| RECUERDO ETERNO | parte 2

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Una mañana se levantó y preparó comida. Antes de que la panadera empezara a hornear el pan, antes de que todos los habitantes despertaran, se vistió, llenó su mochila de juguetes y la comida y fue a casa de Kibum. Al entrar, se encontró con el chico vestido en el sofá. Llevaba una camiseta azul de algodón y unos pantalones cortos negros. Minho se sorprendió al verlo ya preparado. Parecía que el chico había intuido el día en que iba a salir.

—¿Estás preparado? —preguntó con convencimiento. Kibum asintió—. ¿No huirás?

—Tengo miedo...

—No debes tener miedo, Kibum—se arrodilló a su lado y sonrió. El chico estaba temblando—. He traído muchos juguetes y una sorpresa.

—¿Sorpresas? —los ojos del menor se dilataron—. Me gustan las sorpresas. La quiero.

—Esa sorpresa debe verse al aire libre, Kibum—el chico asintió—. Así que iremos a un lugar secreto. Está cerca de aquí. Te lo prometo.

Se levantó y apartó para que Kibum se pusiera en pie. Cuando lo hizo, ambos caminaron hacia la puerta. Minho rezó para que Kibum fuera valiente y pudiera salir. Con valor, se posicionó en el jardín y miró hacia la puerta. La silueta del chico apareció segundos después, con los ojos dilatados de terror y temblando. Sin embargo, cuando puso el primer pie en el césped, sonrió.

Con el buen sentimiento en el pecho, Minho lo llevó por las calles del barrio hasta llegar a un pequeño monte lleno de flores. Las recordaba de pequeño. Siempre había ido a jugar allí con sus amigos. Echaba de menos correr entre la hierba, caer y rodar colina abajo. Y al aterrizar, reír aunque las heridas de los codos y las rodillas dolieran.

Sabía que no podría hacerlo con Kibum, pero había preparado algo mucho mejor.

Se instalaron en un lugar resguardado por unos árboles fruteros. El olor a cítrico los envolvió mientras dejaba la pequeña manta y disfrutaban del frescor de la mañana. Y mientras Minho preparaba la comida, Kibum intentaba cazar las mariposas con las manos, disfrutando de aquella pequeña libertad.

Los rayos del sol se hicieron más intensos al llegar el mediodía. El mayor obligó al pequeño a quedarse en la manta para comer. Kibum no probó bocado. Al parecer, le explicó más tarde, el apetito era una de las cosas de las que solía carecer.

—¿Y la sorpresa para Kibum? —preguntó el chico.

Minho sonrió.

—Espera a que coma —el menor asintió.

No recordaba haber disfrutando del aire libre. En el hospital había un hermoso jardín con fuente y bancos de piedra blanca. Pero la belleza artificial lo abrumaba al igual que las enfermeras. Bellas mujeres enseñadas a mentir, a crear una falsa felicidad de la que Minho se sentía preso. Sin embargo, aquel lugar era diferente. La naturaleza había creado aquel paraíso sin la ayuda del hombre. Nadie era dueño de la belleza del lugar, ni de ellos. Y allí, lejos de la civilización, Minho no se sentía ni observado ni juzgado. Podía reír, podía cantar y elevarse como un diente de león. Sentirse libre.

El sol acariciaba su rostro y la risa cristalina del menor lo embriagaba. Allí arriba sentía podría morir de felicidad.

—Hyung —susurró el chico—, hyung, quiero mi sorpresa.

Abrió los ojos. Se había quedado dormido. Con pesadez, buscó en la mochila y sacó el material para poder preparar la sorpresa. Kibum lo miró hacer la mezcla de agua y jabón.

—¿Burbujas? —preguntó tocando la superficie blanca. Minho asintió.

—Con esto podemos hacer burbujas gigantes. Túmbate —el chico obedeció. Mojó el palo y, con delicadeza, sopló para que las burbujas ascendieran hacia el cielo.

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