CAP 1 | Diez años, cuatro horas, veinte minutos y treinta segundos antes

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Olía a muerte mezclada con el denso humo del tabaco.

Una pareja había sido brutalmente asesinada. Nada nuevo dado que estábamos en la época de la revolución en el asesinato. Los asesinos en serie eran famosos. Las mutilaciones, la extirpación de órganos y las miles de macabras formas de acabar con la vida de humanos eran el aperitivo, comidilla y postre de las charlas cotidianas en la Tierra. Las manchas de sangre se hacían eco bajo las mugrientas calles y sobre los suelos de madera de los pulcros salones victorianos. Los operarios encargados de la limpieza de la ciudad y los sirvientes de las nobles casas no disponían de suficientes horas en el día para lograr cumplir con sus menesteres.

Era una tarde gélida y nublada de invierno. De un gris esponjoso apoltronado en el cielo. Día habitual en aquel lugar. Las nubes tranquilas y sedosas esperaban el momento oportuno para descargar sus lamentos. Un hombre (si así se le puede llamar) salía de un edificio portando bajos los brazos un par de peculiares siluetas redondas, envueltas en ajadas telas, manchadas de un color rojo ocre. A nadie pareció extrañarle esos dos bultos sospechosos. Ni al caballero que pasó por su lado, sombrero de copa y bastón de milord en mano. Ni al simpático cochero (uno de tantos) que se dispuso a llevarlo hacia una dirección desconocida.

Tampoco a nadie pareció extrañarle que ese hombre (si así se le puede llamar) fuera exponencialmente más alto que la mayoría de la gente humana. Cruce de jirafa con hipopótamo. O lo habían estirado mediante los métodos de tortura más espeluznantes o lo habían obligado a comer croissants (la repostería francesa de la época estaba de moda) hasta adoptar su viva imagen, o las dos cosas al mismo tiempo.

Sin embargo, a nadie pareció extrañarle ni lo más mínimo. Así era la ciudad de Londres, llena de gentes extrañas y situaciones extravagantes. Nadie le insinuó nada y nadie se molestó en averiguar nada. O bien, por no faltar al dicho de metete con alguien de tu tamaño o bien, al hecho de que mientras no se metiera en tus calzas ¿Para qué fueras a meterte tú en las suyas? (que por cierto, daban grima). Y si encima te pagaba por adelantado y el doble de la tarifa normal. En boca cerrada, no entran moscas y sí dinero, eso pensó el cochero.

Pues bien, el gigante y corpulento espécimen de más de tres metros de altura y el doble de ancho se sentó a pierna suelta en el taxi. Los caballos se pusieron en marcha emitiendo intranquilos bufidos y sonoras quejas. Primero, por tener que tirar de semejante mole y segundo (ellos siempre tan perspicaces), no parecía convencerles ni lo más mínimo aquel gigante de cabeza rapada, puzzle sin acabar y malformado como cara. Manazas enormes, músculos como montañas. Sonrisa de hielo, ojos sin piedad.

Tras varias indicaciones gruñidas por el gigante llegaron a un sitio-no sitio. Callejón oscuro. Laberinto sin salida. Portal hacia un no sitio. El cochero jamás había estado allí y jamás salió de allí. Los caballos bailaron despavoridos al son del golpe, en sus cuartos traseros, de unas manazas fuertes, hechas para estrangular vidas. Por ejemplo, la vida de un cochero.

El gigante estrangula vidas seguía aún con los dos extraños bultos envueltos bajo sus tensos brazos. Ahora las ajadas telas estaban ya manchadas casi por completo por ese rojo ocre. Se adentró en la oscuridad dirigiéndose a una dirección desconocida. Traspasó el portal hacia el no sitio y entró a un edificio por una puerta trasera. La oscuridad hizo acto de presencia, el gigante la saludó cómo lo harían los mejores amigos. El silencio acechó en las sombras, el gigante lo hizo añicos, haciendo más ruido que un bebé recién nacido. Subió unas escaleras. No parecía que hubiera nadie. La oscuridad en la segunda planta se tornó más densa, salvo por una bocanada de luz que atravesaba sutilmente la parte baja de dos grandes puertas. Y allí que fue el gigante. Abrió las puertas realizando una entrada triunfal, de las de trabajo terminado y con éxito.

Exitium [Hijos de las Lunas de Sangre]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora