿Cuándo fue la última vez que me quedé a ver el anochecer? ¿O el amanecer? No lo sé. Tal vez tiene el mismo tiempo que la perdida de la juventud. Me siento como atrapado en la mediocridad y de hecho lo estoy. El trabajo de oficina es la muerte. Mata toda animosidad que pueda poseer un alma, trastornándola y tergiversándola en una suerte de aburrimiento y sopor. Un ensueño que invita a la depresión por la puerta grande.

En esas semejantes cavilaciones me encontraba, que apenas y repare que veía con envidia como la juventud por fin se marchaba a sus respectivos hogares después de una agobiante jornada de educación superior. Si, desde mi prisión de acero y concreto deseaba, con finas fantasías, la desgracia les llegara a esos petulantes remedos de intelectuales. Imberbes jovenzuelos que en un acto de total insensatez desperdiciaban algo tan preciado como el tiempo.

- Sea pues – Me dijo el eco – tú hiciste lo mismo, te expresaste igual, pleonasmos y mala sintaxis, groserías y escatología, mal gusto y cinismo, eso que vez y desprecias, fuiste tú también, pues todo eso es intrínseco a la adolescencia. Ahora añoras esa juventud, el tiempo perdido y la esperanza del mañana que en tu caso ya ha llegado. Sé paciente, ellos lo harán a su tiempo desde las prisiones que tristemente están destinados a ocupar, a preservar para perpetuar esta locura. Escrutarán el cielo infinito buscando respuesta a las mismas preguntas estúpidas que vos se hace en este momento. Lo harán, pues es una romántica forma de perder el tiempo y no ponerse a trabajar.

Suspiro, cuánta razón tenía aquel eco. Pero por el momento no importaba, pues la hora de salida había llegado. Siempre ocurría lo mismo, pues en vanos pensamientos mantenía mi mente para no agobiarse al estar esperando a que acaben esos interminables últimos minutos para poder largarme de aquel horrible lugar. Cierro las puertas de mi prisión que me esperaran pacientes, pues saben que debo regresar al día siguiente. Deambulo en aquella oscura soledad cuando... algo, una pequeña chispa, un fulgor mortecino de color verdiazul capta mi atención. ¿Hace cuánto? ¿Hace cuánto tiempo ya que no podía ver aquellas simpáticas hadas? Pequeñas cuentas de claridad que resaltaban entre las tinieblas. Hermosas estrellitas que danzaban entre el rocío nocturnal del verde prado y las plantas de ornato que ostenta altiva la institución. ¿Por qué venían ahora? Después de tanta miseria y soledad, ¿Por qué ahora? No importaba en realidad. La juventud de antaño volvió a mis cansados huesos y me dio la fuerza de un mequetrefe que aún está unido a la falda de su madre. Con candor y dulzura me deje llevar por esa danza hipnótica, me entregue de lleno al baile y al gozo, mientras esas luces me transportaban a un lugar del que ya nunca he de regresar.

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⏰ Última actualización: Aug 04, 2020 ⏰

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