Escape

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Escape

Creí que sabía lo que era el amor. Él me hacía sentir segura y amada; me protegía y me abrazaba cuando lloraba. Todo era perfecto, pero no duro para siempre. Algo en él cambio, algo dentro de su alma se disparó. Estar a su lado era tan diferente como el día y la noche. El cambio fue paulatino, tan lento que casi ni lo percibí. A veces llegaba a casa y se enojaba conmigo por cosas sin sentido, rápidamente aprendí a dejarlo solo y alejarme de su camino para evitar que se enojará conmigo. Alejarme de él funcionó por un tiempo, hasta que un día ya no fue suficiente.

La primera vez que me pegó me costó un par de minutos comprender lo que acababa de pasar. Fue una bofetada seca y sonora y me tomo desprevenida. La siguiente vez que me pegó me rompió la nariz. El tiempo comenzó a hacer estragos en mi cuerpo, ya no era solo mi nariz, un par de costillas rotas, un brazo lesionado y cientos de moretones cubrían mi cuerpo y a pesar de todo eso yo no tenía el valor para irme. Siempre que escuchaba relatos de mujeres maltratadas mi primer pensamiento era "¿Por qué no lo dejan? ¿Por qué no escapan de esas situaciones?" Resulta que es más fácil decirlo que hacerlo. Lo intente, lo intente muchas veces pero el siempre terminaba encontrándome y yo regresaba con el todo el tiempo.

Decidí fingir que no pasaba nada, que me había acostumbrado a estar a su lado, no quería despertar sospechas. Tenía una maleta lista con mis documentos importantes, ropa y suficiente dinero para empezar una nueva vida. El día que me decidí a escapar tomé mi maleta, tiré mi teléfono a un río y maneje hasta la frontera canadiense a mitad de la noche.

No tenía a dónde ir, no tenía familia. Había crecido en un orfanato donde vivía con mi hermana pequeña, a la cual habían adoptado y perdí contacto con ella. Todos los días rezaba por su salud y esperaba que estuviera viviendo con una familia que la quisiera y que la protegiera y más que nada esperaba que su vida no fuera un completo desastre igual que la mía. Mientras manejaba hacia un nuevo comienzo contemplé mi vieja vida y decidí que jamás volvería a mirar atrás. Mi vida en los Estados Unidos había terminado.

Este pensamiento me atormentaba cada día de mi vida, pero hoy era aún más doloroso. Llevaba un tiempo viviendo en Canadá y al darle un vistazo a mi calendario me di cuenta que mi visa de trabajo expiraba en 8 meses. La única opción que tenía para evitar la deportación era convertirme en ciudadana canadiense y eso solo podía pasar si me casaba con un canadiense. Esta idea podía parecer sencilla, pero para mí era algo impensable; desde mi última relación decidi que no volvería a salir con nadie. Me enfoque en mi trabajo y en mi carrera y nunca me dedique a desarrollar ninguna clase de relación con mis compañeros de trabajo.

Mi vida transcurría sencilla entre el trabajo y mi casa. Todos los viernes la mayoría de las personas en la oficina iban a tomar un trago en el bar que había frente al trabajo. Mi compañera Normani; la única con la que interactuaba con mayor regularidad; me rogaba todos los días que fuera. Me di cuenta que no dejaría de pedirme que fuera con ella así que un buen día acepté. -"Puedes quedarte solo 30 minutos y después puedes irte"- fue su respuesta.

Me puso un poco de labial, enchine mis pestañas y salimos al bar. Cuando llegamos ya todos estaba ahí. Tomamos un par de shots y platicamos alegres con todos. El primer vaso de shot se convirtió en otro y otro más hasta que me di cuenta que estaba borracha. Estaba completamente perdida y no confiaba en nadie. Todo estaba borroso y mi mente se quedó en blanco.

Desperté al día siguiente en una cama que no conocía. Abrí los ojos y me di cuenta que no estaba en mi casa, inmediatamente comencé a sentir pánico. Mire por debajo de las cobijas y note que estaba completamente vestida, eso hizo que el miedo y el pánico se calmaran un poco. Me levanté de la cama y note que había un bate de béisbol junto a la puerta, lo tomé y salí sigilosamente hacia la sala.

Chasing PapersDonde viven las historias. Descúbrelo ahora