MMXX

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"[...] no saben lo que hacen."

Vosotros, quienes leéis estos párrafos con exaltación, ¿aún seguís con vida?

Pasado tiempo ya ha sido desde que mi cuerpo, descompuesto y consumido por la degeneración, se fundió junto a esta tierra. Y cuando entre las cenizas subterráneas cubiertas por los muertos encuentren estos grafos góticos de un tiempo sin nombre, muchos males se habrán desatado, e infinitas raíces se habrán corroído por la epidemia. Dóciles se habrán tornado los cielos y escritos habrán sido los hechizos para intentar aliviar la enfermedad y los episodios de locura que soñaron los hombres cuando, antes de su muerte,engendrada una peste fue de entre ellos para perpetrar su exterminio.

***

Bajo tierra, la penumbra cernía el palacio que se erigía al final de un abismo de escalones, contrastado por las turbias luces de neón, asalmonadas y añiladas, en eterno movimiento. Los espejos de ébano brillaban con fuerza, el vino se derramaba y los bailarines, aglomerados y apretados como reses, celebraban copiosamente su vicio, grumoso y cubierto por ventosas, al ritmo de los cantos más argentosos y deprimidos por la aguardiente de más elegante renombre. Bajo tierra, gemidos y gritos de placer dejaban oírse y, en un palacio de piedra y azulejos dondes e reunía a los más grandes hombres sobre la tierra, una orgía con los más grandes festines y el vino más fino se embebía por la enceguecedora histeria y éxtasis. Los búhos habían muerto aquella noche, como todas las noches.

Mas aquella luna brillaría distinta, su luz de frío acero cambiaría pues había algo, un algo que me levantaba de mi asiento y me ponía los pelos de punta: entre los rumorosos susurros, se presumía de la presencia de un hombre, una bestia o una...cosa, que nos perturbaba a varios de nosotros. Algunos continuaban susurrándose entre ellos, otros preferían ignorarlo y otros reprochaban a los presentes, por supuesto era una de las más inmundas blasfemias el estropear los convites. No obstante, la sombra ahí seguía, parada entre los arcos del palacio, y sentía cómo me miraba, y cómo miraba a todos y a cada uno de los presentes. Sentí pavor.

Una calavera, con mil y mil formas, se sostenía y se cubría por una sombra incorpórea, una parca que ni mi mente, ni la mente de los sabios y ni la mente de los propios dioses podía entender, y hacía pie a su marcha, acercándose hacia nosotros cada vez más rápido. Por razones que no conozco, su mirada se tornó imposible de advertir y, mientras ésta seguía su marcha entre los bailarines, una multitud de toses se dejaron oír, los gemidos se tornaron en lamentos y, entre alaridos, se hizo soberana la sangre derramada.

Traté de abandonar el sitio, y gritaba a quien pudiese para que asimismo selargase; pero ya caso no había, la sombra nos había tocado a todos. Mi voz ya no podía advertir a los otros, un dolor terrible dentro de mí me impedía respirar, una espantosa expectoración usurpó mi garganta, mi cuerpo ardía afiebrado por la peste y yo caía a la par que éste se volvía cada vez más débil, arrastrándome para encontrar un metro para huir a mi hogar.

De mis manos, o las manos de aquel que me ha poseído, huesos putrefactos emanaban; de mis brazos, uniformes úlceras se formaban y sangraban. Cubiertos por pus y tendones cortados, así como el resto de mi cuerpo, los míos cantores perdían sus últimas fuerzas en sus tonadas, desprendiéndose mi garganta por su propio peso. De repente, sobre la superficie del suelo de azulejos dorados y las brillantes luces del tren, pus cubría a todos los presentes, y salía de ellos un repugnante perfume que pelaba sus pieles como las corteza de un árbol viejo y sus carnes se secaban con el aire; sus ojos caían de sus cuencas y sus lenguas se partían en infinitas llagas. Caían muertos los pasajeros mientras sus huesos colapsaban y se tronchaban como el cristal más frágil, partiéndose sus cráneos en el suelo y saliendo de ellos líquidos blancos, podridos como los cuerpos de aquellos hombres, y de aquellos dioses. Los espejos de ébano, apagados y abandonados por todo el vagón estrechado, esconden el pus y la pestilente orgía de huesos que se mezclan en un baño de sangre amarga.

