Capítulo IV: Trampa Afelpada.

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-¿Pasas mucho tiempo en el distrito rojo?- no era de mi incumbencia, era evidente, sin embargo el no preguntarlo me molestaba, era esa mujer anciana chismosa que solía comadrear con todas sus vecinas que llevaba adentro empujándome a ser entrometida.- Parecías ser muy conocido.

-No, bueno sí, no.- trataba de ponerse de acuerdo consigo mismo en voz alta- Son mis colegas del Monopoly.

¿Monopoly?  ¿Qué tiene de común un juego de mesa y un prostíbulo?

-Aunque muchas personas las critiquen. O los. La verdad hay mucha variedad en esa área de trabajo- empezó a explicar al ver mi cara de confusión- Tienen hobbies e intereses como cualquier otra persona, entre ellos una actividad llena de estrategia y paciencia- hizo una pequeña pausa para aumentar el drama a la situación- Monopoly.

Comenzó a narrarme la historia de su obsesiva vida, del cómo se enteró que otras personas compartían su pasión. Bueno, encajar con personas de distintas personalidades que aman lo mismo que tú debe ser para celebrar con la macarena. Así fue como conoció a varias de las personas que lo saludaron hoy, además que suele reunirse varios fines de semana a tener largas partidas de su vicio.

Nos dirigíamos al punto verde, el más cercano y el primero que se me ocurrió por sus ojos, ¡tengo un severo trauma con ellos! Juro que desde ahora en vez de temer de un monstruo cara de chupa cabra, tendré miedo de distinguir dos globos oculares verdes en la oscuridad.

-Fin del recorrido.-me señalo el local con publicidad neón, de letras grandes que decían “TATOO”, lleno de publicidad sobre festivales de rock y arriendos de apartamentos diminutos de precio igual a su tamaño. Entre todas esas expansiones y fotografías de tatuajes, quizás estaría Motitas, si mi abuela estuviera viva y me viera entrar a una tienda de tatuajes, volvería a la tumba no sin antes decir que debo cuidar el cuerpo que Dios me dio. De ahora en adelante, debería estar preparada para no impresionarme en los distintos lugares que este chico estuvo y estará.

-Recuerde bajar con cuidado, revisar que no haya olvidado nada, y el personal le desea un buen día.-siguió él, mientras que jugaba a la azafata.- Gracias por viajar con nosotros.

Al entrar, el aire se hizo más caliente y reconfortante, el sonido de la música golpeaba mis oídos igual que en mi pecho al ritmo de la batería, se encontraba una chica con el cabello teñido de rojo en la recepción cantando a todo pulmón la letra de la canción que sonaba pero de repente se calló al percatarse de nuestra presencia.

-Geo…- sonrió de oreja a oreja al ver a mi acompañante, luego su mirada se posó en mí, me detallo de pies a cabeza, de anteojos a medias y de sudor a lunares. Mi incomodidad me hizo hacer una mueca y a ella estallar en risa.- ¿Vienes por otra dosis?- preguntó a un sumergida en risa.

- Hoy no Caroline, eres feliz tratando de quitarme mi dinero.- dijo con camaradería y complicidad.

Un hombre de cabellos largos entro a la tienda y salto la vitrina sin ningún problema- Bueno, bueno, miren a quien tenemos aquí por segunda vez en el día.- su barba de dos días resaltaba en su pálido rostro.- Me extrañaste tanto currucumín.- batió sus pestañas en forma de broma y estiro su labios para agregarle efecto.

-Siempre lo hago, pastelito.-recalco lo ultimó en un tono alto y lento para acercarse como un galán de segunda, tomo el cabello de su coqueto amigo con el propósito de zambullirlo en los labios estirados del mismo.- Un beso así, ¿o con más azúcar?

El lugar estalló en risa, hasta yo misma hice un discreta sonrisa con la intención de aguantarme las ganas de reír. El chico que hace unos momentos estaba apoyado en la vitrina esperando el beso de su príncipe azul, ahora andaba escupiendo pelo como un gato y maldiciendo

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⏰ Última actualización: Jan 06, 2015 ⏰

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