Capítulo I: Soy Hefesto.

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Hace mucho tiempo, cuando los Dioses eran jóvenes y todo estaba yendo perfectamente en el universo, el Dios Zeus engendró de su cabeza a la Diosa Atenea, sin la necesidad de su consorte, la Diosa Hera, lo cual la hizo sentir insuficiente, como si fuese algo secundario. Así, a la reina de los cielos, se le ocurrió como método de venganza, engendrar a su propio hijo; ésta, tenía la ilusión de que fuese muy hermoso, mucho más que Áfrodita o Ares mismos. Ella quería que tuviese ojos claros, cabello rubio, piel blanca como la nieve de las montañas al rededor del Olimpo. Entonces, Hera centró mucha magia en su vientre para fecundarse a sí misma, sin la necesidad de Zeus. Durante 9 meses, Hera estuvo a espera de mi nacimiento, creando muchas expectativas a todos los Dioses de que su nuevo hijo sería majestuoso. Nací en el apogeo de los sembradíos de Deméter, justo cuando la luna plateada estaba en lo más alto del firmamento, cuya luz pálida rociaba la piel de todos los Dioses, mostrando una brillantez excelsa en el Olimpo, sin embargo, yo no fui lo que mi madre esperaba, pues poseía vello en mis brazos, espalda y pecho; cabello ondulado, piel algo oscura, manos ásperas como las de un campesino, mandíbula cuadrada, hoyuelos en las mejillas y ojos cafés como el barro; para ella, yo era horrible como el inframundo mismo.

Al ver ésto, mi madre horrorizada de tal aberración, me lanzó al mar desde lo más alto del Olimpo. Caí durante 9 días y al impactar con el mar, mi pierna izquierda quedó malherida; dejándome cojo durante toda la vida, pero una oceánide llamada Tetis, cuya piel era blanca casi pálida, una inmensa aleta en vez de piernas, con escamas que reflejaban la luz en forma de arco iris, cabello color ámbar rizado, rostro fino con mandíbula no muy puntiaguda y ojos más azules que el firmamento, se apiadó de mí, salvándome del ahogo. Una vez en los brazos de mi madre Tetis, fui llevado a la isla de Limnos donde sólo había agua, animales, arena, plantas y frutas muy deliciosas; allí crecí y jugué durante casi toda mi vida. Tetis, se encargó de enseñarme muchas cosas al pasar los años como leer, escribir, nombres de casi todas las cosas (aunque ésto ya estaba en el conocimiento que me heredó Hera). Un día como cualquier otro,  sentí como algo me llamaba desde el centro de la isla, como si un calor inundase mi pecho dándome calidez , felicidad; corrí hacia un volcán que se encontraba allí, dentro de él descubrí rocas muy brillantes, otras plateadas y otras oscuras. Jugué con ellas, pero justo cuando tomé una con mi mano izquierda, mi brazo comenzó a soltar chispas y desde el codo hasta la yema de los dedos, todo se tornó rojizo, ardía con la furia de mil soles. Me asusté, pues sólo era un niño de trece años. Comencé a correr como podía hacía la orilla de la playa, llamando a mi madre Tetis, quien acudió a mi llamado con la rapidez que tenía Hermes para ir del inframundo al Olimpo.  

—¡Madre, madre! —grité mientras corría asustadizo. A lo lejos, vi como mi madre me esperaba en la orilla de la playa, algo preocupada—. ¡Madre mi mano está encendida!

—Mi pequeño niño, cálmate y respira —replicó ella, acariciando mi mejilla con la misma calma que tenía la marea en ese momento. Me ayudó a controlar mi miedo—, pequeño retoño, no tienes por qué preocuparte, sólo céntrate en el calor de tu mano y déjalo arder.

—Pero madre, no... no sé cómo... —dije asustadizo. Mi madre, con toda la paciencia del mundo volvió a replicarme. —Oh, pequeño, sólo cierra los ojos, respira profundo y deja que el calor fluya por tu brazo. Y haciendo lo que Tetis dijo, mi brazo volvió a su estado normal sin ningún tipo daño o cambio.

Pocos días después de ese acontecimiento, empecé a tratar de entender como funcionaba mi brazo, también venían ideas sobre muchas cosas a la cabeza, espadas, mazos, armaduras; viajaban en la imaginación como si de pájaros en el aire se tratase. Así que pensé, «Si tomo otra vez una roca, mi mano se encenderá y podré moldearlo. Debería intentarlo para ver qué puedo lograr» y así logré mi cometido. Fui al volcán de nuevo, tomé una roca de mineral de hierro y mi brazo volvió a tomar su fulgor. Gracias al calor procedente de la mano, pude volver flexible el mineral, mas no pude darle forma, sin embargo, en ese momento recordé algo que me había dicho Tetis, y era que el hierro debe ser golpeado para darle forma, así que decidí volver a la playa para descansar; comer algunas frutas. Justo cuando llegué a la playa, vi como la marea traía a un hombre extraño, envuelto en una toga blanca, corona de hojas de olivo y una copa de vino muy brillante. Me acerqué para ver cómo estaba aquel hombre extraño. Al estar más cerca, pude verlo mejor, tenía cabello corto ondulado, piel blanca como la arena de la playa, andaba descalzo, trayendo consigo una copa de vino, la cual, por más que se derramase, siempre se rellenaba sola.

Me pareció muy raro que alguien apareciera en la playa, puesto que no había visto a nadie más que mi madre, no obstante, la curiosidad me ganó. Tomé una rama mediana que estaba a unos cinco pasos a mi derecha para así tocar a ese hombre y ver si despertaba. Al comenzar a hurgarlo con la vara, echó un gruñido de molestia.

—¡Grrrr! déjame Atenea, sólo quiero dormir —replicó aquél extraño y vago hombre. —Oye, no me llamo Atenea y tampoco soy mujer —dije firmemente  mientras seguía hurgando al joven hombre—, ¡vamos! levántate y dime quién eres—. Con una gran pereza, el hombre se levantó diciendo su nombre con una exaltación inalcanzable por ninguno y una manera de hablar algo afeminada. —Yo soy Dionisio, jovencito, el Dios de las fiestas, la fertilidad y por supuesto, del majestuoso vino, ¿tú quién eres? pequeño hombrecito.

Viéndolo de manera algo confusa, le contesté. —Soy Hefesto. Un placer—. Dionisio se asombró y preguntó. —¿Tú eres aquél chico que cayó del Olimpo? Oh, esto es magnifico. Hera se pondrá de mil humores. —¿Hera?, ¿por qué la nombras? no quiero saber nada de ella— Le repliqué de manera pertinente. —¿No quieres saber nada ella? pero si es tu mad... —lo interrumpí de manera tajante—, ella no es mi madre, la única madre que he tenido en este mundo es Tetis, nadie más ni nadie menos. 

Al escuchar el nombre de mi madre, Dionisio se asombró aún más. Tal parece que la conoce y si es así ¿qué los une?


Hefesto: Más que sólo un Dios...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora