Olía a mierda mezclada con el denso humo del tabaco.
El hedor inundaba todo Londres. Bosta de millares de caballos. Cada ejemplar produce entre diez y quince kilos de mierda por jornada y en la ciudad, entre los taxis de caballos y los miles de tranvías tirados por caballos y los carros de carga de caballos, estas hermosas y hediondas bestias sumaban la friolera de cincuenta mil ejemplares.
Tras un breve y sencillo cálculo mental, Zoe arrojó a sus pensamientos el resultado de, como mínimo, medio millón de kilos diarios de inmensos tapetes marrones, suculentos y bien calentitos, esparcidos por todas las calles de la ciudad.
Si a todo eso le sumamos que, paradojas de la estupidez humana, los operarios encargados de recoger todas esas ingentes cantidades de bosta también lo hacían con carros tirados por caballos, solo nos quedaría más mierda sobre mierda.
Zoe arrugó la nariz desde la azotea del edificio más emblemático que daba a Piccadilly Circus. Le gustaba subir allí. Sola. Sentarse en el filo y observar el ajetreo continuo.
Eran sus cinco minutos mundanos. Era su aproximación a lo terrenal, a lo superfluo.
Escuchar el tintinear de las herraduras. El ruido de conversaciones confusas. Las riñas entre caballeros, por el vigile por dónde camina. Los policías, haciendo vibrar sus silbatos y agotando su paciencia y energía mientras correteaban detrás de jóvenes ladronzuelos. Porras levantadas, caras de sufrimiento. Las damas, cuchicheando las buenas, malas y sobretodo escandalosas nuevas. ¡Joder! ¡Incluso le gustaba ese olor a mierda mezclado con el humo denso de la ingente cantidad de cigarrillos, pipas y puros encendidos! Pero lo que más le gustaba era imaginarse a ella. Allí abajo. Como una terrana. Como todo ese enjambre de abejas que iban y venían. Felices. Ajenas. Sin saber nada sobre la realidad del mundo. Con sus trabajos normales, sus metas normales, sus sueños normales, sus familias normales...
Bajo la cabeza cabizbaja y abatida.
Los envidiaba.
Deseaba con todas sus fuerzas haber nacido terrana, quizás así todo hubiera sido diferente. Quizás así sus...
— Lady Zoe. Vuestra Reverencia solicita su presencia — interrumpió Alfred con sigilo y suavidad. Con la delicadeza típica de su dilatada experiencia en las formas.
Zoe miró de soslayo a Alfred. Suma elegancia hecha mayordomo. Con su chaqué reglamentario, hecho a medida por supuesto. Su pajarita más lisa que su engominado pelo canoso y su puño doble, perfectamente planchado, más blanco que la leche. Impoluto como siempre. Con su saber estar como bandera y su tono servicial de escudo.
Era imposible enfadarse con él por haber interrumpido sus preciados cinco minutos antes de volver a la realidad que le esperaba allí abajo. Desde que Zoe tenía recuerdos, en ellos siempre había estado Alfred. Llevaba toda la vida con la familia. Era de la familia. No. Era familia. De la poca que le quedaba. Alfred siempre había cuidado de ella y de su hermano gemelo, Rehg. Siempre estaba ahí. Tanto en los buenos, como en los malos momentos. Siempre. De hecho, se podía decir que Alfred los había criado desde aquella fatídica noche. Era un padre para ella, un amigo, un confidente.
Zoe volvió a girarse hacia Piccadilly Circus. Haciendo otro de sus conteos mentales, aún le quedaban dos de sus preciados cinco minutos. Suspiró.
La verdad es que no tenía ni un ápice de ganas de estar en presencia de Vuestra Reverencia. De escuchar el discurso que seguramente les tenía preparado, a ella y su hermano, sobre la importancia de este momento. El valor del linaje y las grandes e increíbles contribuciones y logros que habían aportado todos los Fireland a Alquimis como muestra de su auténtica devoción y fervor a la causa. Desde su tataratataratataratataraabuelo Yetzel Fireland, el primer hijo de las lunas de sangre en la familia y el primero en llegar a ser caballero de oro de la creación, hasta su tataraabuela Sugey Fireland, la primera mujer en la familia en llegar a ser prelado de la santa iglesia de la creación, poca broma, dado que aunque en Mythos la idea de igualdad entre hombres y mujeres estaba mucho más avanzada que en la Tierra, aún seguían existiendo grandes diferencias. Sobre todo en la iglesia de la santa creación.
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Exitium [Hijos de las Lunas de Sangre]
FantasíaLos mitos existen, las criaturas mitológicas también. Dos Mundos. Una Sociedad Secreta dedicada a salvaguardar ambos mundos. Una academia dónde nacen monjes sirvientes y caballeros guerreros. Un Asesinato. Una verdad inesperada. No es oro todo lo qu...