Capítulo III

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Había caminado cerca de dos cuadras al salir de aquella jaula adiestradora, cuando ví no muy lejos a David en una bicicleta de color rojo y azul metálico. Él se mostró asombrado, sin embargo se dirigió a mí con una confianza tan auténtica, que le hacía ver diferente a los demás.

-¿Por qué corriste ayer?- Me dijo con gran seguridad.

Yo sin saber qué decir, me detuve sobre el pavimento, lo miré a los ojos y todavía con una irrisoria timidez le respondí:

-Recordé que tenía un asunto importantísimo y me tuve que ir.-Mentí y en mi mente, como autómata, pensé la estúpida respuesta dada.

- ¡Bueno, pero no vuelvas a hacerlo! ¡Intenté seguirte, pero eres muy rápido!- Añadió.

-Y… ¿qué vamos a hacer hoy?- Me preguntó inmediatamente y con una mirada alegre en su rostro.

Su sonrisa me llamó la atención. No entendía el motivo,  pero tenía la intuición de aquel gesto era falso. Muchas veces engañamos a los demás con nuestras miradas. La verdad del corazón sólo la conocemos nosotros. “Nuestros sentimientos no podrán ser entendidos por otros realmente”, solía decirme.

-Estoy algo cansado. Hoy iré a casa- Le contesté en tono leve.

- ¡¿A casa!?- Dijo con mirada de asombro.

- ¡No lo harás!- Repuso. –Eres muy joven y la vida corre por tus venas- Objetó con seriedad.

No entendía por qué el interés de este chico hacia mí. Pero…. ¡su perseverancia lo lograba todo!

Y ambos nos encaminamos a un viejo taller, donde sin más ni menos, un hombre me entregó una bici negra.

-¿Te gusta?- Dijo dubitativo. -Está un poco vieja, pero la he mandado a arreglar.-

Yo me sentía alegre. Era algo tan subjetivo, tan excéntrico, tan irreal. Lo único que pude hacer fue darle las gracias. Después, David tomó la ruta, era el jefe, y nos introdujimos en el sutil mundo de las aventuras. ¡Pensar que lo que hicimos fue recorrer parte del campo que se encontraba cerca de la ciudad! Había estado en el pedal casi una hora y media hora, estaba muerto, el cansancio era el protagonista y estaba a punto de retirarme; cuando iba a pedirle a mi compañero que regresáramos, unas débiles palabras (debido al agotamiento) pero nobles en todo sentido fueron propinadas de aquellos secos labios.

“-¡Ánimo amigo! Eres capaz de hacerlo si te lo propones-”.

Desconcertado por sus palabras y en especial por la de “amigo”, continué con mi trayecto  y creo haber soportado veinte minutos más.

El atardecer posaba frente al espejo del clima. Tenues brillos provenían del horizonte y fue entonces cuando dimos vuelta y en unos  minutos divisábamos nuestros hogares.

David aún no conocía mi casa. Y ello, era para mí, motivo de tranquilidad. No acostumbraba a invitar a casa a nadie. La  única y exclusiva persona a quien traje una vez fue a Eric. No quería recordar más. Le entregué la bicicleta, aun cuando éste se ofrecía a obsequiármela y di las gracias. En cuanto David dejo de mirarme, y estando él cerca a su casa, huí. La vida me ofrecía una nueva oportunidad de sociabilización. Yo, con ojos de desconfianza, dí vuelta y cerré mi corazón.

Al llegar a casa, me senté sobre una tosca silla de madera. Pensé tanto en lo que David me había dicho. En su sonrisa de apariencia falsa, en lo de “amigo”, en la vida por mis venas…

Alérgico a vivirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora