Estofado y rifles

3 0 0
                                    


Capítulo dos: estofado y rifles.

Luego de una semana oficial de la ruptura, en un intento desesperado de deshacerme de la imagen de mi Elliot tomando una malteada en mi cafetería en mi mesa con la perra pelirroja -como amorosamente le había apodado mi mejor amiga-; tomé el bus a Myrtle Beach, en donde mi familia vive. Tenía que informarle que podría cancelar su viaje a Columbia para la boda.

Estoy parada frente a la casa de mi infancia y adolescencia, una casa más o menos grande, con fachada blanca algo manchada por la falta de tiempo de mi padre para pintar, algunas flores en el jardín y un pórtico bastante agradable, con ese columpio que me vio vivir un sin fin de cosas. Con la nostalgia en la maleta, entro a casa sonriendo, abrazo a la versión más vieja de mi hermano mayor, mi padre, y la versión mejorada de mi hermana menor, mi madre.

Oh, Laurel, estoy tan feliz de que hayas venido a visitar a tus padres —Dice mi madre dando besos a mis mejillas sudadas gracias al ajetreo.

— A mi igual me alegra verlos —Me saco la chaqueta para ponerla en mi maleta y poder abrazar a mi hermana menor con todo el amor del mundo—. Te extrañé mucho, adoptada.

— Y yo a ti, inepta.

Mi hermana, como antes mencioné, es la versión joven de mi mamá, su cabello rizado y castaño casi rubio, sus ojos verdes y su piel bronceada, me recuerda a los años en los que sólo éramos Christopher, mamá, papá y yo, mamá era muy joven.

Se casó con mi padre a los dieciocho años gracias al regalo de San Valentín que mi hermano había sido y un año después, ahí estaba yo como regalo para el día de las madres, oportuna, ese era mi segundo nombre. Entonces, luego de siete años llegó Elisa, la adoptada de la familia.

Luego de aquella bienvenida, subo a mi vieja habitación con mi maleta amiga, el cuarto estaba tal como cuando lo dejé, lleno de polvo y desordenado. Antes de acostarme en la cama sacudo un poco, aunque conociendo a mi mamá, ella se había anticipado cuando le avisé de mi viaje exprés. Miro las fotografías con mis amigos de la infancia, con mi hermana y mis padres, es extraño estar aquí luego de vivir hace ya tanto tiempo sola, pero es bueno estar en casa.

A las siete de la noche, la comida está servida y la mesa puesta, mi hermano apenas llegó del trabajo, por lo que fue para él una sorpresa ver un lugar extra en la mesa, y a mí en él. Estamos todos sentados con las manos agarradas listos para hacer la oración que mamá hace desde que la memoria llegó a mi como capacidad cognitiva, miro a mi papá cerrar los ojos y escuché a mi madre recitar:

— Señor, te damos gracias por los alimentos de hoy, te pedimos por nuestros hermanos necesitados y te suplicamos por el bien del mundo. Amén.

Empiezo a renegar del señor que había puesto a una pelirroja en mi vida, sin embargo, dije amén como buena católica, comemos mientras me preguntaban por el trabajo, la casa y luego, el momento llega, la pregunta del millón:

— ¿Cómo está Elliot, querida?

De pronto siento como el mundo se pausa y ese peso del que les hablé antes vuelve a mis hombros.

— Justo de eso vine a hablarles —aclaro mi garganta—. Bien, Elliot y yo nos separamos.

Mi madre me mira con ojos tristes, mi padre vuelve a comer y Christopher se ríe.

— ¿Pero por qué? Estaban a dos meses de casarse y...

— No lo sé, mamá, no fue mi decisión, fue suya y debo respetarla. Quise decirles personalmente que se cancela la boda.

Incluso yo me sorprendo de mi capacidad para no llorar en este momento, no crean que son los únicos sorprendidos, amigos.

— ¿Él te botó? —Dice el rubio a mi lado.

— No me botó, cerebrito, simplemente decidió que era lo mejor para los dos.

— ¿Te dejó por otra? ー Este niño parece estarme vigilando, ¿no creen? ¿O soy muy obvia? Tal vez son las ojeras debajo de mis ojos.

— Tal vez...

— ¡Saca el rifle del ático, Mar! ¡Lo mato ahora mismo! —Grito mi padre golpeando la mesa, haciendo que el estofado de pollo en los platos se menee un poco.

— Tranquilo, Mike, no es necesario ningún rifle —Dice mi madre en tono sereno mirándome con compasión. Ahí está esa mirada.

Aquella mirada que me había dado cuando reprobé mi primer examen, cuando nadie fue a mi fiesta de cumpleaños número cinco, cuando mi vestido de graduación se rompió y ahí está ahora: cuando mi futuro esposo me botó.

— Sigamos comiendo, por favor, no queremos incomodar a Laurel.

— El estofado de pollo está delicioso, mamá —Soltó Elisa, quien también me observa tristemente, pero aún no me hace sentir tan mal, no ha desarrollado la mirada.

— No tanto como el pastel de chocolate que hice.

— Pastel de chocolate para las penas ー Lanza mi papá.

Ya en la cama, texteaba con Karen, quien me mantenía informada sobre cualquier chisme que pasara en el gimnasio al que asistía y yo, de vez en cuando, puesto que era concurrido mayormente por amas de casas y esposas de funcionarios públicos, incluso de algún senador, había mucho jugo para sacarle al asunto.

Parecía que Melanie, la esposa del señor Holland, director de una secundaria, tenía algo con uno de los entrenadores, ella muy campante agarraba su mano cuando él le ayudaba con las pesas, pero Nancy, la esposa de mi jefe, que conoció a Karen en la oficina; se dio cuenta, y Nancy, bastante discreta le platicó a Karen. Ni siquiera yo agarraría la mano del entrenador, no a menos que la menopausia tocara mi puerta.

¿Crees que el señor Holland sepa ya de las fechorías de Melanie?

No lo creo, el señor parece muy enamorado de su señora, al fin que por eso le pagó todas esas operaciones.

Ni siquiera Elliot le pagaría tanto a esa pelirroja.

Tal vez él le pagó el bote de pintura.

Tiene algo con las pelirrojas, es posible.

Debiste teñirte de rojo, Laurel, el castaño ya pasó de moda.

Mejor tatúate el trasero.

Cuando las pelirrojas llegan.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora