Capítulo I: Sexo, Sangre, Nueva Vida

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La alarma le despertó de golpe, dándole tan duro que casi reventaba el antiguo despertador manual. Podía escuchar los gemidos de su hermana en la otra habitación; que perra, nunca descansaba; pobre del pobre diablo que había traído hoy, no volvería a tener sexo nunca más.

Con sus ojos adormilados, vio el estante de su pared, al menos dos escopetas, una katana de recuerdo de Asia y un sub-fusil ligero. Un pequeño armamento, y, aunque ella quiso llevar más, incluidos sus trajes de combate, su hermana dijo que Venezuela era para ir de vacaciones y olvidar un poco el pasado, aunque ella no hacía más que salir a correr en la madrugada, comer, entrenar de nuevo, estudiar lo que sea que fuese de provecho y meditar.

La joven sopló uno de sus cabellos que le tapaban el ojo derecho para ver su teléfono; eran las ocho de la noche; hoy su hermana le había, más que invitado, amenazado y ordenado que fuera a una fiesta con ella, que conociera a alguien y se distrajera o divirtiera, cosa que a ella le daba totalmente igual, no después de todo lo que pasó...

Miró con pesar la foto que tenía en la mesita de noche; ahí se encontraban todos sus compañeros de escuadrón, varios muertos, otros desaparecidos en combate y luego estaba él, quien murió en sus brazos sin que ella pudiera hacer algo, el peor día de su vida sin duda, pero para eso había venido a Venezuela.

—¡KAIRA! —gritó su hermana de buen ánimo, seguro para decirle que se vistiera y apurara.

La muchacha se puso unos chores y una camisa ajustada de color negro. Corriendo hacia la habitación de su hermana, puso la peor cara que pudo, al ver a la rubia, la cual tenía las manos apoyadas en el pecho de aquel chico, moviendo las caderas al ritmo de sus gemidos y gruñidos.

Kaira tosió hasta que su hermana volteó de reojo y le dedicó una sonrisa, siendo correspondida con una mueca de asco y fastidio. La rubia tiró la sabana en la cara del chico mientras se levantaba, mostrando su esbelta y hermosa figura, una que consiguió entrenando desde que tuvo uso de razón.

— ¿Ya se terminó? Mierda, tan bien que lo estabas haciendo —se quejó el muchacho con una sonrisa, quitándose el sudor del rostro.

—Sí, para ti sí —le respondió la rubia acomodándose el cabello detrás de la oreja, para sacar una glock debajo de la cama y disiparle en la frente sin un atice de duda.

— ¿Era necesario matarlo? Sabes que llevas seis muertos ¿no? La chica de antier tuve que tirarla por un puente, contrólate —se quejó su hermana a punto de darle un puñetazo.

—Ay, no seas tan mala conmigo, ya vieron quienes somos, todas las armas de la casa, las computadoras, nuestras caras. ¿En serio crees que si digo que no los quiero ver más no van a hablar? —Le respondió la mayor con una sonrisa cínica; en sus años de servicio, hizo cosas que le hicieron insensibilizarse ante cualquier cosa, incluido matar.

Su hermana era una mujer malvada, desinteresada, adicta al placer y a las fiestas, fría, calculadora y muy, pero muy peligrosa. Después de los incidentes del año pasado se había vuelto así, aunque, pensándolo bien, ambas habían cambiado demasiado, tal vez para mal...

—Ruth, ¿en serio tengo que ir a esa maldita fiesta? Sabes que no me gustan, no las tolero; estaré aburrida —se quejó la menor argumentando lo mejor posible, aunque la mirada amenazadora de su hermana le hizo callarse y empezar a vestirse de mala gana.

—Encerrada, deprimida, con esa actitud de vaca muerta, no me jodas niña, ¡tienes que salir! Mis amigos acá son divertidos, además Juan baila salsa muy bien y José merengue, vamos. ¿Dime cuando has bailado eso en Rusia? Aunque, no es que tuvieras muchas oportunidades tampoco, con esa cara de... —le dijo Ruth, a lo cual no pudo terminar la oración sin el peligro que su hermanita le arrojara una daga, la cual sí era muy capaz.

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⏰ Última actualización: Sep 08 ⏰

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