No podía dormir.
Así es como empezaba siempre; ya era de madrugada y yo seguía sin poder mantener mis ojos cerrados. Respiré hondo, jugué con el dobladillo de mi pijama, acomodé mi cabello un par de veces, revisé instagram un rato, fui por más frazadas al armario porque en algún punto sentí frío, luego me removí en la cama varias veces porque me dio calor, y así, hasta que al final terminé viendo al techo de mi habitación con los pies afuera de las sábanas que estaba utilizando.
Quería verla, necesitaba verla.
Yo, Roseanne Park, definitivamente no tenía remedio.
Me levanté de la cama alrededor de las dos de la mañana para dar vueltas por allí, debatiendo entre sí debería ir a su habitación o no, no quería molestarla, no quería verme desesperada, pero lo estaba, de verdad que lo estaba.
No aguanté y me levanté directo a la puerta de mi habitación con cuidado, me daba miedo despertar a las demás por hacer demasiado ruido. Jisoo y Jennie a veces podían llegar a pasarse de metiches y no quería correr el riesgo de que me bombardearan con preguntas incómodas de nuevo. Casi de puntillas, me dirigí a la puerta del final del pasillo. Tomé el pomo, de nuevo entre la duda de sí debería girarlo o regresar a la cama, pero mis ganas de verla superaban a mi sensatez, así que lo giré y la puerta hizo click y rechinó un poco mientras la abría.
Y allí estaba ella, preciosa como de costumbre, leyendo uno de los libros que le había prestado la semana pasada. Me sonrió de la manera más dulce que alguna vez alguien me sonrió, de la manera en que sólo ella sabía hacerlo. Arrugaba la nariz y entrecerraba los ojos, calentando un poquito mi corazón en aquel acto. En definitiva, se veía preciosa con la cara adormilada. Suspiré sin remedio.
—¿Qué haces despierta Chaeng? Ya es tarde.
Bajé la mirada al suelo.
—Mira quién viene a hablar.
Ella sonrió de nuevo.
—¿No podías dormir?
Asentí.
—Yo tampoco, ¿quieres dormir aquí?
—¿Puedo?
—Me gusta mucho tener tu compañía, sabes que sí.
Mis mejillas se calentaron y comencé a dar pasos torpes hacia su cama, Lisa apagó la luz de su mesita de noche y me hizo un espacio para que pudiera acomodarme junto a ella. Al sentir su calor mi cuerpo se relajó por completo, me pegué más a ella y me dio un pequeño beso en la frente, que sus labios eran muy suaves y tibios, y por poco y no me derrito allí mismo.
Quería quedarme así para siempre, con ella a mi lado en un abrazo profundo, pero sabía que eso no era posible, que en algún punto se haría de día y cada quien se iría por su lado. Y las yemas de mis dedos arderían de nuevo por tocarla en la noche, cuando nadie nos ve, donde nadie nos juzga, donde se siente correcto.
Cerré los ojos, como otras tantas veces, y me aferré a ella con fuerza hasta quedarme dormida.