Capítulo I: Ojos profundos.

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_Dile a mi padre que no iré, mamá. Él sabe perfectamente que odio ir a ese tipo de eventos._ le digo, preguntándome cuántas invitaciones tienen que pasar hasta que entiendan que no asistiré.

_ ¿Eventos, Gia? ¡Es el cumpleaños de tu abuela, por Dios! Solo va a estar la familia._ insiste mi madre a través de la línea.

Acomodo el teléfono en mi oreja, sosteniéndolo con mi hombro mientras lavo los platos.

_ Precisamente por eso, mamá. Sabes que esa familia y yo apenas nos soportamos._ respondo intentando no perder la paciencia. No sé hasta cuándo seguirá ocurriendo esto.

_ Si, lo sé. Pero no entiendo el porqué, ellos no han sido más que agradables y pacientes contigo, y tú no dejas de intentar alejar a tu propia familia. ¡Yo no te eduqué para que fueras de esa manera, Geovanna!_ dice haciendo que ponga los ojos en blanco, siempre es el mismo discurso y no se cansa.

_ Llego tarde al trabajo, ma. Prometo enviarle una tarjeta de cumpleaños a la abuela. Te llamaré después. Ciao_ cuelgo sin dejar que responda. Si no lo hacía probablemente llegaría mañana al trabajo. Este tipo de conversaciones con ella son de nunca acabar.

Apurada, cojo las llaves de mi moto y salgo de casa rezando a Dios no llegar tarde otra vez, ya que sería la cuarta vez en esta semana y no creo que Lucca pueda cubrirme de nuevo. Me subo en la moto y tras ponerme el casco me dirijo al bar en el que trabajo.

Llego corriendo y doy las gracias a Dios por mi bendita suerte. Si bien Lucca no está para cubrirme, los jefes no se encuentran para inspeccionar que no estoy a tiempo.

Después de ponerme el uniforme que consiste en una camisa negra con un escote redondo que deja gran parte de mi abdomen al descubierto, un short bastante corto color blanco y un delantal negro. Para completar, unas medias semitransparentes con mis usuales botas negras. Decir que no me gusta el atuendo, está casi de más. La idea de andar exhibiendo carnes en un lugar como este me da náuseas, de por sí el lugar produce eso. Aunque de hecho, si no fuera porque no me queda de otra, no estaría aquí. La historia es larga, y la forma en que llegué aquí podría considerarse incluso graciosa, pero es cuento para otro momento.

Con un suspiro, más de obstinación que de cansancio por el viaje exprés que tuve que hacer para llegar a tiempo, me dejo caer en la ardua jornada laboral de todas las noches.

Soy bartender, así que cualquiera diría que mi trabajo es el más fácil del mundo, pero eso está muy lejos de ser así. Dejando de lado que es un empleo que necesita de mucha rapidez, agilidad y energía, también requiere que tenga que soportar extensos turnos nocturnos en los que ocurren inconvenientes que mayormente se convierten en un incordio, ocasionalmente provocado por hombres borrachos, perras locas celosas y estafadores baratos. Y si a todo ello le sumamos que no es para nada el trabajo de mis sueños, las noches se transforman en una verdadera pesadilla. Pero como dije antes, no me quedaba de otra. Esto es lo que me alimenta y me ayuda a pagar los estudios. Porque si, estoy estudiando, último año de universidad. Economía, para ser más precisos.

Volviendo al trabajo, estoy abarrotada de clientes esta noche y es solo debido al show que van a dar las "Bambinas" del lugar. Porque sí, el bar, llamado ridículamente "Piacere" es de ese tipo de bares. Con bailarinas exóticas y cubículos privados para bailes íntimos. Y olvidé mencionar que ese es otro de los motivos que causaban que mi empleo fuera tan difícil. Así que como hoy es una de "esas noches especiales" que brinda mi grandioso empleo, estoy a espensas de que ocurran dos cosas: una, que hayan fenomenales propinas; dos, que todo se convierta en un verdadero desastre. Más aún.

A dos minutos del show empezar, las puertas principales tienen que cerrar por la gran cantidad de personas aglomeradas dentro. Si sufriera de claustrofobia o enoclofobia, estuviera teniendo la peor crisis de mi vida, juro que las personas no parecen caber ni paradas.

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