Mas la multitud, la multitud no paraba de esbozar una sonrisa que rompía sus comisuras al tiempo que reían a carcajadas, carcajadas llenas de histerismo y locura. Unas carcajadas atravesadas por su dios, un dios grumoso y cubierto de ventosas, asquerosas como sus propias bocas putrefactas, que devoraban cruelmente a los búhos que asesinaban los hombres. Mis ojos lloraban pus, y sólo me quedaba decaer ante mis lamentos.

***

Yacía sobre mi cama por fin, cubierto por lujosos edredones y las pieles de la más fina y peculiar raza de seres sobre este mundo, dormido entre las cuatro murallas con el tapiz más fino, tratando de olvidarlo todo; mi cuerpo dolía y la pérdida de mis sentidos me confundía como a una bestia. De repente, mis luceros se abrieron, nerviosos.

Las luces añiles de mi cuarto,guardianes de mis sueños, sosegadas por la profunda bruma, palpitaban agonizantes, como una silenciosa muerte; mientras que mi cuerpo, inmóvil, no podía parar el terror, un terror sin nombre sobre esta tierra, más fuerte incluso que los propios impulsos del terror. Mis sentidos, súbitamente vivos y agudos, me permitían advertir la pesadez del ambiente, un espesor del aire que con su brillo me arrancaba gritos muertos, rogando por la presencia de cualquier auxilio.

Entrelos míos gemidos ahogados, algo en mi mente cernida por la histeria me advertía de la presencia de aquella peste de ébano, genio y demonio de la peor pestilencia de las catacumbas de Fobos.

Los ojos de un ser sin rostro se asomaba de entre las numerosas y tenebrosas esquinas de mi cuarto, fijos y filosos como la más letal de las dagas.

Cantaba canciones de horror, un indefinido estruendo tan agudo como la hoja de la luna y silencioso como el canto de aves muertas, y entre sus infinitas formas no podía más que reconocer el negro de su presencia, tan similar a los hombres, tan similar a los dioses y tan similar al indiferente y cruel cosmos.Un maldito cuarteto de cuerdas tocaba sus melodías, disonantes y oscuros réquiem de armonías decadentes invadían la más baja profundidad de mi alma mientras la sombra posaba su máscara negra sobre mi rostro, tan cerca que sus pensamientos, recuerdos de muerte, se fundieron con los míos.

Y entonces, mi cuerpo, cadáver en el que me encierro, a retorcerse terriblemente incoó ante la etérea figura de aquella peste, quien se quedó parada y, al mismo tiempo, retorcía mi cuarto con su avance para derrumbarlo por completo, tan claro como la luz pero maligna como la espuma. Su rostro, cuya nariz putrefacta tocaba la mía, abrió mi cuerpo como un simple pedazo de carne y dejó escapar a los mil demonios que yacían en lo más profundo de mi fantasma.

-¡Por favor! -me gritó la sombra-. ¡Detente ya, demonio sin forma!¡¿Porqué abandonar este cuerpo no puedes y a permitirle descanso te niegas?!¡¿Por qué a mí, por qué elegiste penetrar con centenares de monios mi mente quebradiza?!¡Un palacio de acero construiste, y en él te encerraste para poseer a los más débiles y marchitos!

Mas la sombra, agotadas sus palabras, abandonó mi cuarto, pero mi cuarto también me había abandonado a mí. Pronto me daría cuenta de que aquellos sollozos surgían de mi propia carne y alma, muertas.

Tumbado y sumergido estaba mi cuerpo destruido, sobre nada más que un océano de ébano, donde ni las estrellas podían ayudarme, donde ningún dios de ninguna raza, ni ninguna especie, ni ninguna tierra recóndita más allá de el nuestro finito panteón, podía posar sus corruptas manos sobre mi cadáver.

Un gato negro me miraba, mientras éste posaba sus patas sobre un órgano de ónice, creando la más terrible melodía; pero sus ojos, totalmente negros y más oscuros que la oscuridad misma, estaban muertos, y sus patas, finas y suaves, se descomponían cuando tocaba las teclas.

Vagando en el limbo, lo único comprensible por mi consciencia rota es ruina, tras ver cómo los hombres destruían su carne y espíritu, sólo me quedaba describir... odio. Odio por los hombres, odio por su construcción, odio por su amor.

Y odio por su vicio.

Cuando encuentren estos grafos góticos de un tiempo sin nombre, la región habrá colapsado consumida por la oscura plaga, cernidas habrán sido sus alas negras por todo lo que conocía en vida y todo, todo hombre, toda bestia y todo singular dios de cada panteón, habrá sido conquistado por la peste eterna.

Mas nadie se habrá dado cuenta.

La Peste EternaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora