ANUBIS

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ANUBIS

MARIAN SANOJA

El Cairo, Egipto.

Torre del Cairo

Contemplo la hermosa vista de mi Egipto amado, tan diferente a como la vi nacer. Siempre me impactará, no puedo creer todo lo que he visto pasar ante mis ojos; siglos y siglos de búsqueda, encuentro y de perdida.

Perderla cada vez era más fuerte, no necesito de años, ni siglos con ella para comprender lo maravillosa que es.

Aún recuerdo la última vez que la encontré, verla girar mientras sonreía hizo que mi corazón palpitara fuerte, siglos buscándola por odiarla y desde ese instante fue imposible. Así mismo recuerdo claramente cuando la perdí en esa oportunidad en manos de Seth; estaba decidido hacer lo que debiera para volver a mi amado Duat, pero ese maldito egoísta, envidioso, no me ha dado tregua; y pese a que soy el único que puede abrir las puertas de entrada y salida, no sé de qué artimañas se valió para que Osiris le permitiera ir y venir.

Debo volver y recuperar el orden en nuestro mundo, porque mientras más años pasan, Seth hace muchas de las suyas y no quiero ni imaginar de las torturas que estarán sufriendo todos los dioses en manos de él.

Escucho un leve movimiento, pero no me giro, espero que ella se acerque, sus manos cálidas recorren mi espalda; luego mi cintura para quedar sujetas en esta y abrazar mi abdomen, su calor traspasa nuestras ropas, ella es tan cálida y tan dulce.

―Nuevamente perdido en tus pensamientos. Por qué no me cuentas qué te tiene tan preocupado.

―No es nada, solo son cosas mías.

―Solo son cosas mías ―repite―. Siempre me dices lo mismo y en esta última semana te veo más preocupado que nunca, puedes contarme, llevamos más de seis meses viajando de un lado a otro y hoy ni si quiera me has dicho por qué nos hemos quedado aquí. Digo, no me quejo de la vista, es fabulosa, pero pensé que nos hospedaríamos en un hotel.

―Me gusta la vista ―zanjo para que no siga buscando algo que no creo le dé, información.

Cómo le diría que soy un dios y que ella... Ni siquiera puedo pensarlo, repetirlo en mi mente es todo un tormento, pero si realmente quiero que esto funcione debo confiar en que ella creerá todo, y si no lo hiciera, pues de igual modo no servirá.

―Está bien, no confías en mí, de igual modo siempre hay que hacer lo que tú digas, pero sabes por qué me uní en este loco viaje, porque me gustas y quiero estar junto a ti, sin embargo, si no me cuentas las cosas no puedo ayudarte, no me tienes confianza y eso me duele.

Declara mientras trata de quitar sus manos de mí, aprisiono sus muñecas evitando que se aleje, sus dulces manos y su deliciosa calidez es una de las pocas cosas que me deleitan en este mundo tan pagano y banal.

―Allá ―digo guiándola hacia delante de mí―. A dieciocho kilómetros de aquí está Keops, la gran pirámide de Giza, y debajo de esta la séptima puerta al Duat, mi hogar...

―¿Cuál Duat? ―pregunta mientras se gira tratando de encontrar lógica a mi comentario―, ¿el Duat, que es considerado el inframundo? ―asiento mientras me pierdo en sus hermosos ojos ámbar―. ¿Sí sabes que lo que me acabas de decir no tiene lógica y menos cordura de tu parte?

―Sé muy bien cada palabra de lo que te voy a decir, querías que confiara en ti, pues bien ―digo mientras mis dedos recorren su labio inferior―. Entonces guarda silencio y escucha hasta la última letra que te diré.

Antología Mitológica: Seducción InmortalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora