Segundo Acercamiento.

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Una bofetada resonó por toda la habitación, la mejilla de Caesar ardía por el golpe, su mirada mostraba desconcierto. La chica que le había dado su merecido lo miró con enojo frunciendo las cejas, dando pasos fuertes contra el piso hasta la salida, acomodó su desarreglado vestido azul que resaltaba sus mejores atributos y cerró la puerta con ímpetu. Aquella acción dejó todo en claro, o al menos, le daba a Caesar una pequeña pista de lo que estaba sintiendo por su amigo.

El joven suspiró por la frustración, cerrando sus ojos, esta era la segunda vez del día en el que pasaba algo así. Los recuerdos de aquella noche con Joseph lo golpearon de pronto y él se golpeó a sí mismo con ambas manos en la cara. Habían transcurrido dos semanas desde entonces.

Joseph desapareció del hotel aquel día, pero no sin antes dejar una nota donde avisaba que volvió a Estados Unidos, y que no se verían hasta que las cosas entre ellos se enfriaran. Y Caesar recordó las pequeñas lágrimas que corrían traviesas por las mejillas de su amigo, aún se lo cuestionaba, ¿por qué lloraba?, ¿por qué actuó así?, también se cuestionaba a sí mismo, sin entender por qué llegó tan lejos, ¿era por el calor del momento, o algo más?, en realidad lo sabía, pero no quería admitirlo. 

Caesar se dejó caer sobre la cama, decidido a cerrar los párpados para dormir, estaba agotado de tanto pensar y del lío que eran sus sentimientos. Creyó que le iba a costar, pero parece que realmente estaba cansado.

Pequeños rayos del sol se escapaban por la ventana, iluminando poco a poco la habitación, Caesar apretó sus párpados como acto reflejo, luego se llevó una mano al rostro, desganado, sin querer levantarse, aunque ya estaba despierto. Tras unos minutos de mirar fijamente el techo, se levantó, se duchó, cepilló sus dientes y partió al aeropuerto. Si no podía obtener las respuestas él solo, entonces recurriría al único que quizá le entendía.

El Zeppeli ingresó al avión, y aunque su cuerpo estaba allí, su mente estaba en otro lugar, perdido en sus recuerdos. Saludó con una mano a una hermosa azafata e intentó sonreír, de manera inútil, frunció las cejas, porque él solía disfrutar este tipo de momentos. Lo normal sería que sus ojos verdes se pasaran el trayecto observando aquella delicada figura de dicha mujer, alabando su belleza, pero en su mente solo estaba Joseph Joestar.

En algún punto empezó a recordar cuando conoció a Joseph, le pareció que era un completo idiota infantil, pero con el tiempo se dio cuenta de que actuaba así para alegrar a los demás y que de hecho era más inteligente de lo que aparentaba; recordó aquella vez que se pelearon y Caesar, impulsivo, fue solo contra los Hombres del Pilar, no podría olvidarlo, porque estuvo a punto de morir, porque su maestra y Joseph no paraban de llorar, gritando, rogando que él estuviese vivo, y por milagro o por quién sabe qué, sobrevivió. Es imposible olvidarlo, cuando Joseph se quedaba a su lado en el hospital, contando chistes sin gracia para darle ánimos y sonriendo a pesar de que estaba al borde del llanto. 

Caesar se percató de que el que más se preocupaba por él era Joseph, el que estuvo a su lado cuando más lo necesitaba y el que tenía una mirada que podría interpretarse como una de amor, quién sabe si de amistad o algo más. Pensar en todo aquello lo hizo sentir un revoltijo en el pecho, le conmovía todo lo que su amigo hizo por él, así que quizás, solo quizás, estaba enamorándose de ese idiota, pero su lado competitivo le que decía que si el otro no sentía lo mismo o no le confesaba sus sentimientos primero, él no lo haría, no, no cedería.

El rubio recostó su cabeza en el asiento, dejando escapar un suspiro, mirando las nubes por el ventanal, ese iba a ser su único entretenimiento durante todo el viaje, casi 10 horas de puro aburrimiento en el que su mente se aseguraría de no dejarlo tranquilo. 

Entretanto, Joseph se encontraba almorzando junto a su abuela Erina y su madre Elizabeth. El castaño aún no se acostumbraba a llamarla por ese nombre, también le costaba considerarla su madre, pero pensaba que con el tiempo todo sería más sencillo. Aquellas mujeres hablaban sobre algo a lo que Joseph no prestaba atención, pues era incapaz de olvidar lo que sucedió con su amigo italiano, los recuerdos y sensaciones aún estaban frescos. El castaño suspiró, negando con la cabeza, odiaba su traicionera mente.

Sentimientos más allá de la amistad. |CaeJose|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora