🎭Intriga Policial🎭

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Alejandro Bravo era el Comisario más reconocido dentro del cuerpo de Policía, era tal su talento en el oficio que no había malhechor que no terminara comiendo barrotes por muchos años. Alexby, como se le conocía en su círculo de trabajo, era experto en disparar en puntos claves que no mataban pero dañaban lo suficiente como para que el bandido quedara indefenso y tuviese que rendirse para dejar de sufrir con el plomo incrustado en su piel. El chico de baja estatura era el comisario a pesar de su altura, ya que había demostrado ser el más diestro con las armas y muy buen atleta. Bravo era el conocido como "El Comisario Galáctico", pues en su labor siempre se mantenía con una máscara de Stormtrooper que le cubría todo menos la nariz y la boca, a diferencia de sus camaradas, que únicamente llevaban una blanca que les cubría toda la cara, a excepción de la zona de los ojos, pues para proteger su identidad fuera del trabajo, nadie conocía sus rostros cuando eran policías. Sin embargo, Alexby llevaba una franja azul en su ojo izquierdo para denotar que él era el comisario a cargo del cuerpo policial. Las cosas no podían ir mejor para Bravo...

Hasta el día que Willy apareció.

Un ladrón con máscara negra que le cubría hasta la nariz, había hecho su aparición por las noches, entrando a robar en las bóvedas de los bancos más importantes de España; saliendo impune y sagaz del lugar del robo, burlando a todos los guardias de allí y a la policía que iba a su auxilio; incluso a Alex.

El pequeño moreno estaba comenzando a tomarse la captura de aquel criminal como algo personal. El muchacho de cabellera blanca y sonrisa traviesa le estaba sacando de quicio poco a poco, y cada día el Comisario se encerraba en su oficina a planear formas de atrapar al ladrón.

No se le iba a escapar tan fácilmente.

Una de las noches, decidió infiltrase de incógnito entre los guardias en su aspecto de civil. Los hombres al cuidado del banco estaban atónitos, pues no podían creer que el comisario -a pesar de su distancia- fuera un apuesto chico de ojos cafés, tan oscuros que parecían casi negros, una sutil barba que le rodeaba unos rosados y notoriamente suaves labios. El policía jefe era una belleza, y nadie jamás lo hubiera imaginado, pues con su máscara permanecía completamente oculto.

Estando en aquel lugar y ver cómo era la bóveda de seguridad, Alexby se pasó la noche en aquel lugar; y el ladrón esa vez no apareció.

Ofuscado, el Comisario llegó al otro día a la Comisaría más temprano que nunca, cuando recién los primeros rayos de sol comenzaban a teñir el claro azul en el cielo, dándole brillo poco a poco hasta volverlo un celeste iluminado y libre de nubes. Bravo estaba observando el paisaje desde la ventana de su oficina, tan ensimismado en su fracaso con el astuto ladrón, que no notó cuando un hombre vestido de negro la tapó la boca y abrazó el cuerpo - con las manos incluidas- para inmovilizarle. Tratando de zafarse, Alexby comenzó a zarandear su cuerpo, haciendo que el atacante le pasara a llevar la máscara, levantándosela levemente.

Willy pudo ver aquellos dulces labios del desconocido Policía y no se resistió.

Dándole una vuelta repentina, El ladrón albino puso contra la pared al indefenso y molesto policía, quien le mantuvo una intensa mirada chocolatada chocando con la suya esmeralda. Aquellos ojos cafés intensos se le grabaron de inmediato.

De pronto, el enojo de Alexby disminuyó levemente e, inconscientemente, su mirada bajó a los labios del ladrón, hipnotizado. Willy se sentía igual.

Al ver que el Comisario ya no ponía resistencia, sacó una de las manos sobre la pared para tomarle la cara al bajo chico desde el mentón, levantándosela para observarle mejor, mientras se acercaba con sigilo -y atento a los movimientos del policía- a la apetitosa boca del menor.

— Qué intriga me da poder verte de verdad... —murmuró el ladrón, a escasos centímetros de los labios de Alexby.

— Quítate la máscara y lo hago yo también. —respondió el comisario, sin dejar de lado la seriedad en su voz, pese a que su respiración chocaba con la del intrigante ladrón que no dejaba su cabeza desde hace unos días. Willy no pudo evitar soltar una pequeña risilla. —Qué personalidad tan atrapante... —terminó por decir el albino, comenzando a cerrar la distancia entre sus bocas, ya solo faltaban unos milímetros...

— ¡Permiso para entrar a su oficina, Comisario!

Una voz gritó desde fuera, alarmando a ambos hombres y rompiendo la atmósfera en la que había caído inmerso Alexby al mirar aquellos hermosos ojos verdes.

Sacó su arma con gran velocidad, dispuesto a atrapar al ladrón más buscado de España.

Pero ya se había esfumado, quien sabe cómo.

— ¿Comisario?

Alexby guardó su arma, respirando con dificultad, buscando controlar su desbocado corazón. -Adelante. -dijo para que el alumno ingresara a su oficina.

— ¿Se encuentra bien? —preguntó el nuevo, analizando el rostro de su superior.

— ¿Por qué?

— Porque está tan rojo como si hubiera corrido la maratón más grande de su vida.

Alexby sintió entonces cómo le ardía la cara.

— ¡Que no te importe lo que haga tu superior! ¿Qué necesitas? Habla ya que el tiempo es oro. —respondió a la defensiva el moreno.

El alumno comenzó a relatar su problema, pero la atención de Bravo solo estaba en el recuerdo de aquel ladrón albino que no quería dejar su cabeza ni le dejaba a su corazón latir con regularidad.

Y peor aún, que no le había besado como lo había estado deseando en ese momento.

— Puto ladrón intrigante de los cojones. —murmuró, sonriendo por inercia e inconsciencia.

— ¿Señor? —preguntó el nuevo, tratando de entender qué le había dicho el Comisario.

— ¡Que dejes de llorar por gilipolleces y te centres en tu trabajo, coño! —bramó Alejandro, arrastrando al alumno fuera de su oficina con una única idea en su mente.

Aquel ladrón misterioso le rebelaría su rostro y caería a sus pies, definitivamente.

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