3. Confesiones

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Veinticuatro horas más tarde, se cumplían tres años del supuesto entierro de Zulema. Macarena en todos esos años nunca se había atrevido a ir a ver su tumba. Porque por más que asegurara odiarla, la realidad no podía ser más lejana.

Se alegraba de poder estar viviendo con su hija y de estar teniendo una vida más o menos normal, cómo siempre había deseado; porque incluso había recuperado su relación con su hermano y conoció a su sobrina.

Pero eso no evitaba que se sintiera culpable. 

Así que ese año, decidió visitarla. Tenía muchas cosas que decirle y sobretodo, quería sentir que la perdonó. Tal y cómo Sole sentía con Dios sobre su ex marido.

Se vistió y maquilló adecuadamente para la situación y se dirigió rumbo al cementerio. 

Inspiró y expiró armándose de valentía. «Vamos, tú puedes.» se dijo a sí misma.

Se acercó y pasó su mano por las letras que habían esculpidas y que formaban el nombre de "Zulema Zahir". 

— Zulema...— soltó.— Tengo tanto que decirte y a la vez... No sé con qué empezar.—suspiró.— A mi hija le he puesto Lana. Porque una vez se te escapó decirme que ese sería el nombre que le hubieras puesto a Fátima si no te la hubieran quitado, y decidí ponérselo en tu honor, porque por más que me joda decirlo, es gracias a ti que estamos vivas.

» Después de tres años, sigo teniendo pesadillas. Cada día es la misma: te veo desde arriba desangrándote mientras yo no podía hacer nada. Fue muy tarde cuando me di cuenta de lo que realmente estaba pasando; te había abandonado a tu suerte, cuando fui yo la que días antes te había hecho prometer, "o iguales o nada".— se le quebró la voz.

» Sé que yo no fui tu razón más grande para hacer lo que hiciste. Supongo que fue más que todo porque conociéndote preferirías morir en cualquier lugar, menos entre las cuatro paredes de un hospital, sintiéndote impotente.

» Pero igualmente, me arrepiento de no haberte dicho nada más que un simple "gracias". Porque lo que estabas haciendo era indirectamente rendirte de la vida y dejarme una oportunidad a mi y a mi criatura.— se secó las lágrimas, se sonó la nariz y le sonrió a la nada.

» Quién lo diría? Yo aquí, llorando por ti, por tu muerte. Tú, a la que consideré mi enemiga, a la que odié durante años, a la que intenté fallidamente matar miles de veces... Te deseé la muerte muchas veces, no te lo voy a negar. Te tuve miedo, te odié, te tuve rencor, me quise vengar de ti por todo. Pero al final... al final todo cambió. No me enamoré de ti. Ni tú de mí, lo sé. Pero te cogí cariño. 

» La vez en la que me dijiste que era como tu hogar... me gustó. Y me moría de ganas de decirte que tu tambien el mío. Eras lo único que me quedaba. Y al fin y al cabo, siempre nos describía como un matrimonio de conveniencia. Pero no pude. Me bloqueé y te dije lo que no pensaba.

» Siempre te he estado diciendo cosas hirientes. Pero eso era solo un mecanismo de defensa; no quería que al final me lastimaras. Pero de lo que más me arrepiento, es de haberte intentado traicionar. No sé porque lo hice. Podría decirte que me engañaron, que me cegué, que quise la vida normal a toda costa... Pero eso no le quitaría el hecho de que te traicioné.

» Hoy me he sentido lo suficientemente preparada para venir a hablarte. Espero que desde el más allá puedas escucharme. Y que me perdones. Ojalá pudiera cambiar el pasado...—confesó.— Dicen que hasta que no pierdes a alguien, no lo valoras, y creo que eso es justamente lo que me ha pasado. Nunca te valoré lo suficiente, y ahora que ya no estás, no puedo hacer nada más que arrepentirme y sentir culpa; lo que según tú, el sentimiento más inútil que existe.

» Tardé mucho en venir, pero al final vine. Y prometo hacerlo más seguido. Ahora me voy a ir, que tengo que recoger a mi hija de la guardería. Hasta... siempre. — se besó la mano y tocó la tumba. Se acabó de sacar las lágrimas y avanzó hacia su auto.

Entró, se puso el cinturón de seguridad y se maquilló para no llamar mucho la atención y que no se notara que lloró.

Quiso arrancar el coche, pero una mujer encapuchada le cortó el paso. Se iba acercando lentamente y le tocó el vidrio. Macarena lo bajó cuidadosamente. 

— Esto es tuyo.— le extendió un pañuelo naranja atado por arriba y con algo dentro.— Como dice el dicho, lo prometido es deuda.— sacó su mano del coche cuando la otra cogió el pañuelo. — Y... estás perdonada, rubia.— dijo dejándola confundida y seguidamente se fue yendo. 

Maca abrió el pañuelo con curiosidad y miedo a lo que podría contener. 

Y al abrirlo no podría estar más sorprendida.

Después del oasisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora