1

683 42 10
                                    

Está ebrio. Hasta la mierda. La risa sale sola de sus labios. Todo el mundo recita alguna canción vieja de Led Zeppelin mientras que se toman de los hombros, y metiendo  el pico de la botella de cerveza en la boca ajena, se dan pequeños golpes. El furor en sus venas. La susodicha y típica fiesta de despedida de penúltimo a último año escolar. Since I've Been Loving You se recita con poca coordinación, pero el sentimiento inunda la pequeña casa de uno de los amigos del castaño. Más risas, más bebidas, más sexo. La pelirroja mueve sus caderas; el cabello advirtiéndole en caer sobre su rostro. Dylan la tiene cogida de la cintura para después darle un sonoro beso en la mejilla, pómulo, frente y parte superior de su linda cabeza. Los dos, alumnos invictos en matemática, celebran con euforia ir directo a la final. El inicio del fin. Un nuevo comienzo, nuevas oportunidades. Ambos, con diferentes formas de ver la salida de la etapa escolar, se reúnen en un baile extravagante, llenando sus pulmones con el olor a cigarro barato que traen las personas. Un te amo es recitado una y otra y otra vez...no se cansa de decírselo; Dyl podría estar así toda la noche.

— Huckleberry, es grato verte.— La voz profunda viene de este hombre de un metro con ochenta y nueve, barba pequeña y unos potentes ojos azules. Dos zafiros. La vista se le nubla con el humo que sale de sus labios, Casey apenas lo distingue pero sabe quién es y a Dylan no le gusta para nada aquello.

Lo demás ocurre en cámara lenta, el castaño suele poner en slow motion sus recuerdos para en un futuro reírse de ellos, o al menos intentarlo. Su mente es una máquina de cine diminuta, como de los años setenta.

Golpes. Muchísimos. Dolor combinado con la misma canción de Led Zeppelin en el fondo, siendo cantada con más entusiasmo y sátira. Aclamaciones, bramidos y un desgarrador grito; la muchacha ha jalado a su novio al extremo de la casa, justo en la esquina de la sala, al costado de la puerta bloqueada por torpes adolescentes coqueados. Por alguna razón, no escucha nada; ni cuando le grita que pare. La ha golpeado sin querer en el hombro, ya que ese puño iba para Joyce. Sus orbes miran impacientes a la mujer frente suyo: inquieta, furiosa y expectante.

  — Basta. Maldita sea, Dylan—Lo toma de las mejillas, Casey logra captar su atención—, escúchame. Tienes que-

— Vayámonos.—Y antes de que ella pueda opinar, la jala de la muñeca bruscamente hasta el exterior.

La brisa se siente extraña en su piel, como si no fuera propia. Como si fuera esta clase de humanoide; metal, plástico y fuego. Qué gilipollada, concéntrate, piensa Dylan,  y buscándola con la mirada —porque sigue sin oírla, por más que esté posicionada adelante suyo— la encuentra apoyada en el auto que ambos rentaron para esta noche. Su mano se siente fría una vez que se percata que no tiene sujetándola.

Ella se acerca abruptamente, dándole golpes en su pecho. El castaño solo rechina los dientes intentando apartarla, es decir ¿Qué hizo mal? El muy hijo de perra vino a tocarla, a fastidiarla y a reclamarla. Casey era suya. Su casey. No puede venir de la nada y actuar como un animal; era obvio que reaccionaría. Su cabeza se hace estragos por el vodka recorriendo su sistema.

  — ¡Animal! ¡Completo imbécil!— Grita, chilla, a estas alturas ya no tiene voz. Apenas es fuerte—, ¡¿en qué pensabas?! ¡¿Que golpearlo te haría mejor?!

  — Demonios, cálmate. ¡Cálmate!

  — Oh, estás de coña.—Rechista la pelirroja—, ¿que me calme?... ¡Que me calme!

  — Bebé...

— No Dylan, la regaste. —Casey se las arregla para alejarse del magnetismo del cuerpo del ojimarrón. No va a caer, no esta vez. Es suficiente, tiene que parar. Él actúa irracional por el alcohol, por los celos, no está siendo como realmente es—, terminaste haciendo lo mismo que el idiota de Joyce. Eso no te hace mejor. NO, no soy un objeto-

  — Vayámonos Cas.—Dylan hace su mejor esfuerzo en mirarla a los ojos, está apenado, vulnerable. No tiene nada en claro—Discutamos de esto en el carro, pero vayámonos.

  Antes de que ella pudiera replicar, Dylan ya había abierto la puerta del carro. Es una pésima idea, una aberración. Demasiado ignorante para ser el siglo 21. Conducir ebrio se volvería en el error más grande que cometería después y él apenas lo sabía- luz. La luz.





De hecho, no se había percatado del alcohol en sus venas en el hospital. Ahora lo sabe, incluso cuando Casey lo mira con cansancio y sus labios secos esbozan un te amo —como esos que Dylan le había dicho en la fiesta—, sabe que ha cometido el error más imperdonable de todos.

Y solo queda llorar.








Se ha quedado mirando el estante lleno de fotos. Nota mental: renovarlo. Está bastante viejo y destruido, en cualquier momento podría caerse. ¿Y eso qué? No era como si fuera algo verdaderamente importante...

Dylan solo piensa en basura, en cómo todo el mundo está sobre-actuando, en lo absurdo que era. ¿Para qué darle importancia? Se pregunta, no siendo lo suficientemente listo como para notarlo. En inercia estira las mangas de su gran polera negra, intentando llenar el espacio entre sus muñecas y palmas; no siente nada en particular, tampoco se anima a intentarlo.

Si se le daba por observar bien, con el debido detenimiento, quizás podría notar las pequeñas partículas de polvo depositándose en las repisas, mientras que la luz del atardecer hacía un efecto burbuja. Muchos colores en una simple habitación. Muchas preguntas para una sola persona. Pocas respuestas...

  — Dylan.—Su madre lo llama, pero él está muy enfrascado en su propio mundo como para darse cuenta.

Todo pasa por cámara lenta en su cabeza, como siempre desde hace un buen tiempo atrás. El color rojo apoderándose de cada rincón, cada célula. La piel bronceada. Los ojos verdes. La luz, esa luz. Sus dedos pasando por los hombros cubiertos de pecas en una blusa blanca, suave, probablemente de seda. La voz. Firme, dulce, astuta y pícara. Los labios, oh sus labios. Las risas repitiéndose, como si tuvieran miedo de ser olvidadas, de ser enterradas en lo más profundo de su ser...

La madre del castaño, agotada de encontrarse en la misma situación —aquel desesperante limbo entre ayudar o no a su hijo—, decide darle un pequeño tiempo para que él lo medite. Mueve la cabeza negando, como si estuviera mandando una señal de rendición temporal ante este ataque de recuerdos de Dylan.

La verdad era que no se encontraba ¿deprimido? es decir buenas notas, linda ex-novia, amigos en un rango normal... la vida cliché. No la anhelaba, sin embargo. No estaba entusiasmado por cada examen que daba, no le alegraba haber ascendido de rango en el equipo de basketball, viéndolo de ese modo, no existía motivo que lo hiciera romper su pequeña nube flotante.

Por otro lado, el resultado final del análisis de la psicóloga de su escuela comprobaba lo contrario.

Nueve letras, cinco consonantes, era una palabra tónica y aguda... depresión en sus labios se sentía como ingerir una bala.

Él no- él no estaba metido en esa mierda. Eso era, una mierda. No estaría en un mundo irreal planteado por su madre, con alguna pastilla en su sistema que lo haría ver una utópica idea de felicidad. Lo repudia. Lo odia, lo odia muchísimo. Qué mierda.

Dylan sabe que el sobre blanco está dentro de su mochila, burlándose de él. Su destino está ahí y en lo único que piensa es en destruirlo, en fingir que nunca fue a ese estúpido test. Trágico, drama innecesario.

En el preciso momento que su cuerpo choca con su cama, siente los recuerdos de aquel maldito día florecer...y es que Casey, ¿algún día Dylan podrá olvidarse de ti?

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Dec 06, 2017 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

GOOD THINGS COME WITH AUTUMN | dylmasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora