Pelirrojas y café

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Capítulo uno: pelirrojas y café.

Tomo una bocanada de aire para mirar el bote de helado que a estas alturas está a la mitad, dudando en si terminarlo o en dejarlo para mi siguiente crisis, pero para cuando decido dejarlo para después mi mano se está moviendo en automático llevando otra cucharada de helado de fresa a mi boca; todo esto sucede mientras Karen, mi mejor amiga, parlotea sobre lo idiota que es Elliot, mi ahora ex novio por dejarme ir, por irse con una hueca descerebrada a la que el peróxido le comió las neuronas, y a pesar de que quiero creer en sus palabras, no lo hago, pues mi mente sólo puede viajar al momento en el que lo dijo: Conocí a alguien más.

Es curioso que lo dijera a dos meses de nuestra boda, pues claramente todo estaba listo, el vestido, el lugar, las invitaciones, dichas que yo tendría que cancelar, pues dudo que él quiera hacerse cargo de aquella labor, como si yo tuviera que avergonzarme, cuando él es quien rompió todo esto que construimos durante cinco años... Supongo que esto no estaría pasando si yo fuera pelirroja, o si tuviera piernas bonitas, o si las subiera a Instagram... No que yo haya mirado.

Unas horas después Karen me obliga a bañarme y se lleva el segundo bote de helado que tenía como reserva a mis espaldas, sin embargo, mi estómago me ruega que no coma más, por lo menos por unas horas. Con las pocas fuerzas que me quedan decido caminar por mi pequeño espacio de veinte metros cuadrados, con una bolsa de basura en mano, buscando todas aquellas cosas que le pertenezcan al innombrable.

Cuando creo que estoy listas, bajo las escaleras del sótano del edificio con unas sandalias playeras que se despegan de mi planta cada vez que bajo un escalón; una vez ahí, meto la bolsa a la trituradora de basura, sin encenderla pues dudo, después de una noche en vela, de un bote de helado de fresas y de dos discos de Celine Dion, aún después de eso, dudo, y me odio por pensarlo porque sé que debería sólo presionar el botón y ya, no es difícil... Pero no puedo. Una lágrima baja por mi mejilla silenciosamente, bufo para jalar la bolsa y ponerla sobre mi hombro, mientras con el dorso de la mano me limpio el cachete y subo las escaleras, ya sin energías.

La alarma y el sueño de una boda me despiertan, suspiro al mirar el techo, quito el edredón que me abraza, que está húmedo de una pequeña parte, bostezo grande pues, aunque dormí, no logré descansar, me siento, miro la alfombra por un largo rato hasta que golpeo despacio mi mejilla y me paro de una. Voy al baño para darme una ducha de agua helada y en unos veinte minutos estoy arreglada y maquillada, dispuesta a enfrentar la vida como una mujer soltera luego de cinco años de no estarlo.

Como siempre voy en autobús al trabajo pues no me queda lejos, está, de hecho a unas dos calles del complejo de departamentos en el que vivo, cuando llego por fin, decido borrar de mi mente lo sucedido y entro, con la cara en alto y unos tacones que hacen que mi dedo meñique parezca una papa aplastada, pensando que seguramente alguien se enteró, los chismes corren muy rápido, pero mi nueva yo lo ignora, pues nunca está demás mentir piadosamente y decir que yo lo dejé.

Entro a mi oficina, un cubo pequeño de cristal, y le sonrío a mi vecino de oficina, que como todos los días de trabajo tiene una corbata nueva que lucir, la verdad es que me deja pensando, quiero decir, cada quien puede invertir su dinero en lo que quiera, yo por ejemplo, lo hago en cosas de ejercicio que no utilizo o en postres, pero él lo hace en corbatas o moños, los cuales luce, sí, los luce bien, pero, ¿cuánto gastará en promedio?, la verdad es que nunca lo he visto repetir una corbata, y lleva ya unos dos años trabajando con nosotros. ¿Fueron parte de una colección que compró? ¿Es un coleccionista? No, Lau, los coleccionistas no usan esas cosas.

ー Lau.

Una voz preocupada interrumpe mis pensamientos corbatísticos, sin querer me quedé mirando a la nada, ahí, parada en medio de la oficina.

Cuando las pelirrojas llegan.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora