El alba se levantó con la nefasta noticia que ya conocía y de la cual aún pensaba, casi dormitando bajo la orilla de un puente. El silencio se apoderó de mi alma, y en segundos las lágrimas le siguieron. Eric, mi mejor y único amigo había muerto.
Era un lóbrego 28 de agosto. Me levanté de aquel solitario lugar y al verme en tan deplorable estado, decidí organizarme y acudir a la despedida de la persona con quien compartí mi simple e inútil vida. El firmamento también estaba de luto, así que se cubrió bajo sus fúnebres ropajes oscuros y empezó a llover.
Sus padres estaban atravesados por la ineludible flecha del dolor. Al sitio asistió una gran cantidad de adultos (familiares tal vez), pero no hubo ánima tan joven como yo. Creo haber sido el compañero inseparable de Eric. La ceremonia se llevó a cabo, le di un último adiós y corrí a mi casa destrozado.
-¿Por qué?- Me decía.
-¿Por qué se suicidó?- Insistía en mi cabeza.
-¿Todo acabó?- Me preguntaba con temor. Más sabía que era hora de continuar con la vida solitaria con la cual había nacido.
Al día siguiente, fui al colegio. Todos me miraban de una manera escalofriante. No sé por qué pero la gente me veía como el culpable de la muerte de mi amigo. Así transcurrieron los días y me acostumbré a ser rechazado. Era triste y aborrecía que me vieran como nada. Sabía que no estaba completamente sólo; sabía que mis padres me observaban desde el cielo. Ellos habían fallecido tras un accidente en el coche de papá. Pero por algún motivo permanecían vivos en los recuerdos que ocultaba en lo profundo de mi corazón.
De algo que estoy seguro desde que tengo razón es que mi existencia atrae infortunios, muertes y tristezas. Soy la muerte "viva". Y como muerte, debo llevar una realidad vacía y alejada de otros.
Mi nombre era Allan y tenía 13 años. Sin embargo, tenía la confianza y simplicidad de una persona mayor. La vida me había enseñado que el dolor que soportas te hace crecer, te hace fuerte.
Había transcurrido una semana desde la muerte de Eric y las cosas empezaron a calmarse un poco. Estábamos en la hora de literatura y nuestra maestra, que era un poco estricta y regañona, nos pidió que escribiéramos lo que sentíamos, haciendo uso de lo visto en clase. Mis compañeros vacilaban en sus mentes, tratando de encontrar las palabras adecuadas, el sentimiento apropiado. Yo por mi parte sabía qué hacer y esto escribí:
-Viviendo en este condenado mundo vaga mi alma, azotada por la ignorancia de muchos y repudiada por el odio, que abre un vacío en mi corazón cada vez más hondo.-
Al leerlo en voz baja, mi maestra me miró con ojos de ternura. Y he aquí la pregunta que siempre escrudiña en mi cabeza: ¿Por qué?
ESTÁS LEYENDO
Alérgico a vivir
Teen Fiction...Toda mi vida viví en ilusiones, cometiendo error tras error. Pero ahora, justo antes de morir, creo que hago lo correcto y afronto la realidad.