Los días pasan y yo sigo bañándome con una cubeta de agua.
Gota por gota hidrato mi cuerpo hasta sentirme limpio, gota por gota lavo mis penas marcadas en la piel como manchas negras llenas de placer y soledad...
Gota por gota mi alivio se acrecenta y las penas se alejan de mi.
El cuarto de baño es sobrio, puro, lleno de tranquilidad y manchas verdes de hongo que recorren la pared blanca como poca nieve en mucho campo.
El techo es azul, un azul casi blanco que hace crecer la soledad que en mi impera. Estoy parado dentro de una bandeja verde, con mi cuerpo desnudo escurriendo la tristeza de todos los días. Salgo de ella y paso frente al espejo que siempre muestra lo obvio... Un cuerpo escuálido, blanco, lleno de moretones y rasguños del día anterior. Mi rostro con pómulos marcados, ojeras que demacran y denotan lo duro que fue sobrevivir, mientras que en los ojos café claro se siente el llanto, el pesar de años y años de sufrir.
Cejas un poco abundantes, definidas... Pestañas que se saltean de par en par dejando espacios vacios y un parpado desprotegido, cabello largo, labios sutiles y un poco rojos es lo que se puede percibir, es lo que los años han dejado atrás.
Tres días antes...
Suena la alarma, el cielo escurre pequeños tonos de amarillo al ver por la ventana.
Tuve apenas unas cuantas horas para descansar... Al posar mis pies en el blanco azulejo, un inmediato escalofrió recorre mi cuerpo... Estoy solo.
Pero de que me quejo, toda mi vida he estado solo. Mis padres se fueron hace tres años, mi hermano vivió conmigo algunos meses y luego se fue, como todo termina por irse alguna vez.
Amo estar solo, amo el frío de una casa deshabitada... Amo llorar en silencio, amo gritar, correr, sentir, creerme libre y atrapado a la vez, no puedo salir de aquí.
Despreocupado de todo y de todos por más tiempo que nadie, y todo esto lo siento con el simple hecho del roce de mis pies al suelo.
El lugar donde vivo fue un obsequio de mis padres, o mejor dicho, el obsequio fui yo a una casa muy grande. Seis habitaciones, dos baños, uno funciona y el otro no, en ese baño hay materiales de construcción, una tina rota, tablas, clavos y polvo, por eso nadie entra ahí. Todo es una simple estructura, tres cuartos vacíos sin puerta, una simple ventana por cuarto; dos cuartos vacíos unidos entre sí, pero para mí ocultan secretos. La única puerta para entrar a ellos está cerrada, tres candados la resguardan y nunca se van.
Y al final mi habitación...
Paredes blancas, cenizas, todo lleno de polvo y mugre. Descanso en una base de madera, en un delgado colchón, rasgado y viejo, es donde yo duermo cada noche. Bajo por café, en un recipiente sucio de aluminio dejo el agua calentando.
El tono amarillo ha logrado poseer la cruda inmensidad del cielo, y aun así el viento helado corre por mi hogar, las familias pasan, madres llevan a sus hijos a la escuela, tan sonrientes del mundo, almas puras que van por la vida sin pena ni gloria.
Mi pensamiento es interrumpido por el escandaloso sonido del teléfono. Corro desesperado hacia el y miro la pantalla... Es ella.
Él: Diga.
Ella: Hola amor.
Él: No tienes idea de cuánto esperaba hablar contigo.
Ella: Te extrañaba, no dejaba de pensar en ti, pero no había tenido tiempo de hablarte.
Él: No podía dejar de pensar si estabas bien o no... Temía que te pasara algo.
Ella: Estoy bien, ¿Podemos vernos?