Trece de febrero.

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Es posible que yo no sea el único al que le asalten este tipo de reflexiones espontáneas

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Es posible que yo no sea el único al que le asalten este tipo de reflexiones espontáneas. Aunque debo admitir ante a mí mismo que a veces da miedo, pues es como si yo no controlase mis propios pensamientos.

Es que hace días que llevo replanteándome la misma pregunta una y otra vez: «¿Qué es el amor, sino la propia y egoísta compañía que el hombre busca hacerse a sí mismo?» Y hoy no es la excepción, pues cada palabra se repite en eco dentro de mi cabeza mientras leo repetidamente el epígrafe de esta foto: ¿Es amor lo que buscamos, o compañía? Es mi favorita entre todas las demás, y de hecho, fue la más sobresaliente entre toda la exposición, según los comentarios que he oído.

Aunque, recordar cómo fue el proceso que conllevó el capturarla me hace evocar estos sentimientos, los que aún no logro descifrar, y me anudan varias ataduras en el pecho. Aunque sé que sólo tengo aire en los pulmones, se siente como si se materializara en terminaciones nerviosas y se anudaran a propósito. Es bastante incómodo, la verdad.

La mayoría de la gente de mi edad afirmaría que se trata de un revoloteo de mariposas. Los he oído hablar al respecto y, según sus acotaciones, es una de las mejores sensaciones del mundo. Es como si vivieras en una rosa primavera, levitando sobre nubes de algodón de azúcar y escuchando el delicado trino de aves enamoradas. Y yo más bien lo siento como avispas zumbando en zigzag en un hábitat estrecho, aguijoneando mis adentros, causando hinchazón y un malestar severo que genera una sensación pesada en mi pecho.

La verdad no sé si sean nudos o avispas, pero lo que intento decir es que no se siente nada bien.

—Hey, ya casi no queda nadie. ¿Te quedarás otro momento?

—Sí, sí profesor Canham. Sólo un momento más y me retiro.

—Okey, perfecto. Y nuevamente, felicidades por obtener el primer lugar —ofrece, palmeándome el hombro derecho.

—Muchas gracias —sonrío, serpenteando una insignificante y falsa sonrisa.

Canham se da vuelta, y sin saber por qué motivo, mis ojos siguen su paso hasta que abre la puerta y sale del salón. Me quedo viendo el umbral, viendo como de a poco se va cerrando, quizás esperando a que Canham entre de repente y diga algo como «¡Ah! ¡Sé cuál es tu secreto! ¡Pude descifrar cada mensaje oculto en tus fotos!», y me da un escalofrío estridente de tan sólo pensarlo. ¿Sería por esa razón que quedó tan fascinado con la exposición? Nada más con considerarlo se me vuelven a retorcer las tripas, y el sonido hace que las avispas o los nudos en mi pecho se alboroten más.

Vuelco la vista nuevamente en la fotografía, llegando a la tenue conclusión de que es por su culpa. Es la razón de que mis pensamientos estén fuera de la órbita usual y no haga más que pensar en el todo por el todo, rumiando en por qué necesito de su frecuente compañía, y por qué anhelo su presencia a mi lado.

Aunque lo había intentado anteriormente, aun si no fuese el día de San Valentín, no había tenido la oportunidad de sentir esa chispa que la mayoría de los adolescentes afirman tener al dar su primer beso o tener su primera cita. Incluso, desde aquella salida con Victoria, he tratado de ser lo más precavido posible para no envolverme en situaciones sentimentalmente incómodas. Ya me bastó aquella experiencia para huir de las citas en las que uno se convierte en pañito de lágrimas para oír sobre rupturas amorosas ajenas.

Hola, febrero ©.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora